El episcopado se «enrouca» por tres años y para tres batallas -- José Manuel Vidal

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Religión Digital

Incombustible, el cardenal Antonio María Rouco Varela ha vuelto a ser reelegido presidente del episcopado español. Supera en años e iguala en trienios al histórico cardenal de la Transición, Vicente Enrique Tarancón. Pero, a diferencia de este último, Rouco gana, pero no arrasa; vence, pero no convence.

Ha vuelto a ser elegido con 39 votos, el mismo número que había conseguido hace tres años. Mantiene, pues, su suelo electoral, pero tiene que compartir las mieles de la victoria con el ?ganador moral?? de las elecciones episcopales, el también reelegido por abrumadora mayoría como vicepresidente, Ricardo Blázquez.

Los resultados certifican que Rouco mantiene su cuota de poder, sin aumentarla. Ha sido reelegido, en primera votación, con 39 votos, por 28 para Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid, 3 para Carlos Osoro, arzobispo de Valencia, 2 para Juan Del Río, arzobispo castrense, y 3 votos en blanco. Hace tres años, el cardenal de Madrid conseguía el mismo número de votos, aunque la diferencia con Blázquez era menor, porque el entonces obispo de Bilbao obtenía 38.

Descontada la victoria ajustada de Rouco, vuelve por sus fueros la figura de Ricardo Blázquez, el único prelado que consiguió ganarle a Rouco unas elecciones para la presidencia. Algunos, tras ese paréntesis, daban al actual arzobispo de Valladolid como amortizado para la cúpula eclesiástica, pero sus pares lo han vuelto a votar masivamente como número dos y vicepresidente del episcopado. Nada menos que con 51 votos de los 74 votos emitidos (más de dos tercios), seguido del cardenal arzobispo de Barcelona, Lluis Martínez Sistach con 17, Carlos Osoro, con 3, Juan Del Río, con 1, Juan José Asenjo, arzobispo de Sevilla, con 1 y otro voto en blanco.

Queda claro, tras los escrutinios, que la mayoría episcopal que manda en la Conferencia es la conservadora, que ha vuelto a imponer su ley. Continuidad en todos los frentes, con lo que la lucha por la sucesión del cardenal de Madrid se pospone tres años más, hasta 2014.

A la victoria de los conservadores ha contribuido la división de los moderados, que, en vez de volcarse en uno de sus candidatos, han seguido dividiendo su voto y, por lo tanto, perdiendo posibilidades de impedir la reelección de Rouco. ?No lo quieren, pero lo soportan, porque no es un líder natural, como Tarancón, pero sí un hombre de peso y un personaje temido, por el enorme poder que ha ido acumulando??, decía un experto en uno de los corrillos de Añastro, sede de la Conferencia episcopal. Y es que nunca nadie acumuló tanto poder durante tanto tiempo en la historia reciente de la Iglesia española como el cardenal Rouco Varela.

El purpurado madrileño sale reforzado de este envite, una vez más, y promete continuidad. Más de lo mismo en todo: en personas, en estilos y en talantes.

Habrá que ver si Roma comparte la misma estrategia. Porque en el «pacto de la mochila» (el viaje de Rouco a Roma, antes de las elecciones, en el que le entregó a Benedicto XVI una mochila de la JMJ)Rouco obtuvo, al parecer, la venia papal para que se volviese a presentar a la reelección y que, con su votación, los obispos eligiesen. Es decir, Rouco propuso al Papa dejar en manos de los obispos españoles la decisión sobre su continuidad o su relevo. Listo como nadie, sabía que contaba con 39 votos seguros. Apalabrados uno a uno, casi con juramento (después del escarmiento que supuso la elección de Blazquez por el fallo-traición de uno de los suyos).

El episcopado se «enrouca» tres años más. Tres años que prometen ser muy movidos en le juego de poder de las distintas sensibilidades. Hay muchos «heridos». Y otros muchos obispos, hartos del control absoluto que ejerce Rouco sobre el episcopado y la Iglesia española en general.

Al cardenal gallego le esperan, durante este trienio, mieles y hieles. Entre las mieles, la mayor la JMJ, con el Papa en Madrid el día del cumpleaños de Rouco. Y la presencia de más de dos millones de jóvenes en lo que ya se ha dado en llamar «el sarao de Rouco». Todoun espectáculo de fuegos fátuos, pero con poco calado pastoral. Tan poco que hay quien dice que el propio Papa tiene sus dudas sobre la continuidad o no de este tipo de eventos macro, heredados de su predecesor.

Entre las hieles, Rouco tendrá que hacer frente a tres grandes batallas. La batalla por Madrid, por la presidencia de la CEE y por la salida de Martínez Camino.

En Madrid se perfila un auténtico choque de trenes entre Rouco y Cañizares. Rouco quiere que le suceda un hombre de su total confianza (que podría ser su fiel auxiliar, Fidel Herráez, o el actual arzobispo de Sevilla, Juan José Asenjo, que sube enteros o el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz, a pesar de que parece que baja en cotización tras las elecciones). Pero el cardenal Cañizares, que nunca se ha ido ni se quiere ir (como él mismo decía hace unos días), tiene los ojos puestos en su vuelta. Y de volver, sólo puede hacerlo a Madrid. Al final, en esta lucha entre dos cardenalazos será el Vaticano, es decir el propio Papa, el que zanje personalmente la cuestión. Apuesto que lo hará por su fiel amigo y ministro de Liturgia, el «pequeño Ratzinger».

Casi al mismo tiempo se planteará la lucha por la sucesión en la presidencia del episcopado. Si Cañizares vuelve a Madrid, la presidencia será suya, porque vendrá señalado por el dedo de Roma. Si no volviese, la elección ya dependerá más de los juegos de poder entre las dos tendencias del episcopado. Y ambas presentarán a sus candidatos. Asenjo y Sanz por parte de los conservadores; Blázquez, Osoro y Del Rio por parte de los moderados.

La tercera batalla es la de la salida del secretario general, Martínez Camino, al que Rouco tendrá que dejar «colocado» antes de irse (si es que, alguna vez, se va del todo). No será fácil encontrarle acomodo. Camino es listo, tiene tablas en la gestión y mucho talento. Lástima de un caracter especial. Pudo ser incluso el delfín de Rouco. Le ha fallado su mano izquierda con los obispos, con los compañeros de la casa y, sobre todo, con la prensa.

Tres batallas decisivas en las que volveremos a cubicar, si Dios quiere, el poder de Rouco. Hoy por hoy, incombustible. Pero tres años no son nada para el que tiene que irse. Y son mucho para el que espera llegar.