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Día 1º de mayo. Trabajadores y cristianos -- Pedro Serrano García

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Dado que en este año 2020 no es posible celebrar públicamente el Primero de Mayo Fiesta del Trabajo, a causa de la pandemia del Covid-19 por la que la ciudadanía está recluida en sus respectivos hogares, voy a dar mi contribución con un sencillo comentario. Pero la reflexión no va a ser sobre el conflicto obrero por la jornada de 8 horas en 1888 en varias ciudades de Estados Unidos, ni a la represión desatada por el gobierno y patronal que acabó con el ajusticiamiento de unos trabajadores en Chicago. Tampoco a la situación de la clase obrera en la actualidad y sus reivindicaciones. Voy a referirme, más bien, a las relaciones entre trabajadores y cristianos.

I – Movimiento Cristiano de los orígenes

Jesús, el obrero de Nazaret, en el siglo I de nuestra fue un profeta de la nación de Israel que estuvo sometida a la dominación de Roma desde finales del 1 a.C. al año 70 d.C. Su espiritualidad consistía en que el amor a Dios a quien llamaba Abba (papaíto), se demostraba en acciones liberadoras de los oprimidos y de los empobrecidos. Para Dios, según lo anunció Jesús, serán bienaventurado los pobres e infelices los ricos. Frente a los reinos humanos donde los enriquecidos tenían todos los privilegios, en el Reino de Dios que anunció Jesús, los pobres encontrarán su bienestar. Por ello, decía: “quien no renuncia a sus riquezas en favor de los empobrecidos, no podrá ser mi discípulo”; es decir, no conseguirá alcanzar la perfección y la humanidad plena.

Como a muchos libertadores que ha habido en la historia, a Jesús lo crucificaron los hombres del poder, del dinero y de la religión, precisamente porque se puso a favor de la mayoritaria clase marginada y denunció la actitud de la minoritaria clase opresora.

Jesús anunció un Reino de vida eterna a los empobrecidos de su tiempo, que podrían experimentar en la historia aquellos y aquellas que aceptaran la existencia comunitaria frente al individualismo, la solidaridad con los más débiles frente a la adulación a los más fuertes, el perdón al enemigo frente al odio al opresor, el pacifismo frente a la violencia, la igualdad frente a la desigualad, la justicia frente a la explotación, la libertad para amar frente a la indiferencia al prójimo, la servicialidad frente a la dominación y el compartir los bienes frente a la acumulación de riquezas.

En realidad, el Reino de Dios (nunca definido, pero si simbolizado), para Jesús, era como un sistema político-social de libertad, justicia, paz y fraternidad que se construía silenciosamente como alternativa, en medio de los sistemas elitistas y opresores. Había que comenzarlo desde abajo y no desde el poder; pacífica, humilde y servicialmente y no con violencia, soberbia y dominación; con amor y no con riquezas. El mismo decía a sus discípulos: “amaos de tal manera para que el mundo vea vuestras buenas obras y alaben a vuestro Padre que está en el cielo”.

Los discípulos y discípulas, una vez que experimentaron a Jesús resucitado, después de la desmoralización que les causó su brutal muerte en cruz, empezaron a anunciarle como el Hijo de Dios vivo. Al movimiento cristiano se fueron uniendo gran cantidad de desarrapados, amas de casas, viudas y ancianas; también mendigos, desempleados, humildes campesinos y esclavos; primero de los marginados de Israel y después, de los pueblos gentiles. Junto a esta mayoría de marginados, se incorporaron, también, ciertas familias algo acomodadas. Así pues, el movimiento cristiano durante los siglos I, II, III y parte del siglo IV de nuestra era, se iba componiendo por mayorías empobrecidas.

Durante estos primeros siglos, sufrieron los cristianos unas cuatro o cinco persecuciones por parte de Roma, pero los seguidores del profeta Jesús, aguantaron firmemente, pues si a Jesucristo lo crucificaron los opresores de este mundo, estimaban el martirio como una gracia de Dios.

Pero el movimiento cristiano, experimentó un gran cambio, cuando en el siglo IV el emperador Constantino legalizó la Iglesia y concedió privilegios a determinadas élites cristianas. Así los obispos y presbíteros pasaron de ser despreciados y hasta perseguidos a tener buena posición económica y honores de dignatarios; de ser pastores de un movimiento de marginados, se transformaron en jerarquía aliada del Imperio romano. Ahora bien, a lo largo de los siglos en las diferentes iglesias que han ido surgiendo hegemonizadas por jerarquías aliadas con los poderes políticos y económicos, siempre ha habido movimientos proféticos que, según los signos de los tiempos, han tratado de vivir de acuerdo con el mensaje liberador de Jesús.

