Kissinger hizo en 1970 un comentario escalofriante que explica bastante lo que está sucediendo ahora: “Controla el petróleo y controlarás las naciones; controla los alimentos y controlarás a los pueblos”. Combínalo con un incontestable poder militar y lo controlarás todo, dijo también, probablemente, Kissinger.
Dijo mucho más en su memorando clasificado de 1974 sobre un proyecto secreto denominado National Security Study Memorandum 200 (NSSM 200) sobre “un plan de acción para la población mundial” en aras a conseguir un drástico control de la población global. Quería reducirla en cientos de millones, utilizando los alimentos como arma, y reorganizando de forma total el mercado global de alimentos para conseguir la destrucción de granjas familiares y su reemplazo por fábricas (dirigidas por el negocio agropecuario).
Esto ha estado llevándose a cabo durante décadas, apoyado desde enero de 1995 por la fuerza del WTO, y caracterizado ahora por inmensos gigantes agropecuarios con monstruosos poderes integrados verticalmente que controlan todos los aspectos de los alimentos que comemos, desde los laboratorios de investigación a las plantaciones al procesamiento a los supermercados y a otros aspectos alimentarios en los mercados de todo el mundo.
Pero hay más aún y es peor. Hoy en día, cinco gigantes del negocio agropecuario, con muy poca fanfarria y enorme respaldo gubernamental, hacen planes a lo grande a costa nuestra: controlar los suministros de alimentos mundiales mediante la manipulación genética de los biocombustibles como parte de un esquema más amplio.
Al desviar cosechas para el fuel, los precios se han disparado y cinco gigantes del “Agro biotecnológico” se están aprovechando de ello: Monsanto, DuPont, Dow Agrisciences, Sygenta y Bayer CropScience AG. Su solución: convertir todas las cosechas en GMO, vendiéndolas como medio para incrementar la producción y reducir costes, y proclamando que esa es la solución al alza de precios y al hambre del mundo.
En realidad, el poder agropecuario aumenta los precios, controla la producción para mantenerla alta y el principal objetivo detrás de la actual situación es la conversión de las tierras de labranza en fábricas de biocombustibles. Produciendo menos para alimentación y aumentando la demanda mundial de alimentos, los precios suben y la rampante especulación de artículos básicos de consumo exacerba el problema con comerciantes encantados de poder sacar inmensos beneficios. Es otro aspecto del esquema de transferencia de la riqueza desde hace décadas: de la mayoría mundial a una elite de unos pocos. Mientras la tendencia continúe, su momentum es auto-sostenible y funciona porque los gobiernos lo apoyan. Subvencionan el problema, suavizan las normativas, dejan libertad absoluta a las empresas y sostienen que los mercados funcionan mejor dejándoles a su aire.
Como se mencionó antes, alrededor del 43% de la producción del maíz estadounidense se destina a la alimentación del ganado, pero cada vez se destinan cantidades mayores a los combustibles: en estos momentos, posiblemente, el 25-30% de la producción, comparado con el 14% de hace dos años; desde 2001 ha supuesto una subida del 300%. El total excede actualmente de lo que se destina a la exportación y no parece que la tendencia vaya a disminuir. El resultado, por supuesto, es que las reservas de grano mundiales disminuyen, los precios se disparan, millones de personas se mueren de hambre, los gobiernos lo permiten y son sólo los primeros capítulos de una horrenda tendencia a largo plazo: transformar radicalmente la agricultura de forma que resulte humanamente destructiva de la siguiente forma:
· Permitiendo que los negocios agropecuarios y las Grandes del Petróleo la controlen para su beneficio a costa de la salud y bienestar del consumidor;
· Convirtiéndolo todo en genéticamente manipulable e infligiendo un gran daño potencial a la salud humana; y
· Produciendo cantidades reducidas de cosechas para la alimentación, desviando cantidades cada vez mayores para combustibles, permitiendo que los precios se disparen, valorando igual los alimentos que el petróleo, poniendo fin a la responsabilidad de los gobiernos sobre la seguridad alimentaría y tolerando lo impensable: que se ponga en peligro la vida de cientos de millones de pobres de todo el mundo, permitiendo que se mueran de hambre con tal de conseguir más beneficios.
Ese es el maravillo mundo neoliberal que los estrategas tienen en mente. Se sienten a gusto con sus planes, de los que apenas les desvían las angustias económicas actuales. Son bien conscientes de las crecientes protestas mundiales que podrían ser inmensamente negativas, pero muy centrados, no obstante, en encontrar vías más inteligentes para seguir adelante con lo que llevan tanto tiempo preparando y trabajando. Por eso no van a permitir en absoluto que la miseria humana haga peligrar sus grandes beneficios.
Si no quieren cambiar, el pueblo tendrá que hacerlo por ellos y, a lo largo de la historia, eso es lo que siempre ha funcionado. Con el tiempo, elevar las protestas cuando las amenazas se incrementen, y puede que esas amenazas sean ya tan graves que nunca hubiéramos podido imaginarlas.
Qué mejor momento para un nuevo movimiento social como los del pasado en que eran las fuerzas esenciales para el cambio. El afamado organizador comunitario Saul Alinsky sabía muy bien que la forma de golpear al dinero organizado es mediante el pueblo organizado. Y así fue como triunfaron tomando las calles, haciendo huelgas, boicots, desafiando a las autoridades, paralizando empresas, pagando con sus vidas y, en última instancia, prevaleciendo al saber que el cambio nunca llega de arriba a abajo. Siempre es desde las raíces, de abajo a arriba, y que mejor momento para eso que ahora. Es hora ya de que la democracia valga para todos, que no toleremos los destructivos GMO y los esquemas de los biocombustibles, y que “América la Bella” no siga siendo sólo para las elites y nadie más.