Durante su comparecencia en la 59 Asamblea General de las Naciones Unidas, el presidente del Gobierno Español José Luis Rodríguez Zapatero propuso, el 21 de septiembre de 2004, la iniciativa de la Alianza de Civilizaciones, copatrocinada por el primer ministro de Turquía Tayyip Erdogan y asumida institucionalmente por el secretario de la ONU Kofi Annan, quien creó el Grupo de Alto Nivel integrado por personalidades relevantes del mundo de la cultura, la política y las religiones. La iniciativa contó con un amplio apoyo en el mundo árabe y musulmán
Occidente, empero, la acogió con tibieza, indiferencia e incluso desdén. Algunos, instalados en un realismo político miope, la calificaron de ingenua e irrealizable. Otros, utilizaron expresiones más gruesas, y la consideraron una estupidez.
Hay quienes, la miraron sin entusiasmo alguno. Reacciones que no eran de extrañar, ya que quienes así opinaban ?y siguen haciéndolo hoy- estaban identificados con la propuesta belicista del choque de civilizaciones de Samuel A. Huntington, que considera el islam como la más beligerante de las tres religiones monoteístas y que se convirtió en el guión de la política internacional durante los ocho años de presidencia de Bush en los Estados Unidos con el aval de Tony Blair y José María Aznar. .
En la dirección de la Alianza de Civilizaciones han ido algunas de las más importantes intervenciones públicas ?viajes, discursos, encuentros- del presidente de los Estados Unidos Barack Hussein Obama. Las más significativas de dichas tomas de postura han sido la visita a Turquía y sus intervenciones públicas en diferentes foros, el discurso de El Cairo el 4 de junio y el reciente viaje a África.
En esta reflexión voy a centrarme en el Discurso de el Cairo, donde se encuentran, creo, las principales claves del verdadero cambio de paradigma que se está produciendo en las relaciones entre Islam y Occidente: del choque al diálogo de civilizaciones, del enfrentamiento entre culturas al diálogo intercultural, de las guerras de religiones al encuentro interreligioso, de la exclusión por razones étnicas a la inclusión, de la coexistencia a la convivencia, de la competitividad entre los pueblos y los continentes a la colaboración en base a los principios comunes de justicia, progreso, tolerancia y respeto por la dignidad de todos los seres humanos. En este artículo voy a referirme sólo a la novedad e importancia que tiene el discurso en el terreno religioso.
Me parece importante subrayar la propia experiencia interreligiosa e intercultural de Obama como la mejor ilustración y ejemplificación de dicho cambio y el mejor punto de partida para hacer realidad su discurso: Obama se confiesa cristiano y practica el cristianismo regularmente. Pero, al mismo tiempo, reconoce en público sus orígenes familiares musulmanes. Durante su niñez vivió en Indonesia, país de mayoría musulmana, en un clima de respeto a la diversidad religiosa. En su juventud trabajó con comunidades islámicas. Ha conocido el islam en tres continentes y ahora lo conoce en el lugar donde, según su propio testimonio, ?fue originariamente revelado??, según dijo en el discurso de El Cairo.
Tras constatar el enorme trauma que supuso el 11 de septiembre para Estados Unidos y considerar comprensibles el temor y la ira que causó el atentado terrorista entre sus conciudadanos, Obama entonó el mea culpa en la mejor tradición cristiana de arrepentimiento y petición de perdón, un mea culpa colectivo por los ?pecados?? de su país. Más aún, reconoció que en algunos casos les llevó ?a actuar contra nuestros ideales??, citando expresamente la ocupación de Iraq, el uso de la tortura y la cárcel de Guantánamo.
El discurso, cuyos ecos siguen oyéndose mes y medio después en todo el planeta y cuyas afirmaciones se citan todavía hoy elogiosamente en todos los foros de diálogo entre civilizaciones, ha contribuido a quebrar cráneos ideológicos, a desmentir fáciles e infundadas identificaciones peyorativas y a invalidar no pocos de los estereotipos instalados desde siglos en el imaginario social de Occidente, como, por ejemplo, asociar miméticamente el islam con el terrorismo y la violencia, con el machismo y la discriminación de la mujer, con el integrismo, el fanatismo y el fundamentalismo, con la hostilidad hacia Estados Unidos y hacia los países de Occidente, con la oposición a la democracia y la negación de los derechos humanos, con el retraso cultural y el tradicionalismo religioso, con el totalitarismo religioso y la negación de la libertad religiosa.
