Saliendo del metro, plaza de la Bolsa en París, descubro unos preparativos impresionantes para el rodaje de una película: cámaras, proyectores, cables por todas partes. Los técnicos se afanan para colocar sus aparatos. Se congregan los curiosos para contemplar el extraño espectáculo.
En la calle adyacente, hay policías por todas partes, con numerosos furgones alineados unos detrás de otros. ¿Para quién están ahí? No vinieron por la película, por la Bolsa tampoco, sino por las familias africanas que están sobre la acera.
Una vez más, vengo a reunirme con esta pobre gente a quien nadie escucha pero que expresa su rabia ante los policías impasibles.
Quedan determinados, a pesar de las siete noches bajo la tienda o al raso y las tres expulsiones a manos de la policía.
Ya que la policía les había quitado las tiendas, vinieron otra vez a instalarse con mantas sobre la acera:
«Decidimos dejar de escondernos, continuaremos la lucha. Aunque tengamos que dormir de pie en la acera. No tenemos miedo. No somos criminales».
«Frente a la policía, nuestras fuerzas se duplican».
Estas familias tienen papeles y trabajo. Pero viven en pequeñas habitaciones de hotel, a falta de respuesta a su solicitud de una vivienda social. No quieren volver a esos hoteles que les salen muy caros y donde no pueden cocinar.
Es un decorado surrealista. La Bolsa, símbolo de las finanzas. El rodaje de una película. Familias africanas amenazadas con la expulsión. Por la noche o al amanecer.