Enviado a la página web de Redes Cristianas
El distanciamiento social impuesto por necesidades sanitarias nos ha venido como agua de mayo para poner en su sitio a los invasores de ese espacio físico tan necesario para sentirnos cómodos en nuestra relación con los demás. Antes de la pandemia, y por no afear su conducta, soportábamos estoicamente a los acaparadores del espacio interpersonal, pero ahora, si se te echan encima de tu cara, ya podemos decirles sin tapujos: ¡que corra el aire!
Gracias a la distancia de seguridad, a la mascarilla y a la eliminación del saludo físico también estamos a salvo de los que gritan cuando hablan; de la lluvia de saliva disparada de algunas bocas parlantes; de la hedionda halitosis; de la palmada desestabilizadora en la espalda; del apretón de manos de algunos quebrantahuesos y del repelús de las manos lánguidas y húmedas.
/ Antoñán del Valle (León)