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El Congreso al que no fui -- Carlos Osma

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Lupa Protestante

Ya tenía escrito el artículo de esta quincena, iba a hablar sobre la navidad y las familias, pero esta noche cuando he visitado La Lupa, y he leído unas cuantas crónicas sobre El Congreso Evangélico, he pensado que, aunque me había jurado que no hablaría de este evento, podría escribir sobre él para aportar otra perspectiva: la de las personas que lo hemos vivido desde fuera. Y no porque vivamos a cientos de kilómetros de distancia y hayamos pensado que mejor no coger un tren que tenga como destino Barcelona, (ya se sabe que nunca hubiéramos llegado), sino porque ya sabemos por experiencia donde no somos bien recibidos.

No lo recuerdo exactamente, pero creo que fue hace pocos meses, cuando vi por primera vez el programa del Congreso. No voy a ocultarlo, lo primero que hice, aunque ya sabía que se había rechazado hablar sobre homosexualidad, fue repasar los títulos de seminarios y talleres, con la esperanza de que al final hubiese habido un poco de cordura, (por no decir responsabilidad cristiana), pero no fue así, no hubo fortuna.

Al terminar esta pequeña reflexión pasé a apuntar uno por uno los temas que planteaban dichos seminarios y talleres, y aunque había algunos que tenían cierta relevancia, en el mundo en que vivimos, me pareció que en general era hablar de lo de siempre. Me resultó poco ambicioso, poco objetivo, bastante insustancial. Hace diez años, o incluso veinte, se hubiese podido hablar de lo mismo sin demasiados cambios.

Finalmente me llamó profundamente la atención, no sólo que no hubiese ninguna mujer a la que se considerará capacitada para dar alguna de las cuatro plenarias, sino que de entre los treinta y siete ponentes, sólo hubiese cuatro mujeres, poco más del diez por ciento. Hecho que debe decirnos algo sobre la mentalidad de las iglesias evangélicas en España, teniendo en cuenta que FEREDE afirma que el cincuenta y uno por ciento de los evangélicos de nuestro país, son mujeres.

Aunque ya había decidido que en estas condiciones era mejor no asistir, me enteré más tarde de que el número de excluidos era más alto del que yo pensaba. Ya algunos lo comenzaron a llamar el Congreso de no todos los protestantes(1), porque los que organizaban este Congreso, marginaban a los que consideraban alejados de “la doctrina oficial”. Pablo Simarro, presidente del VII Congreso, salió rápidamente a abrir las puertas a todos los que se sentían excluidos, afirmando: “Si miramos con lupa todo lo que hacen los demás…., a lo peor nos pasa que ampliamos lo pequeño, y dejamos de ver el conjunto, es decir que perdemos la perspectiva”(2). Simarro no podía ver, que aquello que él considera “lo pequeño”, era sin necesidad de ampliación alguna, de dimensiones desproporcionadas para algunos de sus hermanos.

Cuando ya lo había olvidado , por razones diversas, tuve que asistir a una reunión del Consell Evangélic de Catalunya donde se facilitó informaron del Congreso. Me alegró ver, como algunos de los asistentes propusieron que se introdujesen contenidos más actuales y relevantes, ante los que tiene que dialogar y discernir la Iglesia Protestante de nuestro país. De todas formas, y aunque tengo constancia de que con anterioridad se había pedido incluir otros temas, se lamentó que las propuestas llegaran tarde, y se recordó que los contenidos ya se habían consensuado.

Si dio tiempo a organizar, casi en el último momento, el “Acto por la Paz”. Un acto que pretendía: “promover la paz verdadera, aquella que está arraigada en nuestra experiencia de fe en Jesús”. Una paz que, parece ser, tiene sus límites; los que las iglesias más conservadoras consideran correctos. La denuncia de conflictos bélicos, violencia doméstica o intolerancia hacia personas de otras culturas, es urgente y forma parte del llamado cristiano. En esto seguro que nos encontramos todos, y espero que se haya decidido tomar algún tipo de iniciativa más allá de las palabras. Pero: ¿por qué no hablar también de la paz hipócrita, de las paces que son fruto de una imposición, o de las promesas cristianas de paz que producen alienación? Temas también cercanos a nuestra experiencia como evangélicos.

Por fin llegó la semana del Congreso, y pude ver como tuvo cierta repercusión en los medios. Los informativos de TV3, la televisión de Cataluña, se hicieron eco del acontecimiento. Explicaron por ejemplo que los evangélicos somos la segunda religión del país, y que pedíamos al Gobierno más neutralidad en el trato que éste daba a las diferentes religiones del Estado. Pero el final de la noticia me dejó perplejo, decía algo así como que la Iglesia Metodista no participaba en el Congreso por su postura favorable a la aceptación de los homosexuales.

Sin quererlo, preferí engañarme durante unos minutos imaginando que la Iglesia Metodista, había hecho un comunicado similar al que hace poco más de un mes hicieron los Metodistas, Bautistas y Valdenses italianos: “La Asamblea/Sínodo…confiesa el pecado de la discriminación de la persona homosexual, y condena cualquier violencia verbal, física y psicológica…. pretende contribuir a una cultura del respeto, de la escucha y del diálogo…invita a la iglesia a acoger a la persona homosexual sin ninguna discriminación, y bajo la óptica de un estado laico, a sostener y promover concretamente iniciativas destinadas a reconocer los derechos civiles de las personas y de las parejas discriminadas por razón de su orientación sexual”. Pero, rápidamente volví a la dura realidad de las Iglesias Metodistas que forman parte de la Iglesia Evangélica Española, que no sólo está muy lejos de hacer un comunicado similar, sino que a pesar de que hace más de dos años propuso impulsar un proceso de reflexión sobre el tema, no parece decidida a llevarlo adelante.

Definitivamente terminó el Congreso Evangélico, muchos dicen que habrá que esperar unos diez años para el siguiente. Podemos ser positivos y pensar que es tiempo suficiente para encontrar puentes que unan las posturas, “a priori”, más irreconciliables; no se debería perder la esperanza. Pero como mínimo deberíamos ser realistas y exigir que aunque las diferencias sean irreconciliables, el futuro VIII Congreso Evangélico, sea realmente un lugar de encuentro entre todos los cristianos evangélicos, que muestre todas las sensibilidades que existen dentro de la diversidad de denominaciones, y que, ante todo, sea capaz de responder o incluso de avanzarse a las necesidades de la sociedad a la que Dios le ha llamado a servir: la sociedad española.

Carlos Osma

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