Dilma Rousseff, heredera de Lula y candidata con mayor intención de voto en las elecciones presidenciales del domingo 3, habla del pasado, el presente y el futuro de Brasi.
Emir Sader: ¿Qué características diferencian al gobierno de Lula de los otros gobiernos?
Dilma Rousseff: Puedo citar sintéticamente cuatro movimientos estructurales: crecimiento de la economía con estabilidad, expansión del mercado interno, reinserción internacional del país y redefinición de las prioridades del gasto público.
En el caso del crecimiento con estabilidad, conviene destacar la política monetaria de control y metas de inflación, el ajuste de las tasas de interés a niveles internacionales y la acumulación de reservas cambiarias. Eso fue lo que nos garantizó un margen de maniobra en las políticas interna y externa. La expansión del mercado interno, a su vez, se apoyó en una mejora de la distribución del ingreso, tanto personal como regional, y en la expansión del crédito. De manera articulada con la universalización de los servicios públicos, el aumento del salario mínimo por encima de la inflación y la garantía de jubilación rural, más la expansión del programa Bolsa Familia, conseguimos provocar una fuerte movilidad social, e hicimos que una parte importante de los sectores pobres entrase en la clase media.
El tercer movimiento, el de la reinserción internacional, hizo que Brasil se proyectara con un liderazgo efectivo, regional y mundialmente, y se destacara como país exportador y como país de destino de inversiones. Establecimos, también, relaciones privilegiadas con América Latina, África, Oriente Medio y Asia. El cuarto movimiento, el de la redefinición de las prioridades de gasto público, significó un énfasis mayor en la inversión en políticas sociales y una vigorosa relación estratégica con el sector privado, estados y municipios.
Emir Sader: ¿De qué forma fueron percibidos socialmente esos cuatro movimientos?
Dilma Rousseff: Los cuatro movimientos se manifestaron y se manifiestan de manera distinta según la clase social, aunque el efecto mayor fue entre los más pobres. Rescatamos alrededor de 22 millones de brasileños de un nivel de miseria y les aseguramos su acceso a bienes básicos de consumo, además de alimentos como carne o yogur. Garantizamos el surgimiento de una nueva clase (llegamos a los 31 millones de brasileños en esa franja) e incrementamos los beneficios para la antigua clase media.
Un importante segmento del sector agrícola fue beneficiado con la agricultura familiar. El programa de reforma agraria del gobierno de Lula tiene una gran importancia, nunca se habían destinado tantos recursos para el pago de indemnizaciones de tierra, con fines de asentamiento. El centro del programa de desarrollo agrario es la política de agricultura familiar, basada en ejes estratégicos: acceso a la tierra, al financiamiento y al programa de extensión rural y de asistencia técnica. Es importante destacar que ese movimiento no fue contradictorio con el avance de los segmentos exportadores del agronegocio, teniendo en cuenta que éstos han sido beneficiados por la política crediticia.
La recuperación de la política industrial, expresada en el plan de desarrollo, benefició a segmentos productivos industriales y de servicios del país y puso en evidencia la amplitud del modelo de desarrollo económico con inclusión social. Abarca desde las políticas de incentivos a nivel local, que llevaron a la producción nacional de plataformas, navíos, y a la recuperación de la industria naval, pasando -entre las prioridades- a los fármacos, la industria de tecnología de la información, los biocombustibles y la nanotecnología.
Desde el punto de vista social, el resultado de nuestras acciones fue, en primer lugar, transformar los sectores más pobres de la población en actores políticos y sujetos sociales. Los programas Bolsa Familia y Luz para Todos son instrumentos modernos y efectivos de transferencia de ingresos. No tienen nada del viejo populismo porque son impersonales, tratan a la gente con dignidad y ayudan a la formación de una conciencia ciudadana. Elaboramos políticas para pequeños y medianos empresarios y lo hicimos de manera abierta, transparente. De esa manera logramos un lote social de beneficiarios de la política del gobierno, y es eso lo que nos diferencia.
Jorge Mattoso: Las definiciones de política industrial, ¿también diferencian al gobierno de Lula de sus antecesores?
