La aconfesionalidad del estado es doctrina oficial de la Iglesia Católica desde el 7 de diciembre de 1965. No hay medio de que alguien se oponga a la reforma del Artículo 75 de la Constitución en nombre de la fe católica.
?sta no fue una cuestión incidental o secundaria en el Concilio Vaticano II, que congregó a todos los obispos del mundo en Roma de 1962 a 1965. Fue central. Era precisamente la puerta que permitía dejar atrás la mentalidad y las prácticas medievales de hegemonismo y dogmatismo en la Iglesia, para salir al encuentro de la sociedad moderna pluralista, libertaria, republicana, democrática y amiga de la ciencia.
Libertad religiosa versus confesionalidad católica. Y tenía que ser católica, porque los integristas conservadores que la defendían no aceptaban que los soviéticos la tuvieran atea, los escandinavos luterana o los árabes musulmana. Sólo querían que hubiera ?libertad?? para los católicos. Las otras confesiones podían y debían ser reprimidas. Durante lo cinco años de Concilio, primero conspiraron para que el asunto no se debatiera, porque se sabían en minoría.
Luego dieron una batalla feroz, que en definitiva dirimió el Papa Montini. Obligaron a que la votación de la ?Declaración sobre libertad religiosa?? se votara capítulo por capítulo, hasta que finalmente, el 7 de diciembre de 1995, en la última sesión pública, por 2.308 placet contra 70 non placet, la asamblea conciliar aprobó la Declaración titulada ?Humanae Dignitatis??. Un aplauso inusual estalló en la Basílica Vaticana cuando Pablo VI la promulgó solemnemente.
Por eso la reforma del Artículo 75 debería ser promovido por la Iglesia misma, por los sacerdotes, por los obispos. En vez de salir con argumentos de conveniencia y menos aún con anatemas y condenaciones o llamados a una guerra de religiones, su deber es apoyarla. No se debe repetir la excomunión lanzada por Monseñor Alejandro Monestel, obispo de Alajuela, contra los seguidores de Jorge Volio. Tiempos de oscurantismo.
Eso fue prácticamente lo que hizo el obispo de Cartago, Francisco Ulloa. A la negación de la doctrina católica ha sumado, además, la violación flagrante del artículo 28 de la Constitución que explícitamente prohíbe ?hacer en forma alguna propaganda política por clérigos o seglares invocando motivos de religión o valiéndose como medio de creencias religiosas??. Llamó -y lo reafirmó- a participar en la campaña electoral no votando por los proponentes.
Y como si esto fuera poco se explayó en acusaciones calumniosas contra esos diputados. Espero que los promotores de la reforma estén preparando la acusación judicial correspondiente. No será el primer expediente que se le abre. Ya tiene uno por administración fraudulenta, herencia de su paso por la Corporación Sama. Hay que acabar con la impunidad que puede dar una sotana, consecuencia del actual artículo 75 constitucional.
En el mismo delito cayó la publicación piadosa Eco Católico. Publicó de manera grotesca las fotos de los diputados proponentes acusándolos de querer acabar con Dios. Parece uno de esos afiches que publican los cuerpos policiales que dicen: ?Se buscan??. Habría que incluirlo en la misma demanda.
A Ulloa lo han seguido los fariseos de siempre, los candidatos que se dan golpes de pecho en los periódicos y se bañan con agua bendita -aunque en privado hagan otras cosas-. Son los sepulcros blanqueados del Evangelio. Son los hombres y mujeres del poder que tocan impunemente a Dios con las manos sucias y pretenden meterlas en la conciencia religiosa del pueblo sencillo o de los ignorantes. Los aplauden los clérigos enjoyados, que, para hacerlo, tienen que esconder su propio Código Canónico. No faltó algún beato fariseo, con cola muy larga, como el diputado Fernando Sánchez, el del memorándum inmoral.
El Arzobispo de San José, Hugo Barrantes, se cuidó de seguir a Ulloa por ese camino, no obstante la interpretación y el título malintencionado de un diario en decadencia. Barrantes se refugió en la competencia exclusiva que tiene para opinar cada obispo en su diócesis sin que pueda interferir ningún otro obispo. Pero siguió ignorando la doctrina católica aún en una entrevista en Eco Católico. Esgrimió la amenaza de que puede tratarse de ?impedir a la Iglesia la misión que le es propia??. ¿No es más bien el Artículo 75 una invasión de la misión de otro poder? Los principios, como aconfesionalidad, no parecen importantes. Sólo su interés de conveniencia.
