Acaba de morir uno de los grandes profetas de nuestro tiempo. Fuimos amigos desde hace treinta años. Conocimos a Don Samuel en el año 1981 en San Cristóbal de Las Casas, cuando comenzaron a llegar a Chiapas los primeros refugiados guatemaltecos. Desde el primer momento me impactó su profundidad humana y espiritual y su firme opción por los pobres. Sabía compaginar la sencillez con una recia personalidad. Vibraba escuchando los relatos de Guatemala. Era un hombre con un corazón que latía al ritmo de los procesos de nuestra América.
Después, tuvimos la dicha de trabajar con a él. Posibilitó que en su diócesis se viviera un nuevo modelo de ser Iglesia en base a cinco líneas pastorales: Opción por los pobres y liberación de los oprimidos; Iglesia abierta al mundo y servidora del pueblo; Responsabilidad compartida y pastoral de conjunto; Inserción en la realidad social, concretamente en las culturas indígenas; Comunión con la Iglesia latinoamericana y universal.
Don Samuel fue padre conciliar. El espíritu del Concilio Vaticano II lo insertó en su misión episcopal durante los más de 45 años que estuvo al frente de la diócesis de San Cristóbal de Las Casas.
Samuel impulsó la renovación de la iglesia diocesana como una gran comunidad de comunidades. Una iglesia participativa, toda ella ministerial y misionera, con una jerarquía de servicio. Una iglesia libre frente al poder y a la riqueza. Una iglesia liberadora y profética, que anuncia con la palabra y el testimonio de vida el mensaje de Jesús y denuncia todo aquello que se opone al plan de Dios. Una iglesia defensora de la vida y de los derechos humanos.
Una iglesia solidaria con el sufrimiento, esperanzas y luchas de los pobres y excluidos, que acogió a más de 40.000 refugiados guatemaltecos en la década de los ochenta. Una iglesia ecuménica, abierta al diálogo, dispuesta a caminar junto a aquellos, cristianos o no cristianos, que también buscan otro mundo posible de justicia y fraternidad. Una iglesia orante, abierta al Espíritu que busca ser signo y anticipo del reino de Dios en la historia.
En su diócesis no se hacía diferencia entre quien es laico o sacerdote, hombre o mujer. Don Samuel ordenó a más de 400 indígenas con el diaconado permanente. Admitió en su diócesis a pastoras y pastores luteranos y de otras iglesias cristianas como agentes de pastoral. Nosotros, como pareja, fuimos aceptados como agentes de pastoral en su diócesis
Samuel Ruiz era de trato cordial y directo, y siempre muy respetuoso. Era un hombre que infundía confianza. Un amigo de todos. En sus conferencias y homilías fuimos captando el alma profunda y grande de Don Samuel. Era un hombre de Dios, de fe sólida, sentida, hecha experiencia. Don Samuel fue un profeta cuyo testimonio y palabra viven y siguen cuestionando a la Iglesia y a la sociedad. ?l olfateaba y señalaba el horizonte utópico, el sueño humano y cristiano, la creación de una nueva humanidad, signo del reino de Dios.
Don Samuel latía al ritmo del sueño eterno de Dios, es decir, con su proyecto para la humanidad. Por eso hablaba con tan hondo convencimiento, propio de los místicos, con paz y serenidad, consciente de que Dios tiene su hora. Siento a este profeta como la traducción a nuestro tiempo y a la realidad latinoamericana de aquellos santos Padres de la Iglesia antigua. Su testimonio de hombre de Dios, su sabiduría y santidad se reflejan en sus homilías. Con su palabra este santo padre de la Iglesia latinoamericana iluminaba con la Palabra de Dios los acontecimientos eclesiales, sociales y políticos.
Otro aspecto de su talla humana y cristiana es su libertad de espíritu.
A Don Samuel siempre lo sentí como un hombre libre, libre de prejuicios, libre frente a la ley,frente al poder, frente al poder, libre frente al Vaticano.
A Don Samuel le dolía el sufrimiento de los pobres. La injusticia, la explotación de los campesinos e indígenas le quemaba por dentro. Fue un defensor de las causas de los pobres. Los indígenas le llamaban ?Tatik??, padre. Samuel Ruiz fue un digno sucesor de Fray Bartolomé de Las Casas en Chiapas, en donde éste fue su primer obispo en el siglo XVI. No había celebración religiosa o evento donde no se pronunciara en defensa de los más vulnerables. El pobre fue para él el lugar teológico donde Dios se nos manifiesta. Por eso miraba con simpatía y esperanza la las reivindicaciones de los zapatistas.
Don Samuel, junto con los obispos Sergio Méndez Arceo y Pedro Casaldáliga, a raíz del martirio de monseñor Oscar Romero, impulsaron el movimiento de solidaridad internacional de los pueblos de América Latina, SICSAL.
Con Guatemala fue particularmente solidario. Cuando en 1982 comenzaron a salir riadas de guatemaltecos buscando refugio en Chiapas hizo un llamado a la solidaridad de los cristianos mexicanos para con estos hermanos y hermanas. En sus homilías y eventos de esos años no faltaba la referencia a la solidaridad con los refugiados y con todo el pueblo de Guatemala. Por eso, este pueblo le queda eternamente agradecido como acaba de expresarlo la iglesia de Guatemala, las organizaciones sociales y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca.
Nos llamaba la atención la naturalidad, serenidad, convencimiento y respeto con que Don Samuel hablaba de temas «fronterizos» y dialogaba, por ejemplo, con marxistas no creyentes o con pastores de las iglesias protestantes
Ha sido para nosotros un honor y motivo de gozo el haber conocido a un profeta, y más que profeta, un santo. Don Samuel fue un santo de nuestro tiempo. Su gran milagro fue la fidelidad a la causa del reino de Dios hasta la muerte. Por eso su testimonio y su presencia seguirán vivos, alimentando nuestra esperanza en la utopía del reino de Dios.