En nuestra sociedad actual impera una forma de entender la economía y su rentabilidad económica y financiera, basada en unos valores que no tienen nada que ver con la ética, la responsabilidad social y el desarrollo endógeno y armónico de los pueblos y territorios. Esta forma de entender e imponer el valor del beneficio financiero por encima de cualquier otro valor social, cultural y humano se ha venido globalizando a nivel planetario y en los últimos años ha acelerado aún más su omnipresencia, de tal manera que la globalización económica e ideológica que se ha adueñado de nuestro mundo, unido al avance de la sociedad de consumo, hacen cada vez más difícil que de forma natural nazcan y se articulen experiencias de carácter social en lo económico.
Efectivamente, la concepción de una economía cada vez más carente de elementos ideológicos o éticos y la aceptación de la racionalidad y el utilitarismo como criterios de comportamiento fundamentales en la toma de decisiones en la economía cotidiana, suponen una pérdida de conciencia de la responsabilidad del comportamiento del homo economicus -o como lo llama Adela Cortina homo consumens- en el que parece haberse convertido el ser humano.
Sin embargo, con el inicio de este siglo se ha empezado a cuestionar y trabajar, de una forma decidida, el comportamiento ético de las empresas. El fenómeno de la globalización y el acceso cada vez más amplio a la información hacen que se conozcan mejor las conductas y las consecuencias de las mismas, y que la sociedad en su conjunto (consumidores, ciudadanos, organizaciones, partidos políticos, sindicatos, etc.) demande de las empresas un comportamiento más limpio y dentro de los cauces democráticos y de respeto a los demás. La sociedad parece estar cambiando de forma de pensar de manera importante en los últimos años. Cada día tienen más importancia los valores sociales, y la implicación de las personas con diferentes causas y organizaciones del ámbito del llamado tercer sector. Ser ético es rentable y genera oportunidades de negocio, parece ser el lema. Ser bueno es conveniente para la empresa, ya sea porque -Teoría de los recursos sobrantes- la disponibilidad de recursos permite invertir en acciones socialmente responsables, o bien porque -Teoría de la buena gestión- los grupos de interés más satisfechos suponen mayor crecimiento. No obstante este planteamiento puede llegar a confundir la misión de la empresa con una cierta falsa responsabilidad basada en «lo conveniente».
Así, el sistema de Gestión ?tica propuesto por FORETICA; los grupos de trabajo de la certificadora AENOR; El foro de Reputación Corporativa; el índice MERCO de reputación corporativa; las iniciativas de la Fundación Empresa y Sociedad, con los premios a la mejor acción social de la empresa y sus propuestas de memorias de acción social; los estudios y el anuario de la Fundación Ecología y Desarrollo; el código de buen gobierno de las empresas cotizadas, también conocido como el informe Aldama (antes código Olivenza); el Global Compact o Pacto Global promovido por la ONU; la propuesta de triple memoria (económica, social y medioambiental) que propone la Global Reporting Initiative; el Libro Verde de la UE; etcétera, son algunas de las iniciativas que en los últimos tiempos proponen ahondar en el compromiso empresarial con el entorno. Sin embargo, algunas preguntas y cuestiones planean alrededor de todas ellas y se podrían resumir en las siguientes: ¿Está de moda ser ?responsable??? ¿Es lícito utilizar la (buena) reputación como factor competitivo?¿Tiene una empresa que justificar su existencia? ¿Es la empresa motor del bien común? ¿Qué han hecho los empresarios para que ser empresario tenga tan mala prensa? ?La creciente preocupación por las cuestiones éticas en ámbitos económicos y profesionales responde a una autentica necesidad y no a una mera moda?? dice José Félix Lozano. Para este profesor la importancia de los valores éticos, entre los que estarían la transparencia, la integridad, la veracidad o la confianza, son esenciales para el desarrollo de unas relaciones económicas eficaces y eficientes.