Dilma: La política industrial tiene un papel muy importante. El gobierno de Lula rompió con la visión predominante de integración al ALCA, o sea, la perspectiva desindustrializadora del país, e implantó una política agresiva y de expansión de la industria brasileña y del sector de servicios. Hubo un momento en que predominó una visión que consideraba moderno no tener una política industrial, porque, supuestamente esa política distorsionaría las relaciones de mercado.
A partir de ese punto de vista, por ejemplo, es que se produjo la compra en el exterior de plataformas para la exploración de petróleo. Eso significaba enviar hacia fuera del país dos mil millones de dólares de demanda -empleos, cadenas productivas, equipamientos, servicios e ingresos- por cada plataforma que se importaba. Nuestro gobierno alteró radicalmente esa visión de las cosas.
Nuevamente ofrecemos criterios de legalidad y una cuestión a la que llamamos contenido local. Hoy parece normal hablar del tema, ver por ejemplo cómo se recupera la industria naval. Pero en el pasado eso causaba extrañeza y llegó a abrir un debate sobre si era posible o no invertir. Probamos que era posible. Una política de desarrollo productivo que apoye sectores innovadores implica incentivos coordinados para investigación e innovación, tal como se hizo en la industria de medicamentos.
El sector industrial percibió que, en diversas áreas, la presencia del Estado era altamente ventajosa para la recomposición de nuestra capacidad de planeamiento. Claramente se dieron cuenta de que el Estado no es un competidor sino un inductor y un socio. Eso es muy evidente cuando analizamos el impacto positivo del PAC por ejemplo en las inversiones en saneamiento y en el programa Minha Casa Minha Vida, que alcanza al sector de la construcción civil.
La cuestión del crédito merece destacarse porque democratizamos su acceso para todos los segmentos productivos a través de nuevos instrumentos bancarios, como el acceso a cuentas simplificadas y a la ampliación de los créditos inmobiliario y de largo plazo. Desa-rrollamos una política de crédito hipotecario y de crédito para la agricultura familiar.
EL MUNDO
Marco Aurelio: ¿De qué manera la reinserción internacional del país incide en ese proceso?
Dilma: La nueva relación política de Brasil con el mundo es muy importante. Hicimos mucho más que diversificar los socios comerciales, cosa que en el pasado fue muy importante en las relaciones internacionales. Nosotros también ampliamos y diversificamos las relaciones teniendo en cuenta un pensamiento estratégico, una nueva noción geopolítica. Dimos la debida importancia a los países de América Latina.
Me acuerdo de la primera vez que el presidente viajó al África, cosa que algunos veían como algo absolutamente pasado de moda. Tuvimos una nueva percepción de la relación con los países emergentes, de nuestra relación estratégica con China, con la India, y con África del Sur, así como también, aunque de manera diferente, con Rusia. Esa nueva visión nos dio más de una ventaja durante la crisis. De hecho, Brasil se convirtió en un líder regional e internacional.
Es importante recordar que sólo conseguimos el derecho de reconstruir el Estado nacional en la medida en que Brasil conquistó autonomía en relación con la política internacional. Hoy se habla de neoliberalismo, pero ese recetario más duro había sido adoptado por el país mucho antes de que apareciera esa palabra: eran las políticas del FMI. En la época del gobierno de Juscelino Kubitschek hubo tensión. Ahora fuimos capaces de pagar al Fondo lo que le debíamos y de asumir plenamente la autonomía de nuestras políticas sin depender de recursos que subordinaran nuestros proyectos de desarrollo.
No aceptamos más ese tipo de injerencia. Imagínense que en las pautas de la reunión de Copenhague (15a Conferencia de Partes de la Convención de la ONU sobre cambio climático, en diciembre de 2009) algunos quisieron establecer una suerte de FMI. La idea era monitorear todas las políticas de combate al calentamiento global, no sólo las financiadas por los países ricos sino también nuestras políticas internas voluntarias, en energía y en agricultura, que nosotros mismos financiamos con recursos nacionales.
