El amor y su mística -- Andrés Ortiz-Osés

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El auténtico amor tiene un sentido místico, lo mismo que la auténtica mística tiene un sentido amoroso. El amor y la mística suelen separarse en nuestra sociedad secularizada, pero no son incompatibles sino indisociables. El amor sin mística es mera carnaza, y la mística sin amor sería abstracta o deletérea. Amor y mística, mística y amor, se coimplican o codicen mutuamente, a pesar de nuestro asombro profano, precisamente porque ambos se concitan o intersectan en la experiencia o vivencia de lo sagrado, cuyo significado es lo religioso o religador.

El amor específicamente humano dice afección anímica, mediadora entre el cuerpo o lo corporal y el espíritu o lo espiritual. Paralelamente, la mística codice aferencia o afección humana del sentido, interpretado como amor radical y trascendental. Tenemos pues por una parte que el amor humano es el ?fratrimonio?? o hermandad propia del alma, la cual hermana el cuerpo y el espíritu. Por su parte, la mística se sitúa también medialmente entre el mito que remite al pasado terrestre y la utopía que remite al futuro celeste, en un presente fratriarcal que interioriza el sentido de la común realidad; pero no un sentido externo o superficial, sino un sentido interno o interior.

En su mera exterioridad el amor es física y química, biología, mas en su interioridad es psicología y mística. Y viceversa, la mística vista exteriormente es irradiación o efluvio psicosomático, pero interiormente exalta el sentido del amor unitario con la trascendencia. Tanto en el amor como en la mística hay una especie de éxtasis o arrobamiento por el otro mundano o por el Otro divino, aunque yo hablaría más bien de ?énstasis?? o recogimiento íntimo. Mientras que el éxtasis es un arrebatamiento que te saca fuera de ti, el ?énstasis?? es un acogimiento o implicación que te introvierte y extrovierte, por cuanto abre la propia intimidad al otro u otredad. El éxtasis anula los sentidos, el ?énstasis?? asume lo sentido y lo revierte en sentido consentido.

En el Cantar de los cantares de Salomón se describe a la vez el amor y la mística, así pues la mística del amor. Por su parte, en el ?xtasis o transverberación de santa Teresa por Bernini, se esculpe la mística y el amor, así pues el amor místico. Pero quizás la figura que mejor aúna el amor místico sea la Magdalena, la enigmática amiga de Jesús con su amor abierto y misterioso, pleno y personal, íntimo. Se trata de un amor sublimado y trasfigurado, un amor cantado por Juan de la Cruz poéticamente, ya que el amor y la mística se dan cita cuasi erótica en la poesía. Pues solo esta poesía es capaz de captar el estremecimiento del amor místico y su luz oscura, así como el sentimiento oceánico de la existencia, procedente de la antigua religión animista de la humanidad.

Inevitablemente la metodología del auténtico amor coincide fundamentalmente con la metodología mística. En efecto, en el amor místico podemos discernir un primer movimiento de catarsis o purificación, purgación o vaciamiento de lo externo y mundanal, con el fin de concentrarse en la nueva luz emergente y su iluminación ensoñadora, hasta lograr la unificación o religación entre el yo y el otro u Otro. Pero es que amar radicalmente al otro es amarlo en el Otro como sabía el Sócrates platónico y Jesús de Nazaret, y como corrobora la mística sufí de Ibn Arabi. En nuestra sociedad secular parecen de nuevo incomparables el otro humano y el Otro (divino), porque el Dios ha sido avistado como alienante, cuando en verdad personaliza y encarna el amor. Por eso los místicos sufíes se organizan religiosamente en fratrías (tariqas), bajo la protección de un maestro o fratriarca experto en el amor de amistad mística.

La auténtica alienación del amor resulta pues de su ruptura con una mística humana y humanista abierta a lo mistérico. El auténtico amor místico o misticoide se sitúa así entre el puro espiritualismo y el impuro materialismo, a modo de re-mediación de los contrarios. Por eso el amor interhumano de signo misticoide celebra lo sensual y lo sensible, la sensibilidad, porque se define como aferencia o afección, afecto o afición. Frente al amor-pasión, el amor místico es amor pasivo o asuntivo, cuasi femenino, mas frente al amor abstracto es un amor concreto. Yo lo llamaría amor abierto u oblativo, capaz de contemplar y gozar la belleza arquetípica o divina a través de la belleza típica o humana. El amor nos hace transitar los límites y fronteras sin encerrarse en ellos, como le advertía en su día al amigo E.Trías.

Podemos y debemos pues hablar de un auténtico amor místico o misticoide, el cual es un amor del alma o ánima femenina más que del ánimus o ánimo masculino. Es un amor de amistad profunda, la cual conjuga la mutua extrañeza de los amigos con su entrañeza mutua. Es el amor el que articula lo meramente sentido y lo libera simbólicamente en el sentido, cuya celebración amorosa consiste en escanciarlo místicamente. Es cierto que esta capacidad de destilar cuasi alquímicamente lo sentido en el sentido es más propia de una edad ya provecta. El viejo contempla el tiempo del amor en el espacio del trastiempo o eternidad, pasando de la tersura del amor juvenil a la ternura del amor senectil. El viejo es ya capaz de gozar de la afección o afecto como de la herida abierta por la vida que se cauteriza en el amor: un amor que es el sentido existencial atribulado por el sinsentido del desamor.