El Amor y su Misterio -- Andrés Ortiz-Osés

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El amor es un enigma que en el hombre comparece como misterio por su oscuridad. El amor es siempre amor oscuro, siquiera alumbrado o iluminado por la llama viva del propio amor. Pero es una iluminación claroscura, que impide captar el amor precisamente porque el amor es nuestro captor, y su esencia envuelve nuestra existencia. Claro que para muchos pseudoilustrados no hay misterio alguno ni en el amor ni en la vida ni en la existencia, pero se trata de iluminados racioempiristas o materialistas que todo lo reducen a cosas, funciones y máquinas. Pero el amor es inatrapable porque nos atrapa como un sátrapa, procreando y concreando nuestra vida. Por eso no es posible trasformar el misterio del amor en un Ministerio del amor, tal y como es posible un Ministerio de la felicidad, porque el amor no es medible sino inconmensurable.

En la filosofía griega el amor es cósmico y reaparece en el hombre con tal fuerza natural que arriba hasta lo divino y la divinidad. Diotima define el amor como un demon o duende que nos trasporta del eros dionisíaco sensual al logos apolíneo o divino. Pero en el pensamiento griego Dios no es el amante sino lo amado, un Dios externo y espacial, olímpico, de carácter mítico o naturalista. Frente a ello, la nueva divinidad cristiana es un Dios del tiempo interior, íntimo, ya no natural sino místico.
Frente al amor pagano natural, el amor cristiano es sobre-natural, así pues intimidad y apertura de la finitud al infinito. Mientras que el amor griego es inspiración ascensional, el amor cristiano es espiración o descenso, no ya aspiración cuanto gracia o donación. Ahora el amor ya no es un demon o duende que busca lo que le falta y da lo que le sobra, sino que es sagrado o divino porque el propio Dios es amor.

Será san Agustín quien realice una cierta síntesis greco-cristiana, al definir al Dios del amor como exterior o superior e interior o íntimo. Se trata de una visión del amor como cósmico o natural y de una concomitante audición del amor como íntimo o personal. Toda la conciencia humana es una conciencia amorosa, por cuanto afectada por la realidad, de modo que cabe concebir el amor no solo como el camino hacia el bien, sino como el bien mismo universal. El camino del amor es así el sendero como destino, así pues el sentido de la vida y de la existencia. En este contexto del amor radical, este es el que crea el sentido existencial.

El amor comparece como conciencia trascendente y actitud radical, así pues como potencia anímica o afectiva del mundo, frente a la desafección, el rencor y el odio. En su buen libro sobre el amor, el filósofo catalán exiliado en México, Joaquín Xirau, intenta concebir el amor teóricamente como amor puro o puro amor, basado en una concepción trascendental del valor del ser. Sin embargo, no compartimos la pureza del amor humano ni siquiera teóricamente, porque la esencia del amor es existencial, y ello dice impura o encarnada, abigarrada, implicando los bajos fondos de nuestra vida. Por ello el amor resulta un misterio de misterios, gozosos y dolorosos, gloriosos, luminosos y opacos. Pues todo amor es luz oscura, ambivalencia divino-demónica (no necesariamente demoníaca), como la vida misma; lo demás es ingenuidad o beatería.

Incluso el amor místico se realiza entre pucheros y noches oscuras, así pues en medio de los sentidos a la búsqueda febril del sentido. De ahí la ceguera del amor a oscuras, aunque no de los amantes. Pero la mayor ceguera es la del no-amante, el cual juzga el amor desde fuera como un misterio sin misterio, porque no ha sido iniciado por el Dios o Diosa del amor. Es lo que hace el observador aséptico presuntamente científico, desde su abstraccionismo denegador de lo concreto y vital. Ya decía Aristóteles que la ciencia solo es de lo general, pero no de lo concreto y existencial o personal, de modo que intenta reducir la vivencia o experiencia del amor en su urdimbre viva a una estructura o esqueleto muerto. Y es que el análisis cuantitativo disuelve, mientras que la síntesis cualitativa resuelve. El amor es el patrimonio o mejor ?fratrimonio?? de la razón impura, que es el corazón. Por eso no es el mero camino hacia el bien, sino el camino del bien. Y por lo mismo es el remedio del mal, aunque el propio amor no tiene remedio: porque resulta irremediable al ser el propio medio/mediación amorosa o afectiva del mundo. O el amor como aferencia del sentido en cuanto valor interpersonal.