La mayor parte de las tensiones en Copenhague giró en torno de esa idea, defendida por Estados Unidos y por Europa. Nosotros, obviamente, nos mostramos contrarios a esa posición. Llegaron al punto de decirle al presidente Lula: ?No hay problema, es lo que hacía el FMI. Lo único que va a pasar es que alguien va a su país y lo va a monitorear, sólo eso??. El presidente, como es obvio, rechazó completamente la idea y la injerencia indebida.
Marco Aurelio: El debate mundial sobre cambio climático hizo aún más evidente el nuevo papel de Brasil.
Dilma: Lo percibí muy bien durante la reunión de Copenhague. Ahí vi cómo se desarrollaron las relaciones de Brasil en el plano internacional. Nosotros, en la delegación brasileña, concebimos el cambio climático como una cuestión ambiental decisiva para nuestro futuro y para el futuro de la humanidad, pero los países ricos están presos de una lógica inmediatista. Esa lógica presupone que perderá competitividad el país que adopte medidas más drásticas para reducir la emisión de gases de efecto invernadero.
Eso era lo que estaba por detrás en todas las discusiones en Copenhague. Los países de la Unión Europea aceptaban aumentar en relación con 1990, de veinte por ciento a treinta por ciento su propio objetivo de reducción de emisión de gases de efecto invernadero hasta 2020, siempre que Estados Unidos también asumiera objetivos mayores de reducción de sus emisiones. No es que sean incapaces de negociar, es que piensan en esos términos: si mi competidor no sube su oferta, yo no podré subir la mía.
Marco Aurelio: Todos esos países se enfrentan al problema de cambio de la matriz productiva.
Dilma: Es verdad. Se enfrentan a un problema serio. Para la mayoría de los países desarrollados, las medidas necesarias para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero se relacionan, principalmente, con el cambio de su matriz energética contaminante basada en el carbón y en el combustible originado en los hidrocarburos. En el caso de Brasil, con nuestra matriz energética renovable basada en centrales hidroeléctricas y biocombustibles, el gran desafío es la reducción y el combate a la deforestación, sea en el sistema Amazónico o en el Cerrado. ?se es el desafío.
O sea: estamos ante un tema que puede ser resuelto inmediatamente, porque disponemos de una política efectiva. Ellos, por el contrario, tienen un serio problema y deben cambiar la matriz energética. Nuestra matriz no es igual a la suya. Es renovable. Por eso, la cuestión de la energía pesa tanto en nuestras políticas. Ellos no tienen muchas alternativas al carbón y al petróleo. Si quisieran avanzar, necesitarían gastar mucho dinero, y ésa es la razón por la que se produce hoy una lucha feroz.
China, por su parte, afronta una situación diferente, con procesos industriales superados y empresas siderúrgicas altamente contaminantes. De ahí que su inversión se concentre hoy en la eficiencia energética. Las inversiones en la modernización de las plantas chinas pueden permitir que el país disminuya bastante sus emisiones de gases e, inclusive, utilizar su eficiencia energética como el principal mecanismo de reducción de las emisiones.
EL ESTADO Y EL MODELO
Emir Sader: En relación con el Estado, ¿qué situación encontró el gobierno de Lula y qué situación va a dejar?
Dilma: El proceso de desarticulación de las actividades del Estado brasileño fue muy fuerte, como fue muy fuerte también el proceso de desintegración social. Veamos, por ejemplo, el hecho de que tanta gente viva en áreas de riesgo: a la vera de cursos de agua o al borde de un morro. En lugares donde, hasta que Lula asumió, el Estado nunca había puesto los pies y cuando lo había hecho sólo lo había realizado con paliativos, generando la ?favelización?? y la exclusión de millones de brasileños.
Por eso, cuando se producen desmoronamientos en el período de lluvias, los más pobres son los más afectados. No podemos sorprendernos por eso. Hasta que asumió Lula, se había acumulado un enorme déficit habitacional. Establecimos que el 90 por ciento de ese déficit se debe a la falta de vivienda de quien gana hasta tres salarios mínimos. Durante los últimos veinte años, una parte de la población pobre del país fue obligada a vivir en áreas de riesgo, las más anegadizas y donde se verifican más desmoronamientos, y donde hay mayores posibilidades de muerte cuando llueve fuerte.
