Enviado a la página web de Redes Cristianas
El engaño de Volkswagen es un asunto muy feo, muy poco edificante. Un fraude estúpido que daña gravemente a la propia marca y el crédito de un país, Alemania, que todos creíamos serio y ejemplar en la fabricación de sus productos. Un delito del que Volkswagen debería responder con el arrepentimiento, la reparación y las indemnizaciones correspondientes a los usuarios, la devolución de las subvenciones por la supuesta eficiencia de sus motores y la petición de perdón a todos los ciudadanos que hemos respirado el aire contaminado de sus motores en indices superiores a los que nos aseguraba la marca.
Con el fraude de Volkswagen una vez más comprobamos que, en este mundo mercantil y competitivo en el que vivimos, la ética no ocupa un lugar preeminente. Lamentablemente, una y otra vez se demuestra que la honestidad no siempre es capaz de gobernar nuestros actos. Por ello, no queda otra elección que confiar esa responsabilidad al Estado, a los organismos públicos correspondientes para que ejerzan de guardianes de nuestra seguridad y del buen hacer en cualquier orden de la vida. Este fraude debería servir de acicate para reforzar los medios de supervisión sobre ese océano de productos que llegan a los inocentes e indefensos consumidores sin la seguridad que se merecen.
. Valladolid