En el Concilio los defensores del ?estado católico?? quedaron reducidos a nostálgicos de la Edad Media y de las monarquías de derecho divino. Hoy resucitan entre nosotros los negadores de sus enseñanzas.
Para la tesis del estado católico el poder político es un poder ?tutelado?? por el poder divino representado por la Iglesia, que es superior. El reconocimiento del valor civil del matrimonio católico es una consecuencia de ello. Lo es también, echar sobre los hombros del estado las tareas de evangelización. En nuestro caso – justa causa de preocupación para el Arzobispo de San José- la educación religiosa de niños y jóvenes en las escuelas públicas. Esa es la ?misión propia?? de la Iglesia. ¿Por qué se financia con los impuestos de todos los contribuyentes, siendo una tarea netamente pastoral, religiosa, proselitista; competencia exclusiva de los pastores de la iglesia?
En el Antiguo Régimen, esa protección se extendía a la guerra contra los infieles, la conversión de los paganos y el castigo de los pecados religiosos. Su principal brazo ejecutor fue la Santa Inquisición, que torturaba y mandaba a la hoguera a los ?herejes??. ¿Y las ?conversiones?? forzadas por Carlomagno de las tribus germanas? ¿La conversión de los indios de América ?apoyada?? por los conquistadores? ¿Coacción? Más que eso. El que no es católico en un estado católico, se sale del orden constitucional; es discriminado en una u otra forma. Declarar un estado ?católico??, aunque no ejerza, como dice el Arzobispo, es una aberración.
De esa tesis y de los privilegios que se desprenden de ella para el clero nace el alineamiento histórico de buena parte de los jerarcas de las iglesias con los sectores conservadores, por mutua conveniencia. Así fue en la Francia revolucionaria, en la España imperial en América, en la España republicana, en la Italia de Garibaldi, en la Europa colonialista, en la Rusia zarista, en las dictaduras de América Latina. ?ltimo ejemplo: el cardenal Rodríguez en Honduras.
Defendiendo el ?sano laicismo??, como él mismo lo definió, el Papa Benedicto XVI dijo a la 56ª Asamblea General de los obispos de Italia, el 18 de mayo de 2006: ?La Iglesia tiene buena conciencia de que la distinción entre lo que es de César y lo que es de Dios, es decir, entre el estado y la Iglesia, o sea la autonomía de las realidades temporales, pertenece a la estructura fundamental del cristianismo??. El 13 de setiembre de 2008, en París, el mismo Papa volvió a defender el laicismo que el presidente francés había llamado ?positivo??.
La Iglesia Católica no quiere un ?estado católico??. Sólo quiere libertad para cumplir su misión. Dice el Concilio: ?Esta libertad consiste en que todos los hombres deben estar inmunes de coacción, tanto por parte de personas particulares como de grupos sociales y de cualquier potestad humana y ello de tal manera, que en materia religiosa ni se obligue a nadie a actuar contra su conciencia ni se le impida que actúe de acuerdo con ella en privado y en público, solo o asociado a otros, dentro de los límites debidos?? El derecho a la libertad religiosa se funda realmente en la dignidad misma de la persona humana tal y como se la conoce por la palabra revelada de Dios y por la misma razón. Este derecho de la persona humana a la libertad religiosa debe ser reconocido en el ordenamiento jurídico de la sociedad, de forma que se convierta en derecho civil.?? (Dignitatis Humanae 2.)
El miedo de los jerarcas de la Iglesia y de los santulones que les hacen coro es un problema de fe. Confían más en el texto constitucional, en las inversiones de Sama, en las contribuciones de la Hacienda Pública, en la adulación de los poderosos que en el Espíritu de Jesús. El seguimiento de Jesús es una aventura de dimensiones trascendentales. Es un ?escándalo??, como dice San Pablo. Miles de sacerdotes, religiosos y mujeres consagradas lo han emprendido sin medir los riesgos, sin protección constitucional ni ?clases de religión?? ni juramentos en nombre de Dios. Cuando ese seguimiento deje de repetir catecismo muertos, prescinda de los milagros, no compre apariciones, ni se apoye en reliquias; cuando los focos de irradiación de la fe dejen de ser parroquias-supermecados de sacramentos; cuando los estañones de tinta roja a la Mel Gibson desaparezcan; cuando desafíe a los poderosos, como dice el Magníficat, volverá a florecer y a iluminar a toda la humanidad.