En aquella época, no se aceptaba que el gobierno amparase a las familias pobres pagándoles subsidios al nivel necesario como para hacer posible que pudieran construir el sueño de la casa propia y colocar ese objetivo al alcance de millones de brasileños, como hicimos ahora con el programa Minha Casa Minha Vida. El programa contempla la construcción de un millón de viviendas con subsidios destinados a los que ganan hasta tres salarios mínimos. El gobierno de Lula está en el camino correcto, porque combina su programa de drenaje en las regiones de riesgo con una política habitacional para la población pobre. Por ese motivo y por otros, es muy importante discutir esta cuestión de Estado.
En nuestro gobierno, recompusimos parte de la capacidad del Estado de planificar y de gestionar. Por suerte, no fue desmontada la parte buena del Estado brasileño. Se mantuvieron las funciones públicas, y en ese caso se preservó el saber del Estado, una cuestión fundamental en cualquier país. En Brasil preservamos Itamaraty, las Fuerzas Armadas, la Receita Federal (Aduana), el Banco Central. Los bancos estatales pasaron por un período de muchas dificultades. Furnas (central eléctrica federal) casi fue privatizada. Petrobras enfrentó problemas en el pasado: inclusive hubo una propuesta de cambiar su nombre y ponerle Petrobrax porque según los autores de esa propuesta, sonaría mejor a los oídos de los inversores internacionales. Pero la sociedad reaccionó duramente y esos procesos fueron interrumpidos y archivados.
En el gobierno de Lula recompusimos los bancos públicos y su papel. Dimos valor a sus empleados estableciendo planes de carreras profesionales y salarios adecuados. Apostamos a una gestión más eficiente, con más profesionalismo en esas corporaciones y sobre la base del compromiso con los intereses nacionales.
Eso no fue en vano. Ante la crisis, después de la quiebra del banco Lehmann Brothers, cuando el crédito privado nacional e internacional entró en un período de sequía, fueron instituciones como el Banco do Brasil, la Caixa Econômica Federal y el Banco Nacional de Desarrollo las que impidieron que la economía naufragase en la crisis y el sector privado sucumbiese, lo que hubiera acarreado millones de trabajadores desempleados. Ahora, en la recuperación, son esos mismos bancos los que ofrecieron y ofrecen créditos para la industria, la agricultura y la construcción civil. Tanto es así que su participación en el total del crédito de setiembre de 2008 a octubre de 2009 reveló un crecimiento 41,2 por ciento contra 2,8 por ciento de los bancos privados nacionales y 8,8 por ciento de los privados internacionales.
Jorge Mattoso: ¿Cómo se dio ese proceso en las otras empresas estatales?
Dilma: Desde el primer instante, el gobierno de Lula dio toda la fuerza posible a Petrobras. Los recursos de la empresa destinados a investigación y desarrollo dieron un salto de 201 millones de dólares, en 2003, hasta casi mil millones de dólares en 2008. La empresa volvió a invertir, aumentó la producción, abrió concursos para contratar empleados, encargó plataformas, modernizó y amplió refinerías, además de construir una gran infraestructura de gas natural e ingresar en la era de los biocombustibles. Dejamos claro que nuestra política era fortalecer Petrobras, no debilitarla.
El resultado fue que la compañía -estimulada, recuperada y bien administrada- reaccionó de manera impresionante, vive hoy un momento singular y es el orgullo del país, la mayor empresa nacional, y la cuarta mayor compañía del mundo occidental. Entre las grandes petroleras mundiales, es la segunda si se tiene en cuenta el valor de mercado. También es un ejemplo de tecnología de punta. Descubrió las reservas del presal (ndr: un yacimiento de petróleo que está debajo de una capa de sal de hasta 2.000 metros de espesor), un hecho extraordinario, que llenó al mundo de admiración y enorgulleció a los brasileños.
Es una empresa con crédito y autoridad internacionales que, en los últimos meses, lleva alrededor de 31 mil millones de dólares en préstamos con inversiones previstas hasta 2013, del orden de los 174 mil millones de dólares. Petrobras volvió a orientar su demanda hacia otros sectores de la economía nacional y dejó de desviarlos hacia el exterior, cosa que antes se hacía con el argumento de que aquí era imposible producirlos, y hablamos de la química y de la petroquímica, de la industria de equipamientos y de bienes y de la reconstrucción de la industria naval. Después de varias décadas volvemos a invertir en refinación: están en construcción cinco grandes refinerías y convertimos, modernizamos y mejoramos la calidad de las plantas existentes.
