El cardenal de Madrid, Antonio M. Rouco, dijo en una misa en el centro de la capital y ante cientos de miles de personas, que el futuro de Europa está ligado al futuro de la familia, es decir, que el futuro de de Europa depende del futuro de la institución familiar. Por supuesto, esta afirmación del cardenal Rouco, a mi manera de ver, merece ser tomada muy en serio. Porque está demostrado por la experiencia que cuando, en una sociedad, la estabilidad de la institución familiar se deshace, por eso mismo el tejido social se descompone.
Y cuando el tejido social, en un país, en un pueblo, en una cultura, se desintegra, las consecuencias son imprevisibles. Por ejemplo, una sociedad rota, de esa manera, es una sociedad en la que inevitablemente se desencadenan formas de violencia que no imaginamos: violencia de de los hombres contra las mujeres; y de éstas contra los hombres. Y, lo que es más preocupante, la violencia contra los hijos, contra los niños, en todas las formas imaginables. Por eso, creo que el cardenal Rouco ha hecho bien en recordar la importancia de la estanilidad de la familia para asegurar así la estabilidad de la soxiedad en Europa. Es un tema capital y en el que nos jugamos mucho.
Pero me sospecho que la propuesta de Rouco apunta a algo más concreto. No se trata, en esta propuesta, de asegurar la estabilidad de la familia, sino de un modelo de familia. Se trata del modelo de familia tradicional: «un hombre y una mujer que se unen indisolublemente para tener todos los hijos que Dios les mande». Lo cual quiere decir que los divorciados, las madres solteras, los padres solteros, los homosexuales, las parejas de hecho y, por supuesto, los padres y madres que deciden tener sólo un hijo o, a lo sumo dos, todas esas personas (que son la inmensa mayoría de los ciudadanos de la Unión Europea) le están haciendo un daño irreparable al futuro de Europa.
Esto es lo que se deduce, en sana lógica, del discurso del cardenal Rouco. Por lo tanto, a juico de Rouco, Europa irá bien el día que las familias tengan todos los hijos que puedan. Y el día en que los divorciados, solteros/as con hijos, los homosexuales… sean excluidos, en la medida de lo posible, de la vida social, de las instituciones y de la construción de Europa.
Pero, ¿es esto realmente posible? ¿es esto lo que más le conviene a Europa en los tiempos que vivimos? Por ejemplo, si las familias han de tener todos los hijos «que Dios les mande», es seguro que habrá habrá muchas familias que media docena (o más) de hijos. Como es lógico, esto tendría una serie de consecuencias: las viviendas tendrían que ser más grandes, las mujeres no podrían tener un trabajo o ejercer una profesión, ya que tendrían que estar en casa criando a los hijos, la fuente de ingresos en la cada casa sería sólo el hombre, con lo que la desigualdad (de hecho) entre hombres y mujeres se perpetuaría, y así sucesivamente.
Es el modelo de familia que defiende, a capa y espada, el Movimiento Neocatecumenal, uno de los grupos más integristas y fundamentalistas que hay en la Iglesia en este momento. Con lo cual, lo que estoy diciendo es que la propuesta de Rouco consiste en que el futuro de Europa está vinculado al proyecto de Quico Argüeyo. Se trata, pues, de una propuesta tan seria como sorprendente. Es desuponer que el Papa sabe todo esto y está de acuerdo con ello. Y uno se pregunta: ¿es posible que imaginar que el el portavoz de la voluntad de Dios para estos tiempos sea el señor Argüeyo?