Muere Cassià Maria Just, el abad de Montserrat adelantado a su tiempo
Siete décadas de vida monástica
El elogio unánime dedicado al abad emérito de Montserrat, Cassià Maria Just, muerto ayer, resume las cualidades que concurrieron en quien gobernó los destinos del monasterio benedictino en tiempos difíciles, dio acogida a quienes se opusieron a la dictadura franquista y sintonizó durante la transición con los diferentes registros del catalanismo político.
En las antípodas del dogmatismo eclesial de nuestros días, ofreció siempre una interpretación transversal de la fe católica, apegada a las enseñanzas del Vaticano II y a las necesidades de la restauración de la democracia en España, contribuyó a rescatar del olvido a las víctimas de la dictadura y promovió la reconciliación.
Cassià Maria Just hubiese sufrido enormes problemas de relación con la jerarquía de la Iglesia de hoy, a menudo apocalíptica, como las hubiese tenido seguramente el cardenal Tarancón. Porque el abad personificó la compatibilidad entre la fe religiosa y los valores de una sociedad laica; porque entendió desde que sucedió al abad Escarré que el pensamiento católico no podía ser un elemento hostil a los debates de la modernidad. Al contrario, frente a la acusación de relativismo moral dirigida por la jerarquía católica a las sociedades no confesionales, prefirió perseverar en el diálogo y el pluralismo.
Esta es la herencia que deja el monje Cassià Maria Just. Ni rehuyó el riesgo ni le asustó apartarse de la línea oficial –del encierro antifranquista en el monasterio, en 1970, durante el proceso de Burgos, al viaje de Carod a Perpinyà para entrevistarse con ETA–, defendió la catalanidad sin excluir a nadie y dio siempre con el equilibrio entre el compromiso civil y el religioso.