Responsabilidad social de la empresa
Estamos pues ante un proceso de cambio donde cada vez son más numerosas las empresas que desean asumir plenamente su ?responsabilidad social? (prácticas honestas, transparencia de gestión, armonía con el ambiente exterior…) y han comenzado a poner en marcha programas y actividades en los últimos años. Si la época de los años 80 estuvo caracterizada por la especulación y la maximización del valor para el accionista, olvidándose de alguna manera de este principio, el final de los años 90, lleno de incertidumbre y desconcierto en el ámbito empresarial, parece que ha vuelto a recordarlo: responsabilidad social corporativa, acción social de la empresa, fondos de inversión éticos, marketing con causa, etc., son términos de actualidad en el mundo de los negocios y que, salvando los matices y las críticas de fondo que pudieran hacérseles, ayudan a crear conciencia y son reflejo de esta preocupación. Así, parecen adquirir más relevancia los elementos intangibles -como honestidad, cortesía, trabajo bien hecho- para tener un rendimiento económico elevado. En palabras de Adela Cortina ?generar capital?simpatía resulta imprescindible??
En este marco, la búsqueda de valor añadido a través de nuevos valores acordes con los del propio consumidor y la búsqueda de atributos éticos a los productos dará una ventaja competitiva a aquellas empresas cuyo posicionamiento esté basado en los valores de las personas. Estamos pues ante un proceso de cambio donde cada vez son más numerosas las empresas que desean asumir plenamente su ?responsabilidad social? Sin embargo, lo que no queda claro a estas alturas es si este tipo de comportamientos hacen referencia a posturas meramente reactivas, que mejoran la imagen de las empresas o grupos empresariales de cara al incremento de sus cuentas de resultados, pero que no tienen aún integrada esta filosofía ni esta forma de hacer las cosas.
Uno de los principales fines de la empresa es vender productos o servicios y conseguir, en ese intercambio, satisfacer tanto al consumidor como a si misma, mediante la consecución de unos ingresos y unos beneficios que generen riqueza y valor. Este objetivo, legítimo y necesario para que existan empresas no debe, pues, ser criticado. Sin embargo, esto no debe disminuir en ningún caso la responsabilidad del empresario respecto a lo que ofrece. La responsabilidad de la empresa se centra, en primer lugar, en cumplir con aquellos fines que le son inherentes a su propia actividad (ofrecer productos útiles y en condiciones justas, promover el desarrollo humano de quienes trabajan en ella, procurar la autocontinuidad y su crecimiento razonable), pero, además, debe contribuir a la resolución de situaciones que pueden erosionar el bien común, llevando a cabo acciones que contribuyan a su desarrollo. La ?maximización del valor para el accionista??, sacrosanta fórmula de la economía neoliberal, debe ahora reescribirse tratando de buscar la maximización del valor-felicidad para todos los públicos implicados en el proceso empresarial.
Frente a toda esta ??tica de las consecuencias??, se imponen planteamientos alternativos, de economías más humanas, de empresas sociales y basadas en las personas. La idea más acertada podría ser pensar en la empresa cual buen vecino que construye relaciones continuas y sostenibles con el entorno donde se inserta; que es proactiva con expectativas de la comunidad, sobre todo en los temas críticos (empleo, atención a la diversidad, medioambiente); y que propone programas de apoyo a la comunidad (incremento calidad de vida).
Este es quizás un sustrato teórico interesante, una buena forma de hacer felices a las personas desde la dimensión económica. La idea de ciudadanía económica que señala que el compromiso social pasa por la vida económica remite a que los actos de compromiso real de las personas tienen además de una dimensión ideológica, una dimensión material y concreta para dar respuesta a los problemas detectados en nuestro entorno cotidiano. Parece que vivir de manera parcelada el ocio, la solidaridad y la opción de vida comienza a plantear comportamientos y acciones que van más allá de las actuaciones puntuales para cada uno de estos ámbitos. Así, la gestión del patrimonio privado, de los bienes de cada persona, está perfectamente relacionada e integrada en cómo los seres humanos entienden, defienden y cuestionan el mundo en el que viven. Y algunas empresas no son ajenas a ello.
Economía solidaria
Y un buen ejemplo práctico de que otra economía, otra empresa es posible, es la llamada economía social, solidaria o alternativa que se ha convertido en un movimiento de transformación de la realidad socioeconómica, diverso en cuanto a su procedencia social, forma de organizarse y sector de actuación, pero que tiene en común una misma filosofía, preocupaciones y un esquema de valores.
