¿Dónde está la tolerancia cero con la pederastia, en el caso del colegio Gaztelueta, del Opus Dei? -- Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

(El padre de la víctima de abusos responde al director del colegio Gaztelueta).
Juan Cuatrecasas: «Gaztelueta y, por ende, el Opus Dei, tienen un pederasta en sus filas»
«Esta familia no podrá olvidar todas y cada una de las difamaciones e insultos vertidos durante años contra el joven, su madre y su padre»
Los hechos son, someramente, los siguientes:

En los cursos 2008-2009, y 2009-2010, un alumno del colegio concertado Gaztelueta, del Opus Dei, (localizado en Leioa, Vizcaya), a la sazón con doce (12) y trece (13) años, respectivamente, sufre abusos sexuales, obra de un (ex)profesor del centro, de nombre «Chema», (José María Martínez), situación que lastima profundamente la autoestima del alumno, que, incluso, es ridiculizado en clase por el profesor. En el proceso judicial que siguió a estos sucesos, dos alumnos del cetro, compañeros del niño maltratado, Asier Cuatrecasas, (hijo de Juan Cuatrecasas), admitieron ante el juez que participaron en acciones de acoso y ridiculización del niño abusado, que comenzó a lanzar señales extrañas y raras a su familia, hasta llegar a intentar una vez el suicidio, lanzándose de un coche en marcha.

Cuando la familia tomó conocimiento e la situación de su hijo, la hizo pública, el año 2013, a pesar de las inevitables molestias y vergüenzas inherentes a ese tipo de casos. De hecho, el caso llegó hasta Roma, y la familia recibió una carta del papa Francisco, en la que pedía abrir, el año 2015, un juicio canónico, tras analizar concienzudamente la denuncia que presentó el exalumno, en 2003, por presuntos abusos sexuales. Sin embargo, y de modo sorprendente, el Vaticano comunicó a la familia que el caso había quedado cerrado después de una investigación interna. La principal conclusión era que «los hechos no han sido probados y, en consecuencia, se debe restablecer el buen nombre y la fama del acusado», sin que se pueda adoptar cualquier otra medida jurídica contra el acusado de estos hechos. (Esta manera de proceder del Vaticano, de veras sorprendente, ha sido atribuido por periodistas y conocedores del caso en Vizcaya como prueba de lo larga que es la mano del Opus Dei en esos ambientes vaticanos. La pregunta que me hago, es: ¿tuvo conciencia el Papa de esta marcha atrás, en un asunto tan severamente perfilado por el propio Vaticano)

Después, los abogados de la víctima movieron las teclas, hasta llegar a un proceso penal legal. El profesor ha negado rotundamente los hechos, mientras que el exalumno, quien ha declarado protegido por un biombo, por la impresión que le producía ver a su antiguo profesor, y maltratador, se ha reafirmado en todos los detalles de los abusos que había recogido el ministerio fiscal. La acusación ha pedido diez años d prisión, la fiscalía, tres, y una multa de 40.000 euros, La defensa, mientras tanto, solicita la libre absolución de su defendido.

La declaración del alumno ha resultado sobrecogedora. En ciertos momentos con voz entrecortada, ha detallado como el profesor encausado lo conducía a sus despacho, dejaba la habitación totalmente a oscuras, cerrando puerta y 0persianas, unas veces lo sentaba en sus rodillas, y varias veces lo obligaba a masturbarse. El muchacho ha llegado a precisar, con «vergüenza y culpa», el detalle de que «sentía su erección», Un día le apremió a bajarse los pantalones, y apoyado en una mesa, le «introducía bolígrafos por el ano». Y siguiendo con su testimonio, explicaba cómo el profesor , en sesiones que duraban unos cincuenta minutos, le mostraba fotos de chicas desnudas, mientras lo sometía a tocamientos.

La declaración del alumno ha durado casi dos horas, mientras que la del profesor solo se ha prolongado cuarenta y cinco minutos. Es necesario detallar que el profesor, después de negarlo todo, ha perfilado a su alumno como un joven lleno de problemas, de bajo rendimiento escolar, y ha llegado a afirmar que fue justamente esa situación la que provocó que, con permiso de la dirección del centro, se dedicara de lleno a su formación para mejorar ese rendimiento defectuoso. Y ésta era, pues, la verdadera razón de llevarlo a su despacho, (¡¿?!). «Pero era exclusivamente una atención académica» . Y que cerraba, de hecho, la puerta de su despacho, pero no con llave, de modo que «»cualquiera podría haber entrado». «Yo jamás he hecho eso, ni con él ni con ningún alumno», ha afirmado, indignado, al ser interrogado por los tocamientos en piernas y genitales de su alumno, y, en general, por todo tipo de abusos.

