En secreto, como se hacen las cosas que se quiere lleguen a buen puerto (o las que no se sabe no se van a entender entre el pueblo llano), representantes vaticanos y de la Fraternidad San Pío X (lefebvrianos) se reunieron ayer en Roma. El Vaticano no quiso hacer valoración alguna sobre la misma, ni siquiera confirmarla, lo cual da la clave de la relevancia de la misma.
El acuerdo con los lefebvrianos está al caer: una prelatura personal, y el permiso para no sólo practicar, sino fomentar, el uso de las misas en latín y de espaldas al pueblo; también, de paso, el camino decisivo hacia una nueva liturgia al estilo de lo que en su día informó Andrea Tornielli y que, pese a los desmentidos, va camino de cumplirse. Benedicto XVI, incluso, estaría dispuesto a que la aceptación del Concilio Vaticano II por parte de los seguidores de Lefebvre se hiciera de modo privado, y con las dudas planteadas por la rama tradicionalista, a excepción de lo relativo al diálogo con los judíos, empeño personal del Papa. En la práctica, el certificado de defunción de buena parte de las aspiraciones surgidas tras el Concilio. Sólo de una parte, pues afortunadamente el soplo de aire fresco permanece en los corazones, en el espíritu, y en la vida comunitaria de la gran mayoría de los seguidores de Jesús en el mundo.
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