“Bienvenido Antonio, tus parroquias estamos contigo”El sacerdote: “Espero poder pagarles con mi cariño y mi ayuda”. Aplausos de los que salen del alma, mucha emoción contenida, como es natural en los campesinos gallegos, y dos pancartas en gallego en el campanario que rezan: «Bienvenido Antonio, as tuas parroquias estamos contigo».
Así recibieron en sus parroquias de Piñor, comenzando por Carballeda, a Antonio Fernández Blanco, el cura que dejó la política por Dios y por sus feligreses y al que el obispo había suspendido de sus funciones. Reintegrado «provisionalmente», sus fieles están rebosantes de alegría: «Volvemos a tener con nosotros al mejor cura de Ourense», dicen abiertamente. Y el sacerdote, agradecido y emocionado, les contesta: «Espero poder pagarles con mi cariño y mi ayuda».
Cae una lluvia fina en la parroquia de Carballeda, del ayuntamiento de Piñor, en la zona ourensana de Cea, famosa por su extraordinario pan. Van a ser las 10 de la mañana y el pueblo de unos 300 habitantes está al completo en la entrada de la iglesia. Hay niños, jóvenes, ancianos y, sobre todo, personas maduras, que es lo que prima en los pueblos rurales de Galicia. Se palpa la emoción de los grades eventos. Hasta hay periodistas y cámaras de la televisión gallega.
Cuando llega el cura, los fieles explotan en una cerrada ovación. Con aplausos secos y estridentes. Como aplauden los campesinos, con sus curtidas manos bien abiertas, para que los aplausos suenen más y mejor.
Alto y bien parecido, Antonio Fernández se baja del coche y saluda emocionado a su gente. Es el regreso del pastor. Y sus ovejas, que lo quieren a rabiar, hacen piña a su lado. El cura estrecha manos y da besos y abrazos a todos Especialmente a los más ancianos. Y para cada uno tiene una palabra de cariño. Para no perder la compostura y no echarse a llorar ante los medios, Antonio utiliza esa sabia y fina ironía gallega: «Pensasteis libraros de mi, pero no lo conseguisteis».
Entre los presentes, el alcalde de Piñor, Francisco Fraga: «Parecía imposible, pero volvió y esperamos que se quede. Es una cura que hace lo que dice, que predica y que da trigo». Muy cerca, Modesto Gómez, el representante de los vecinos y alma mater de la plataforma de apoyo al cura, llama a los periodistas a un aparte y nos lee una pequeña nota que lleva escrita. «Para que no se me olvide ninguno de los puntos esenciales».
En nombre de todos los feligreses, Modesto comienza por dar «las gracias al obispado», aunque se queja de que la vuelta del cura sea sólo «provisional», según las autoridades eclesiásticas. También da las gracias a los medios por el tratamiento de la historia (gracias al caso del cura, Piñor se situó en el mapa nacional) y asegura que la lucha de os vecinos continúa. No se dan por satisfechos con la vuelta del cura. Quieren que se quede definitivamente y que pueda vivir con ellos. Hasta ahora, está de jueves a lunes. Los demás días tiene que ir hasta La Gudiña, a más de 200 kilómetros de distancia, para dar clases de Religión, que es lo de que vive. «Porque aquí no cobra un duro por nada», dice Modesto.
Restaurar la casa del cura
Además, aunque quisiese, Antonio no podría quedarse en sus parroquias, porque la casa del cura, una magnífica rectoral de piedra por fuera está inhabitable por dentro. Por eso, ahora, los vecinos quieren seguir luchando «para que el obispado le repare la casa y pueda vivir en ella», dice Modesto. Y añade más en concreto: «El ministerio de Fomento le pagó al obispado 25.000 euros por el trozo de una finca que expropiaron. Es hora de que al menos inviertan ese dinero en reparar la rectoral». Y hasta ofrece alternativas: «Y si no quieren repararla, que la donen a los vecinos y nosotros se la prepararemos».