Tras ser publicada en diferentes medios de comunicación la denuncia del Papa, el que era entonces el fiscal superior de Euskadi, Juan Calparoso, abrió una investigación, en enero de 2013, que ocho meses después fue archivada por la misma razón que dieron en el Vaticano para su archivo. Aún así el fiscal constató, en su informe definitivo, que si bien no se podían probar las acusaciones, aún así el relato del denunciante «era coherente». Y al mismo tiempo que era abierta la investigación por la fiscalía superior del País Vasco, enero de 2013, la familia del joven exalumno de Gaztelueta publicó un comunicado confirmando la situación de «tragedia personal» que toda la familia estaba viviendo ante el «presunto acoso y abuso sexual» en la época de su paso por el colegio del Opus. En ese comunicado se criticaba severamente «actitud en todo momento grotesca, intemperante y negligente del director» (del centro), que consideraban «impropia de un colegio que hace de los valores cristianos su santo y seña».

El proceso penal, promovido y potenciado por la familia, siguió su curso, a pesar de las dos suspensiones del mismo, la primera desde Roma, la segunda de la fiscalía vasca. Hace unas semanas se dictó la que hasta ahora es la sentencia final, a espera de los pertinentes recursos. El presunto pederasta ha sido condenado a 11 años de prisión, pero al no ser la sentencia definitiva, todavía están dilucidando si entra, o no, en prisión preventiva. El colegio, como se puede comprobar en el artículo que sobre el «caso Goztelueta», -lo denomino así para fijar el asunto-, que publicó ayer Religión Digital, con encabezamientos tan diáfanos como «La familia de ‘Asier’ pide a la Fiscalía que estudie acciones legales contra el Gaztelueta», ya que «Los portavoces del colegio Gaztelueta ni acatan, ni respetan, ni tampoco reconocen autoridad alguna», por lo que «Acusa al colegio del Opus de «generar alarma social» por avalar la inocencia de un condenado». Esto último se refiere al empecinamiento con el que el Colegio defiende, a ultranza, la inocencia del acusado, a pesar de la contundente condena.

CONCLUSI?N: antes de la última visita del papa Francisco, el arzobispo de esa ciudad reclamó, con un cierto aire de reproche, que en la Iglesia, es decir, su Jerarquía, que es la responsable, y la llamada a controlar, y condenar, estos abusos de pederastia, no podía conformarse con sonoras palabras condenatorias, sino que había que pasar a los hechos: es decir, de las «palabras condenatorias», a las condenas, que, el arzobispo irlandés pedía, fueran «drásticas, duras ejemplarizantes». Una de las conclusiones prioritarias y esenciales, primero para la Iglesia universal, y solo hace poco, para la Conferencia Episcopal Española (CEE), en su última reunión plenaria, y que producía unanimidad, era que los responsables jerárquicos presentasen, lo más rápidamente posible, los presuntos casos de corrupción de menores por parte de clérigos, a las autoridades civiles, policía y tribunales de Justicia.

Pero, o no han dicho nada, o ha caído en saco roto, a tenor de la reacción del colegio del Opus Dei de Gaztelueta, que además de denunciar a la autoridad, después, hay que «aceptar, y respetar, democráticamente, las sentencias». Una cosa son los recursos legales, y otra, muy diferente, e inaceptable, por parte de los prelados de la Iglesia, es el menosprecie, y hasta la tentativa de ridiculización, del trabajo de los jueces.

La familia de Asier Cuatrecasas pregunta, inquieta, y sobresaltada, si ante la incalificable actitud del colegio del Opus, no debería intervenir, y muchos pensamos que ya lo tendrían que haber hecho, el obispado de Bilbao, la Conferencia Episcopal, y hasta el Vaticano. Con esta tibieza, y ante el secretismo y la no poca, sino nula, claridad de las informaciones eclesiásticas, no podemos, después, protestar de las «suposiciones e imaginaciones» de la prensa, en cuestiones como la aparente fuerza del Opus Dei en los despachos, hasta en los de la curia Vaticana. Los que pensamos bien del papa Francisco opinamos que la propia Curia parece hacer lo posible por dejarlo de lado en estas cuestiones espinosas.