Enviado a la página web de Redes Cristianas
La España de los patriotas de diseño viene empobreciéndose paulatinamente en distintos aspectos. En economía, casi desde su adhesión a la Europa Comunitaria y paradójicamente pese a los fondos recibidos de ella y sigue recibiendo. Todo empezó cuando los políticos casi recién estrenados, allá por los años 80 del pasado siglo, vieron en esos fondos un suculento botín… Y desde entonces hasta hoy, basándonos en datos fiables, se puede constatar que excepto unos cuantos (unos cuantos en comparación con los 47 millones de habitantes del país) se han enriquecido o siguen enriqueciéndose de manera escandalosa. Pero, aparte de ellos y de los pensionistas (percibir una pensión, aún mínima, tal como están las cosas es una suerte de riqueza), el resto a duras penas se mantiene con el poder adquisitivo de hace 20 años o vive a salto de mata que es tanto como decir incertidumbre, zozobra y precariedad.
Pero no sólo ha empobrecido España en lo económico. También en otros ámbitos aunque, naturalmente, no todas las sensibilidades se resientan de ello por igual. Los siguientes quebrantos que paso a enumerar dejarán indiferente a mucho filisteo, a mucho espíritu vulgar. Pero otros lo compartirán. Por ejemplo en cultura en toda su grandeza, excepto otros cuantos amantes de la universal o la doméstica, firmes en su práctica o en su interés, la mayoría vive ajena a ella, ajena a la lectura y ajena al Arte en todas sus manifestaciones. Unos por desinterés y otros porque han de dedicar todo su tiempo a la supervivencia. No es que España sea un país significativamente culto y muy sesudo precisamente, pues el dogma, la moralidad falsa o superficial y la persecución del libre pensamiento han durado casi hasta ayer. Es cierto que en materia de creatividad ha sido y es muy prolífica; tan prolífica como poco interesada salvo en círculos escasos en comparación con otras naciones europeas. Por ello y porque la inestabilidad en todos los ámbitos nos acompaña ordinariamente, España también culturalmente se empobrece…
Por ejemplo, la pobreza del lenguaje habitual, los usos lingüísticos de las nuevas tecnologías de la comunicación; una marcada y parece que irreversible tendencia a feminizar el lenguaje político con una constante inclusión del sustantivo o el adjetivo femeninos haciendo prolijo el texto hablado o escrito y ridículo el resultado; esa otra tendencia a celebrar fiestas extrañas a nuestra cultura, como Halloween y Fridayblack; la tendencia a expresiones, palabras o camisetas empapadas de lo ?anglosajón??; el cine estadounidense con una cuota de pantalla apabullante; frases rimbombantes de ese mismo cine… todo va penetrando en nuestra vida ordinaria de tal modo que quien no quiera quedarse a la altura de no se sabe qué, hablará y razonará a menudo de todo lo que en conjunto pertenece al proceso implacable de globalización anglosajona que priva a todo de su singularidad y a todo lo despersonaliza.
Así está teniendo lugar la pérdida paulatina de la esencia de lo español de buena ley, que nada tiene que ver con el sentido de ?lo español?? de pasadas y supuestas glorias ni con una unión política de territorios más o menos forzada y artificial. Día tras día se enturbian las señas de identidad ?nacionales?? que algunos o muchos quieren rescatar a la contra, es decir, difuminando o enterrando culturas de nuestro interior, unas veces por razones políticas, otras económicas, otras comerciales y otras inconfesables. Cada causa por su lado…
El caso es que todo eso que llega de fuera atenta contra la riqueza de ?lo español??, entendido no como un estereotipo sino como la suma de sensibilidades de los territorios que conforman la península e islas. La verborrea en el vacío de la nada, unas veces, y la iracundia del charlatán sin más fundamento que mostrarse muy español con banderas, banderitas o exclamaciones y sin más motivo consciente o inconsciente de gozar los aparatosos de ?buena posición??, dominan la escena pública. Lo que no sólo exalta un insano patriotismo, es que lo hace aborrecer.
Y por si fueran pocos los motivos de indignación por los avatares de la puerca política, de la justicia que se esperaba redentora y no lo es, del periodismo que se esperaba objetivo y tampoco lo es, del ámbito religioso y de los residuos del franquismo, rancios y anacrónicos, se acentúan los proverbiales defectos de lo hispano: improvisación, fanfarronería y poca reflexión. Antes quizá influyese en ello el pensamiento, filosofía y sensibilidad religiosos que desde hace dos milenios decretaron una única verdad y un menosprecio de la actitud indagadora intelectual. Pero ahora, sin haberse desfigurado demasiado esa actitud, arrecian la monotonía, la aridez, la mediocridad en la política, en el periodismo y en la estética. Y a la pobreza del lenguaje, repetitivo de los sustantivos y adjetivos sin apenas sinónimos, añadimos la influencia anglosajona citada, podemos añadir el desmantelamiento virtual de la ganadería, de la industria y del I+D. Y si a todo lo dicho unimos una absoluta falta de humor en el parlamento o en la vida pública más allá del que se gasta en las redes sociales, España poco a poco va perdiendo sus señas identitarias como nación soberana. Y las está perdiendo, en la medida que las culturas vasca, catalana, galaica o la andaluza intentan no perder la suya. Y entre tanto, demasiados siguen empeñados en acuñar una patria exclusiva a la medida de su sentido exclusivo y de su exclusiva conveniencia. Así es cómo en la España global todo lo que nos llega es bronco, cutre, grotesco, esperpéntico, provocativo, desafiante, insultante, hipócrita, cínico, aburrido pero alarmante.
En cualquier caso, mi impresión, la impresión de muchos españoles que no son «mucho españoles» sino lo justo, es que la España económica, la España política, la España científica, la España cultural, la España judicial y la España trabajadora llevan camino de pasar, del agudo empobrecimiento en cada una de esas esferas, a las mayores cotas de la miseria de su totalidad…
10 Noviembre 2018