El banquete del corrupto Baltasar -- Pablo Herrero Hernández, laico Sacramentino, traductor de la revista Ecclesia

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Eclesalia

Tanto en su magisterio más público como en el más discreto de sus reflexiones diarias en Santa Marta, el papa Francisco insiste en distinguir entre el pecado, en el que todos caemos, y la corrupción, esa institucionalización, esclerotización o elevación a sistema del pecado, que trae consigo, entre otros males, la pérdida de conciencia del mal que se comete. Y, dentro de esta corrupción, el Papa reserva palabras durísimas ?auténticamente proféticas y evangélicas? a los laicos cristianos que practican la corrupción instrumentalizando a la Iglesia e implicándola en su propia corrupción («¡Yo soy un benefactor de la Iglesia! Meto la mano en el bolsillo y doy a la Iglesia. Pero con la otra mano, roba: al Estado, a los pobres?? Roba») y, aún en mayor medida, a todos aquellos «cristianos corruptos, sacerdotes corruptos […] que no viven en el espíritu del Evangelio, sino en el espíritu de la mundanidad».

En el Oficio de Lecturas se propone a nuestra oración y meditación, entre otros relatos, el famoso banquete de Baltasar, del libro de Daniel (5, 1-30). En este episodio, como es sabido, el hijo de Nabucodonosor manda traer los vasos de oro y plata de los que su padre se había apoderado en el templo de Jerusalén, para beber en ellos él mismo con toda su corte: «Cuando trajeron los vasos de oro que habían cogido en el templo de Jerusalén, brindaron con ellos el rey y sus nobles, sus mujeres y sus concubinas. Y mientras bebían vino, alababan a sus dioses de oro y plata, de bronce y hierro, de madera y piedra» (vv. 3-4). Al explicar Daniel el sentido de las misteriosas palabras trazadas en la pared de la sala del banquete por unos «dedos de mano humana», el profeta hace hincapié precisamente en esta conducta del rey como desencadenante de la ruina suya y de su reino: «Te has rebelado contra el Señor del cielo y has hecho traer a tu presencia los vasos de su templo, para beber vino en ellos en compañía de tus nobles, tus mujeres y tus concubinas. Has alabado a dioses de plata y oro, de bronce y hierro, de madera y piedra, que ni ven, ni oyen, ni entienden; mientras que al Dios dueño de tu vida y tus empresas no lo has honrado» (v. 23).

Enseguida pienso que esta famosa escena bíblica ?tan pictórica y «oriental» como la de la danza de la hija de Herodías? recobraba para nosotros, hoy, toda su densidad de Palabra de Dios como condena de esa misma corrupción tan denunciada por el Papa, consistente en emplear y dedicar las riquezas de fe y de gracia de la Iglesia ?los «vasos de oro y plata» del Templo? para hacer carrera en el escalafón eclesiástico, para vivir según principios mundanos, y no cristianos, rindiendo culto a los ídolos de la riqueza, del poder y de la violencia ?la acción de «brindar» precisamente en esos vasos sagrados, alabando a «dioses de plata y oro, de bronce y hierro, de madera y piedra»?.

Pero la Palabra de Dios no es arma arrojadiza que debamos lanzar contra los demás sin dejarnos cuestionar y encausar por ella: nos interpela siempre a todos y a cada uno de nosotros, y esta página de Daniel también puede precavernos hoy a los laicos comprometidos en la Iglesia y con ella, impulsándonos a discernir una y otra vez si y en qué medida, al poner al servicio de la comunidad nuestros respectivos y diferentes dones y talentos, buscamos la realización y el aplauso humanos en vez de esa gloria de Dios que es la vida ?abundante y en plenitud? de cada uno de nuestros hermanos.

pabloherrero.hernandez@gmail.com

MADRID.

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