Ajeno a las reivindicaciones de Modesto, el sacerdote ya ha entrado en la iglesia, abarrotada. No cabe un alfiler. Hasta la tribuna está llena. Y comienza la misa. Corta (unos 20 minutos), pero intensa y devota. Mitad en gallego y mitad en castellano. Con casulla verde, en el momento de la homilía, Antonio se acerca aún más a su gente e interactúa con ella, ajeno a los flashes y a las cámaras de televisión. Pero siempre con ironía: «No hay como salir en la tele para que venga la gente a misa».
El evangelio de este domingo (Mateo 11, 25-30) dice, entre otras cosas: «Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los humildes y sencillos». El texto le viene a Antonio como anillo al dedo y alaba el valor de lo sencillo y de los sencillos. «Porque Dios sólo nos mandó una cosa, ¿verdad? Párense a pensar un momento que fue lo que nos mandó». Al momento, una señora que se lo sabe contesta: «Amarse unos a otros como Él nos amó». «Efectivamente -corrobora el cura-, el amor vivido con corazón sincero».
Para no alargarse en la prédica, Antonio aprovecha la homilía para dar las gracias a su gente. «Hoy, os doy las gracias públicamente a todos, pero prometo ir por las casa y por los pueblos para agradeceros personalmente lo que hicisteis por mí, dejando las vacas en la cuadra y la hierba en los prados». Porque «esto también valió para unir a las parroquias y a los pueblos».
El párroco reconocía que se encontraba «en una nube, con alitas, como después de tomar un Red bull», pero contuvo la emoción como pudo. «Gracias por estar hoy aquí, conmigo y por apoyarme durante todos estos días, porque los del obispado son duros de roer». Y de nuevo recurre a la ironía: «Estuve una temporada en la UVI, pero ya estoy en planta. Si quieren emociones, pongan un Antonio en sus vidas. Graciñas a todos de corazón». Y en la pequeña iglesia de Carballeda sonó una atronadora ovación.
«No hay cura como éste»
A la salida de misa, la gente se queda en el atrio. Nadie quiere marcharse sin abrazar de nuevo al pastor que está de regreso con los suyos. «Será el próximo beato del lugar», dice un paisano, mientras muestra una lápida de mármol y un busto colocado encima de la puerta de la iglesia: «Beato Juan Jacobo Fernández, nacido el 25 de julio de 1808. Franciscano martirizado en Damasco. Beatificado el 9 de julio de 1860».
«Lo merecería -añade una señora al lado- porque vive lo que dice. Visita a los enfermos, no cobra un duro y, encima, es simpático y nos quiere». Marta Fernández, una chica joven, añade: «Es un cura de los que no hay: buena persona, cariñoso con todos, que cae bien, interactúa con todos y está atento, sobre todo, a los que más lo necesitan». Y cuenta que las Navidades pasadas fue a ver a unos niños, que habían escrito a los Reyes. Y, al saber que sus padres no iban a poder traerles los regalos, se fue a Ourense a comprárselos».
Terminada la misa y el recibimiento en Carballeda, Antonio sigue su periplo. En las otras tres parroquias (Torcela, Corna y Coiras) se repite la historia, con un cura ya más tranquilo sin la presencia de los medios de comunicación. Desde la primera misa en Carballeda los vecinos se hacían apuestas por saber cuánto tiempo iba a aguantar el sacerdote sin llorar. Y, aunque todos apostaban que la emoción era mucha y terminaría venciéndole, la verdad es que Antonio mantuvo el tipo y se tragó la emoción.
Eso sí, confesaba que «la procesión va por dentro». Nunca olvidará esta lección de solidaridad y de amor de sus fieles. Y así lo dice en «Apoio a Don Antonio», la plataforma creada en Facebook para defenderlo: «Lo que están haciendo por mí no hay dinero que lo pague, aunque ya sé que no lo hacen por dinero. Estoy en deuda con todos y cada uno de ustedes, amigos de siempre y de ahora. No es fácil transmitir lo que siento, pero sí puedo decirles que siento agradecimiento y orgullo por ustedes. También reconozco su valentía y su unión. La suya también es voz de Dios. En ustedes está patente el espíritu de Dios que se revela ante la injusticia. Gracias, amigos».