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La convicción de que es imposible ser ?honrado?? como político está cada vez más extendida y también aquella otra de que ?ser cristiano?? es garantía de altura moral. Ambas convicciones llevan consigo cierto grado considerable de probabilidad interna. No obstante, ninguna de las dos puede tomarse de modo absoluto. La actividad política no tiene por qué llevar a la corrupción. Y no siempre una conciencia y actividad cristiana están cualificadas por una elevada ética. Pero, a pesar de las dificultades, ha de quedar abierto un camino para la actuación política sobre la base de motivos cristianos.
El poder hay que entenderlo como la potencialidad que capacita para ejercer de una manera eficaz un servicio. No se puede confundir el ?poder?? con la ?fuerza??. El ciudadano necesita ver lo positivo y bueno de todo aquello que ordene quien gobierne, entonces puede decirse que este es buen gobernante. Pero siempre, al gobernar para todos, habrá algunos ciudadanos que pretenderán no aceptar lo propuesto. Hay que recordar que justicia no está reñida con bondad; todo lo contrario, nadie puede ser bueno si no se es justo.
En los momentos actuales están saliendo tantos personajes que han aprovechado la política para enriquecerse que se tiene el peligro de dudar ya de todo y de todos. Es cierto que existe peligro de aprovechar la política para intereses personales, Hay que estar convencido de que, en el ámbito político, el valor más importante, entre todos los valores, es la persona humana, su dignidad y su integridad. Todo esfuerzo político ha de estar ordenado a favorecer las condiciones para que a todos les sea posible protegerse y desarrollarse como persona libre.
De aquí se desprende que el esfuerzo del político ha de ser fomentar un ambiente que favorezca el despliegue del desarrollo personal del individuo. Si en nuestros días es amenazador el peligro de la destrucción del individuo, habrá que dejar claro los límites entre individuo y comunidad social. Por ello, el político ha de poner todo su empeño en proteger la intangibilidad del derecho y la libertad de su dispensación. En democracia es donde es realizable esta posibilidad.
La situación del político cristiano es problemática y difícil. Por una parte, ciertos principios cristianos entran en escena rodeados de extraña penumbra. Y por otra, como político, sólo puede pretender lo universalmente válido, que es lo único que puede ser impuesto a través del cumplimiento de la norma. Comunidad política e Iglesia son independientes, cada una en su terreno, pero buscando el bien común Ambas, aunque por diverso título, están al servicio de la vocación personal y social del hombre. Este servicio lo realizarán con tanta mayor eficacia, cuanto más sana y mejor sea la cooperación.
Sería absurdo plantearse, en los momentos actuales, poner límites al compromiso político y a la actividad cristiana, desempeñados al mismo tiempo. No tendría sentido cuando el Concilio Vaticano II «alaba y estima la labor de quiénes, al servicio del hombre, se consagran al bien de la cosa pública y aceptan las cargas de este oficio.» Quienes son capaces de ejercer el arte tan difícil y tan noble que es la política, tienen que prepararse y procurar ejercitarla con olvido del propio interés y de toda ganancia banal.
La mejor manera de llegar a una política auténticamente humana es fomentar el sentido interior de la justicia, de la benevolencia y del servicio al bien común. El bien común abarca el conjunto de aquellas condiciones de vida social con las cuales los hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr con mayor plenitud y facilidad su propia perfección.
Juandediosrd|hotmail.com