Ciertamente fenómenos de ese tipo se dan en el islam como en otras religiones, culturas y civilizaciones, pero se producen de manera aislada y no pertenecen a la naturaleza del islam, sino que son graves patologías y perversiones. ¿Alguien osaría afirmar que el terrorismo, el machismo, el integrismo y la falta de libertad religiosa constituyen la esencia del cristianismo? Si lo hiciera, sería acusado inmediatamente de demagogo y falseador de la religión cristiana. Y, sin embargo, sí se hace con el islam constantemente, de manera impune y sin rubor. Y parece lo más normal. Nadie se rasga las vestiduras.
Todo lo contrario: los estereotipos se elevan a categoría de verdad; las patologías se consideran parte sustancial del islam. Y la ciudadanía lo ratifica sin apenas oposición o resistencia. Criticar el islam es el deporte occidental, sale muy barato y es lo políticamente correcto. ¡Y ay de quien no lo haga! Quienes intentamos ofrecer una imagen abierta sobre él, quienes estudiamos sus orígenes en busca de las prácticas y los mensajes auténticos, como hacemos con el cristianismo y con el resto de las religiones, quienes queremos recuperar los momentos más creativos de su historia, quienes valoramos positivamente y apoyamos las tendencias reformistas que surgen por doquier en el islam, quienes tendemos puentes de comunicación con dichas tendencias y criticamos el fundamentalismo instalado en las cúpulas y las instituciones musulmanas, somos llamados de todo menos ?bonitos??.
Recibimos todo tipo de descalificaciones, desde la de ingenuidad hasta la de falseamiento de la realidad, y en todos los ámbitos, desde los medios de comunicación hasta los sectores intelectuales occidentales progresistas. Si Juan Damasceno calificaba el islam de herejía del cristianismo, hoy se le califica de herejía contra la modernidad. Y, ya se sabe, criticar la modernidad europea es un pecado de lesa humanidad.
Creo que hay que valorar positivamente de manera muy especial el que, en un clima adverso como el que acabo de describir, Barack Obama se haya distanciado de esos estereotipos y de lo ?políticamente correcto?? en relación con el islam y esté elaborando un discurso respetuoso con él y con el pluralismo religioso y cultural, en actitud de diálogo y en busca de colaboración, inhabitual entre los presidentes norteamericanos.
Frente a la tendencia generalizada en nuestro entorno cultural a contraponer Islam y Occidente como dos civilizaciones en permanente enfrentamiento, Obama defendió que ?Estados Unidos y el Islam no se excluyen ni están en competición??, subrayó en varios momentos del discurso que el Islam es parte de la historia de su país y de Occidente, y reconoció las aportaciones irrenunciables que hizo a la cultura occidental, hasta afirmar que ?preparó el camino para el renacimiento y el siglo de las Luces en Europa??. Especial importancia tiene la referencia elogiosa a la tolerancia en Andalucia (al-Ándalus) y Córdoba, en plena sintonía con el filósofo iraní Ramin Jahanbegloo, que en su obra Elogio de la diversidad habla del ?paradigma Córdoba?? como modelo de convivencia, tolerancia, diversidad religiosa, cultural y lingüística, no exento, ciertamente, de conflictos y enfrentamientos. En el caso de España bien puede afirmarse con Pedro Martínez, una de nuestros más cualificados arabistas, que el islam es ?nuestra alteridentidad??.
no hubo ningún error cuando, en su discurso de El Cairo, Obama habló del clima de tolerancia ?en Andalucía y Córdoba durante la Inquisición??, como han jaleado erróneamente algunos medios de comunicación. Según ha demostrado brillantemente el filólogo Antonio Ruiz Castellanos, Obama se refería al clima inquisitorial que dominaba en en Bagdag en aquella época, al que contrapuso el clima de tolerancia reinante en al-Ándalus durante el califato de Córdoba.