EL FUTURO
Emir Sader: En su opinión, ¿ya diseñamos el modelo económico y el Estado que precisa Brasil para el futuro?
Dilma: En el octavo año del gobierno de Lula podemos comprobar que el desarrollo con inclusión social es nuestro modelo económico. Es el modelo que considera que su centro son los 190 millones de brasileños y brasileñas. Nuestro gran objetivo es eliminar la pobreza y ofrecer mejores condiciones de vida para toda la población. Debemos crear un país de bienestar social según los criterios brasileños. Para mí ése es el gran proyecto de construcción de una economía moderna en el país. Es la ruptura con aquella idea de que era posible tener un país apenas para una parte de la población, esa idea de que podríamos ser una gran potencia dejando atrás a nuestro pueblo. Esa idea viene de la época de la dictadura, de la época del mercado exclusivo, con los llamados bienes de consumo durables destinados sólo a una minoría, cuando algunos creían que era posible tener un país para solamente 30 o 40 millones de personas.
El gran desafío es superar el peso de los veinticinco años de estaflación de la economía y de las políticas sociales. Lo que nos moviliza es la capacidad de atender las necesidades de la población, en saneamiento básico, en cultura, en innovación, en educación, en salud, en acceso a Internet. Lo vamos a hacer. Sabemos cómo hacerlo. Aprendimos el camino en el gobierno de Lula.
Emir Sader: ¿?se es el Estado que Brasil necesita para su futuro o necesitamos otro tipo de Estado?
Dilma: Inexorablemente el Estado tendrá que reforzar su capacidad ejecutiva y ejecutora, para universalizar el saneamiento, mejorar la seguridad pública, la vivienda, y las condiciones de vida de la población, entre otros temas. Deberemos adoptar mecanismos de gestión interna nuevos y modernos, que instituyan el monitoreo, las audiencias y herramientas adecuadas de control, capaces de simplificar la maraña actual de exigencias que se imponen cuando uno quiere hacer algo en Brasil. No habrá obras si no simplificamos los procesos, haciéndolos absolutamente transparentes.
Sólo así podremos controlar las inversiones y, al mismo tiempo, promover la universalización de los beneficios, haciendo viables las obras, que dependen intrínsecamente del Estado, y las que deben ser hechas en sociedad con el sector privado. Entre nuestras tareas están: la universalización de las cloacas, de la toma y del tratamiento de agua; las guarderías; las unidades de salud y de atención de urgencia; la seguridad pública; el combate contra las drogas; las ferrovías; las autopistas; la hidroelectricidad; etcétera.
Es fundamental perfeccionar el Estado para dar ese próximo paso, incluso porque el sector privado ya está modernizado y es competitivo. Hoy, el sector privado es eficiente, porque sobrevivió a los innumerables planes económicos del pasado. Y el que sobrevivió se hizo más fuerte, más competitivo. Consolidar la meritocracia y el profesionalismo en el Estado es fundamental para dar ese nuevo paso. En el gobierno de Lula recuperamos varios instrumentos de planeamiento, como en el caso del área energética, conseguimos recomponer lo que se había perdido por medio de la empresa de Investigación Energética. Pero en el área de transportes, por ejemplo, es necesario avanzar más todavía con la articulación de las diferentes variantes.
Jorge Mattoso: ¿De qué otras maneras la recomposición del Estado puede influir en el futuro del país?
Dilma: Esa recomposición es crucial para la cuestión social y para el desarrollo. Me gustaría subrayar otro aspecto, ligado a la educación, al desarrollo científico y tecnológico y a los sectores productivos:
la innovación. Ese desafío va a exigir la articulación de las redes de investigación de la academia, los institutos públicos tecnológicos y las empresas privadas. En Brasil, muchas veces, se consideraba como transferencia de tecnología simplemente la llegada de una empresa extranjera. Sin duda es importante, porque nos interesa en muchas franjas de la economía la transferencia de la tecnología existente fuera del país al sector privado nacional. La articulación del Estado, de las instituciones de investigación y de la academia con el sector privado nacional es crucial para este proceso. El Centro Nacional de Tecnología Electrónica Avanzada (Ceitec) -empresa pública federal ligada al Ministerio de Ciencia y Tecnología-, el sistema nipo-brasileño de TV digital y el proyecto de transferencia de tecnología ferroviaria del tren de alta velocidad son muestras de esa necesidad ineludible.