Desde hace ya algún tiempo existen colectivos, asociaciones, cooperativas, etc., que desde este modelo alternativo ofrecen a los excluidos del mercado de trabajo alternativas para su participación. Asimismo, existe una base social de personas que trabajan por un modelo diferente de consumo y participación en el mercado. Se trata de iniciativas que se basan en la autonomía, la solidaridad y la igualdad, y que a partir de estos valores hacen una lectura diferente de la economía en nuestras sociedades, especialmente del papel del dinero. No sólo se trata de una crítica a las relaciones económicas imperantes y al modelo de empresa tradicional, sino que la ?otra economía?? se materializa en respuestas y soluciones concretas, a la búsqueda de un cambio social mucho más profundo.
La Economía Solidaria surge de la necesidad de dar respuesta a la creciente deshumanización de la economía, al deterioro del medio ambiente y de la calidad de vida, así como a la falta de valores éticos que producen una degradación creciente en la cultura y la educación. Las consecuencias más evidentes de esta deshumanización de la economía son: el incremento de la pobreza y las desigualdades sociales afectando éstas en especial a las mujeres, la exclusión social y económica, el paro y el empleo en precario. La magnitud del problema que nos rodea genera desafíos y exige respuestas que salgan al paso de tantas carencias y deterioros.
Por ello, las empresas que siguen estos planteamientos tiene como misión fundamental potenciar la Economía Solidaria como un instrumento que permita desarrollar una sociedad más justa y solidaria, caminando hacia el desarrollo sostenible y teniendo en cuenta la interdependencia de lo económico, lo social, lo ambiental y lo cultural. Esto es, una economía basada en la calidad de vida de las personas como protagonistas de su propio desarrollo y el de todos, y no como meros súbditos contribuyentes destinatarios de las decisiones de otros.
Uno de los referentes ideológicos que pueden estar en el sustrato de esta forma de hacer empresa sería la carta ?Emprender por un Mundo solidario?. Iniciativa de la Red europea Horizon, adoptada y adaptada por la Red de Economía Alternativa y Solidaria (REAS) española quien expone los principios básicos por los que trabajan las empresas de la socioeconomía solidaria y que son:
o Igualdad: Se trata de satisfacer de manera equilibrada los intereses de todos los protagonistas interesados en las actividades de la empresa u organización. Esto supone que se prefieran modelos de gestión horizontales, sistemas de retribución con pocas diferencias salariales entre los distintos niveles.
o Empleo. Hay que favorecer la creación de empleo estable y el acceso al mismo de personas desfavorecidas o marginadas. Hay que asegurar a cada miembro del personal condiciones de trabajo dignas, estimular su desarrollo y aprendizaje personal y su toma de responsabilidades.
o Medioambiente. Se busca favorecer acciones productos y métodos de producción no perjudiciales para el entorno natural, ni a corto ni a largo plazo. Busca lo local frente a lo alejado, favoreciendo el desarrollo de lo próximo, de la comunidad cercana.
o Cooperación. Se apuesta por la cooperación en vez de por la competencia tanto fuera como dentro de las organizaciones.
o Compromiso con el entorno: Se debe estar plenamente integrado en el entorno social en el que se desarrollan los proyectos, lo cual exige la cooperación con otras organizaciones que afrontan diversos problemas del territorio y la implicación en redes, como único camino para que experiencias solidarias concretas puedan generar un modelo socio-económico alternativo.
o Sin carácter lucrativo: El fin al que se tiende es la promoción humana y social, lo cual no obsta para que sea imprescindible equilibrar la cuenta de ingresos y gastos, e incluso, si es posible, la obtención de beneficios. Ahora bien, los posibles excedentes no se reparten para beneficio particular, sino que revierten en la sociedad mediante el apoyo a proyectos sociales, a nuevas iniciativas solidarias o a programas de cooperación al desarrollo, entre otros.
En definitiva, con estos postulados no se trata tanto de realizar una crítica al modelo de empresa tradicional (crítica muy necesaria, por otra parte), como de materializar esta otra economía en soluciones concretas, a la búsqueda de un cambio social mucho más profundo. De hecho, alandar ya lleva unos cuantos números proponiéndonos estas soluciones prácticas y concretas, desde la sección que lleva el mismo título que este apartado. A esta Economía para la Justicia, algunos, le han llamado movilizar el factor C (Comunidad, Cooperación y Corazón). Comunidad porque se hace con la visión de que lo comunitario está delante de lo individual; Cooperación porque frente a la competitividad, si todos arrimamos el hombro, el resultado es bueno y el proceso para llegar a él es educativo y enriquecedor; Corazón, porque queriéndonos y sonriéndonos más, trabajaremos mejor.