Los presidentes de Estados Unidos son propensos a confesar en público sus creencias religiosas, a citar textos sagrados, la mayoría de las veces de las Escrituras Cristianas, y a referirse a Jesús de Nazaret como ejemplo a imitar. Obama fue más plural en las referencias religiosas: recordó al patriarca Abraham, que está en el origen de las tres religiones monoteístas, hizo mención de los tres profetas más importantes del cristianismo, judaísmo e islam, Moisés, Jesús de Nazaret y Muhammad, y citó textos ?bellísimos, por cierto- del Corán, de la Biblia hebrea y de la Biblia cristiana en favor de la paz. Desde el punto de vista religioso nada hay que objetar al discurso de Obama en El Cairo. Constituye una lección magistral de interculturalidad y un ejemplo de dialogo interreligioso y marca el camino a seguir en la búsqueda de la utopía de otro mundo posible en clave intercultural, interreligiosa, interétnica e interlingüística. A ello cabe añadir el fuerte contenido político, que le llevó a comprometerse con el pueblo palestino y a apostar por la resolución de los conflictos no a través de la vía de la ocupación, de la guerra o de la imposición de regímenes políticos por la fuerza de las armas, sino por el camino de la diplomacia, la negociación y el consenso internacional. Ningún presidente de los Estados Unidos había llegado tan lejos al calificar la situación del pueblo palestino de ?intolerable??, al denunciar con total nitidez la ocupación de Palestina, al condenar los asentamientos israelíes y al reclamar la inmediata creación del Estado palestino. Magnífico discurso el de Obama en El Cairo, pero ¿creíble? Para que lo sea, tienen que darse algunas condiciones. Una, renunciar de una vez por todas a la doctrina excluyente del ?Destino Manifiesto??, tan cercana a la teología política fundamentalista judía del ?Pueblo Elegido?? y de la ?Tierra Prometida?? y al principio todavía vigente en el catolicismo romano ?Fuera de la Iglesia no hay salvación??, al tiempo que tan arraigada en la ciudadanía estadounidense y tan cara a los presidentes norteamericanos. Otra, respetar en Estados Unidos la libertad religiosa, la igualdad de todas las religiones y la diversidad cultural en su propio país, lo que implica no demonizar, criminalizar o culpabilizar a las minorías religiosas, culturales, lingüísticas y étnica, y menos aún a los musulmanes. Y la más importante, pasar del discurso programático a la acción política para hacer realidad el programa propuesto.
En relación con el islam, me parece fundamental que continúe con los procesos de cambio y transformación ya iniciados en todos los terrenos: el filosófico y el teológico, el intelectual y el práctico, el religioso y el político, el social y el económico, el familiar y el laboral, el ético y el jurídico, el personal y el estructural. Procesos que no tienen por qué seguir el ritmo de los cambios producidos en Occidente, aunque en algunos casos pueden y deben ser convergentes. En esa dirección van los movimientos de solidaridad inspirados en la ética solidaria del Corán y sus correspondientes teologías de la liberación, los movimientos de emancipación de la mujer, los estudios desde la perspectiva de género y sus correspondientes teologías feministas, las iniciativas de diálogo intercultural e interreligioso e interétnico y sus correspondientes teologías del pluralismo religioso, el recurso a los métodos históricos-críticos en el estudio de los textos fundantes del islam y de manera especial la iniciativa de un centenar de expertos en la universidad de Ankara de estudiar los hadices con la intención de adaptar el islam a los nuevos contextos culturales y de deslegitimar prácticas discriminatorias como las llevadas a cabo contra las mujeres; los movimientos de lucha contra la globalización neoliberal, la reforma de los códigos de familia.
En conclusión, el futuro de la humanidad, y el de Occidente en particular, no pueden construirse al margen, por encima o en contra del islam, sino en colaboración y diálogo con él. No en vano una quinta parte de la humanidad está vinculada a la religión musulmana, que está viviendo un momento de gran vitalidad, posee un enorme protagonismo tanto a nivel político y religioso en la esfera política internacional, y, desde hace catorce siglos ?en 610 E. C. comenzaron las revelaciones al Profeta- y de manera ininterrumpida, viene siendo una fuente inagotable de espiritualidad de la que han bebido y siguen bebiendo miles de millones de seres humanos.
Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones ?Ignacio Ellacuría??, de la universidad Carlos III de Madrid y autor de Islam. Cultura, religión y política (Trotta, Madrid, 2009).