El proceso de asociación entre el sector público y el sector privado es clave para todos los caminos a seguir. Será fundamental, por ejemplo, la evolución del apoyo a la micro y pequeña empresa en Brasil. Nos proponemos fortalecer la micro y la pequeña empresa privada industrial y de servicios, en el campo y en la ciudad, para consolidar realmente una sociedad más democrática y económicamente incluyente. En ese sentido, la política de desarrollo de la agricultura familiar es un ejemplo de éxito.
Jorge Mattoso: ¿Cómo se van a financiar las inversiones necesarias en tecnología e innovación?
Dilma: No vamos a crecer si no incorporamos tecnología de punta, y si no hacemos de la agregación una idea fija; y también tenemos la cuestión de la innovación, que está firmemente asociada a la educación. Por poner un ejemplo importante, considero que el ministro Fernando Haddad está haciendo grandes contribuciones a la revolución necesaria de la educación. La mayor de esas contribuciones fue haber acabado con las falsas contradicciones, como la alternativa falsa entre priorizar la enseñanza básica o priorizar las universidades.
Como si fuese posible tener calidad en la enseñanza básica sin profesores capacitados… ¿Dónde iría a parar el país si mantuviéramos abandonadas las universidades? ¿Cómo se hace transferencia de tecnología sin institutos de investigación? ¿Quién es el portador del desarrollo científico y tecnológico si no hay una política de formar magister o doctores?
El Estado necesita garantizar, en el próximo período, el dinero necesario para el desafío de la educación y de la investigación básica y aplicada. Además de las fuentes derivadas del propio crecimiento, quiero destacar los voluminosos recursos del presal. Defendemos incansablemente la adopción del sistema de reparto en la legislación del presal, porque ese modelo permitirá dedicar una parte sustantiva de los recursos obtenidos con la explotación del petróleo, a la educación, a la innovación esencial para el desarrollo científico y tecnológico y al combate contra la pobreza.
Marco Aurelio: Hay que subrayar algo importante: el conjunto de las políticas exteriores, porque ellas no se limitan a la diplomacia sino también a la política económica y la política ambiental. Es importante mostrar que nuestra reinserción internacional es parte de un proyecto nacional. La presencia de Brasil en el mundo -y lo que hacemos aquí adentro- tiene un trazo muy particular: somos un país democrático, y un país que está enfrentando el tema de la desigualdad de manera valiente.
Dilma: Ese contenido democrático tiene un aspecto que merece destacarse en lo que se refiere a las relaciones económicas externas. El hecho de que el Brasil de hoy se caracteriza por el respeto a los contratos firmados. Ese respeto debe ser visto como un valor que viene de nuestro compromiso con la estabilidad y con relaciones más abiertas y democráticas.
Coincido con vos. Como dije al comienzo de esta entrevista; de hecho, nuestra reinserción internacional es parte de nuestro proyecto nacional. Consideramos imprescindible una relación constructiva, de país líder y responsable, en episodios que involucraban a nuestros hermanos latinoamericanos. De Bolivia a Haití, Brasil demostró que sólo se es líder regional responsable, verdaderamente, sin belicismos y con mucha solidaridad y espíritu asociativo.
En lo que se refiere a las instituciones de nuestra democracia, tenemos una relación democrática y explícita con el Congreso y también con la prensa. En relación con los países emergentes, yo diría, sin ser exitista, que tenemos una situación diferenciada, porque gozamos de homogeneidad. No sufrimos conflictos étnicos, ni guerras tribales, ni conflictos fronterizos, ni guerras interregionales. Somos un país en donde la cuestión étnica no impregnó la sociedad. Tenemos un problema racial, pero la discriminación debe ser combatida y está siendo combatida por la sociedad y por las acciones concretas de nuestro gobierno, pero no tenemos un conflicto traducido en una guerra.
