Echarse al monte -- Nacho Dueñas. Cantautor e historiador

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A finales de los años 70, el cantautor tristemente fallecido Joan Baptista Humet, compuso aquello de ?habrá que darnos por vencido / y echarnos al camino / que no hay nortes por aquí??. Me temo que la canción en general, y estos versos en particular, ponen el dedo en la llaga, haciendo gala de una lucidez y un sentido profético que muchos analistas ya quisieran para sí.

Porque la crisis sistémica y epocal es tal que ya no queda la posibilidad de su enmienda, sino sólo de su recambio. De igual modo que un órgano humano devorado por el cáncer ya no permite más que la extirpación para ser sustituido. Me temo que la actual crisis, punta del iceberg de otra mayor y más profunda, ya no permite la salvación del sistema, sino su completa destrucción.

Así, si mañana mismo la recesión, el paro, la inflación y la especulación hubiesen dejado de existir, continuaríamos esquilmando el planeta, explotando el tercer mundo, y reconstruyendo, el definitiva, la sociedad que hemos construido, con antivalores como el materialismo, el hedonismo, la tecnolatría, y todos los restantes elementos de un modo de vida que ha creado a numerosa gente infeliz, deshumanizada, y desprovista de valores espirituales.

Por todo ello, me temo que ya no vale ser ?progresista??, ni ?avanzado??, y ni tan siquiera ?revolucionario??. Ya no se trata sólo, que también, de exigir políticas sociales, organizar manifestaciones, y prestar nuestro tiempo y dinero a causas nobles, por lo general en atención a sectores excluidos o marginados.

Se trata, a mi parecer, de que lo que culturalmente entendemos por Occidente, más allá de su simbología autojustificativa (la democracia, el racionalismo, la ilustración, los derechos humanos, el cristianismo, el progreso??), y atendiendo a sus valores reales (el machismo, el patriarcado, el hedonismo, el monoteísmo antropomorfo y excluyente, el belicismo, el materialismo??), debe morir.

Occidente, por tanto, debe morir para que el hombre pueda vivir. Y debemos matarlo. ¿Cómo? ¿Tomando el poder y obligando a todo el mundo a ser bueno? ¿No fue ese el error de la cristiandad primero y del comunismo después?

En el siglo V de nuestra era, la corrupción del Imperio Romano y de la Iglesia eran tales, que grandes masas de cristianos sinceros se echaron al monte, abandonando sendas estructuras corruptas para vivir, al margen de ellas, una vida sana, pura, fraternal y alternativa. Se fueron al desierto, dando pie al surgimiento del monacato occidental. El Imperio cayó (no así el papado), y si el ideal cristiano se salvó fue quizá gracias a estos antisistema, y no a la estructura greco-latina de la Iglesia.

Esos monjes tuvieron la intuición de irse a vivir al margen de la sistema, pero influyendo en ella. Eran, más que revolucionarios, contraculturales.

Tal vez ellos nos pudieran servir de referente. Para salirnos del sistema, en la medida en que nuestra creatividad y nuestra valentía nos lo vayan permitiendo.

Si queremos salvar a la humanidad, no tenemos más remedio que echarnos al monte. O sea, vivir fuera del sistema. Por ello, de un tiempo a esta parte, se están multiplicando las iniciativas de economía alternativa, autogestionaria, y a escala humana: huertas comunales, autoempleo, boicot a las multinacionales, banco del tiempo, banca ética, ecoaldeas, medios alternativos de comunicación, liquidez monetaria no legal, objeción fiscal, autoconstrucción, comercio justo, anticonsumismo, cooperativismo, medicina holística, ocio alternativo, universidades libres…nubes de mosquito que acabarán derribando al elefante a quien ningún otro elefante puede derribar.

Habrá que aprender de los anarquistas, de la intuición gandhiana de la vuelta a la rueca y la huerta, de su marcha de la sal, para hacer la revolución de la cesta de compra.

Ese paso lo habremos de dar necesariamente. Y, si no estamos dispuestos a dar el paso, deberemos renunciar a construir un mundo mejor. Porque en el fondo no tendríamos fe en el Evangelio: los lirios de campo, el hijo del Hombre que no tiene dónde reclinar la cabeza, el Magnificat de María, y tantas citas que se pueden interpretar en clave antisistema.

Porque, no lo olvidemos, en este kairos que ha llegado, no podremos construir la Jerusalen Celeste si, por más progres o cristianos de base que creamos ser, seguimos con los hábitos de la vieja Babilonia. Si nuestra metanoia es sincera, nos llevará a una koinonía.

Entonces sabremos si de verdad tenemos fe o mera creencia; espiritualidad o mera religiosidad; si somos contraculturales o simples progresistas; si creemos en la utopía o usamos el término por lo bonito que queda.

Pero yo sé de uno que por fe, espiritualidad y contracultura, acabó en la cruz. ¿No éramos seguidores de él?

Pues, ¡a echarse al monte!