Al mismo tiempo, surge la posibilidad de una comunicación mucho más democrática, a través de Internet, que viene ejerciendo un papel menos técnico e instrumental y un papel más político y cultural. Permite un posicionamiento que rompe las relaciones tradicionales establecidas hace mucho tiempo. El acceso a la banda ancha es una cuestión central de la democratización, y queremos que esté a disposición del conjunto de la sociedad. ?se es uno de los desafíos para los que construimos iniciativas importantes, entre las que subrayo el Plan Nacional de Banda Ancha. Vamos a garantizar el acceso a Internet de la manera más inmediata y barata para todas las grandes concentraciones populares urbanas, pero nuestro objetivo es alcanzar todos los rincones del país. ¿Por qué?
La banda ancha tiene un gran poder, porque es posible usar simultáneamente Internet como teléfono, televisión, cine, etcétera. Se abre una posibilidad de comunicación democrática. Los bloggers, los twitters, el orkut, todas las redes sociales de Internet constituyen una novedad democrática que precisamos tener en cuenta y respetar. Nosotros pertenecemos a una generación de lectores, de oyentes de radio, y después entramos en la era de la televisión??
A veces noto una sensación de que nunca más surgirá un gran compositor popular, un gran novelista o un gran pensador. Es una actitud un tanto melancólica, porque eso no es verdad. A fin de cuentas, es obvio que por ahí deben andar. Están entre los jóvenes, entre los usuarios de Internet que hoy, de alguna manera, tienen acceso a la cultura y crearán los nuevos productos culturales, producirán las innovaciones y las obras que le hablarán a nuestra alma. Creo que estamos viviendo un momento culturalmente explosivo. Y me parece que es necesario colaborar con esa explosión. Si no somos nosotros -es decir el gobierno- los que prendemos el fuego, por lo menos, vamos a soplar mucho.
Reflexiones sobre Brasil
En el libro Brasil, entre el pasado y el futuro, editado por Capital Intelectual (del cual fue extraído este reportaje), un grupo de reconocidos intelectuales brasileños reflexiona sobre el proceso que llevó a un país que se ubicaba entre los más injustos del mundo a transformarse en otro, menos desigual, que se proyecta como la quinta economía del planeta.
Según lo expresan en la presentación de la obra sus editores y compiladores, Emir Sader y Marco Aurelio García, estos análisis parten de los orígenes del Brasil contemporáneo, pasando por la herencia recibida por Lula, la evolución de su política económica, las nuevas relaciones con los movimientos sociales y el significativo posicionamiento internacional, y culminan en el nuevo diseño de la sociedad en función de las profundas transformaciones que vive el país. La obra fue traducida y prologada por el periodista Martín Granovsky.
Entrevistadores de lujo
Marco Aurelio García. Asesor de Política Externa del presidente Lula, profesor licenciado del Departamento de Historia de la Universidad Estadual de Campinas y miembro de la dirección nacional del Partido de los Trabajadores. Para el armado de la presente obra, ambos organizadores contaron con la colaboración de los profesores e investigadores Jorge
Mattoso, Nelson Barbosa y Marcio Pochmann, el economista José Antonio Pereira de Souza, el abogado Guilherme Dias, el jefe de la Secretaría General de la Presidencia y dirigente nacional del PT, Luiz Dulci, y entrevistaron a la candidata presidencial Dilma Rousseff.
Emir Sader. Politólogo y profesor de la Universidad de São Paulo (USP).
Secretario ejecutivo de Clacso (Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales), dirige el Laboratorio de Políticas Públicas de la Universidad del Estado de Río de Janeiro.
Jorge Mattoso. Economista y profesor universitario. Ex presidente de la Caixa Econômica Federal del Brasil.
Por Marco Aurelio García, Jorge Mattoso y Emir Sader | Revista Debate | Domingo 3 de octubre de 2010 | Extraído de Brasil, entre el pasado y el futuro. Ed. Capital Intelectual
(Información recibida de la Red Mundial de Comunidades Eclesiales de Base)