II – Movimiento de trabajadores en el capitalismo

Por otro lado, tenemos que, en la enseñanza marxista se considera que siempre ha habido clases sociales en la historia. En la Antigüedad, amos y esclavos; en el Medioevo, señores y siervos; en la era industrial, patrones y obreros. A lo que podemos añadir que, en la sociedad científico-tecnológica actual, están empresarios y trabajadores. Desde los inicios de la Revolución industrial se ha ido construyendo el sistema capitalista, que se rige por el afán empresarial de la máxima ganancia, con lo cual los trabajadores pasan a ser considerados como mercancía o instrumentos de producción, unas veces mejor tratados y otras veces peor. El sistema capitalista puede funcionar en régimen político dictatorial o régimen político democrático; ejemplos de ellos tenemos suficientes en los distintos continentes. La función del poder político en el capitalismo es priorizar la defensa de los intereses patronales sobre los derechos humanos y laborales de trabajadores, obreros y empleados.

Ante la fuerte explotación de la clase dominante, desde los inicios de la revolución industrial hasta nuestros días ha habido innumerables huelgas, manifestaciones y protestas de la clase trabajadora. Al principio, los obreros formaban mutuas, luego sindicatos de empresa, para acabar formando confederaciones sindicales locales y nacionales. Por último, constituyeron partidos políticos de izquierda, pues solamente cambiando el sistema de los capitalistas por otro sistema de los trabajadores, se pudiera lograr el Estado del bien común.

Tanto en los países de Europa como los de América principalmente, pero también en África y Asia, muchos cristianos de las diversas iglesias, como unos trabajadores más, han apoyados las acciones reivindicativas y las organizaciones obreras lo mismo que los no religiosos, sin que se distinguieran las creencias. No así algunas jerarquías eclesiásticas y minorías cristianas burguesas, siempre favorables a pactos con las clases dominantes. Pero en las diferentes épocas ha habido minorías de presbíteros y teólogos que, siguiendo el mensaje liberador de los oprimidos de Jesús, han defendido a los trabajadores frente a las patronales, a los partidos obreros frente a los partidos burgueses; por ello, bastantes han sufrido represión, encarcelamiento, tortura y muerte como los líderes y trabajadores del movimiento obrero y campesino, además de padecer las sanciones eclesiásticas.

III – Acercamiento entre revolucionarios y cristianos

Frente al capitalismo que divide a las sociedades en dos clases sociales principales, a partir de las luchas obreras se fue configurando la necesidad de un sistema alternativo, que pasó por diferentes etapas de avances y retrocesos. Primeramente, fue el socialismo utópico, en donde muchos de sus líderes y teóricos eran cristianos. Más adelante se manifestaron tres grandes corrientes: socialismo, comunismo y anarquismo. Al final, el socialismo se impuso en algunos países como socialdemocracia (dentro de regímenes democrático-capitalistas con libertad de partidos). El comunismo triunfó como totalitarismo de un solo partido en otra serie de países (pero lo que se consideraba la etapa intermedia de dictadura del proletariado en ningún caso se llegó a la sociedad libre sin Estado). El anarquismo, que pretendía alcanzar la sociedad sin Estado una vez derrocado el capitalismo y sin etapas intermedias, nunca llegó a triunfar, aunque tuvo mucha fuerza y popularidad en ciertos países como en algunas zonas de España durante la Segunda República.

Por otra parte, en las iglesias cristianas existe dos grandes corrientes de pensamiento que influyen ambas en el pueblo creyente y en la sociedad, desde dirigentes a humildes cristianos: 1ª. la mayoritaria Iglesia institucional conservadora que fue organizada en alianza con el Imperio romano y que continúa vigente hasta el día de hoy; y 2ª., la minoritaria Iglesia de los pobres que, aunque poco aceptada por la jerarquía permanece como movimiento renovador y revolucionario. Los teóricos y políticos tanto de izquierda como de derecha, siempre las han tenido en cuenta a ambas. Entre los marxistas y socialistas, a pesar de su discurso ateo, no han dejado de reflexionar sobre el cristianismo, reconociendo el carácter dual del mismo; entre otros, se pueden destacar a Marx y sobre todo a Engels que se refiere a las grandes guerras campesinas de Alemania y a su teórico y dirigente cristiano Thomas Münster. Asimismo, Kautsky, considera a Tomás Moro nada partidario del autoritarismo católico establecido y defensor de la abolición del celibato obligatorio del clero, la elección de sacerdotes por la comunidad y la ordenación de las mujeres; temas de mucha actualidad hoy día.

Entre los teóricos del marxismo se pueden citar a Rosa Luxemburgo, Trotsky, Gramsci y otros más, sobre todo a Walter Benjamín, que, aunque críticos con las Iglesias oficiales simpatizaron con el cristianismo progresista y revolucionario.

Ya en el siglo XX, apareció el movimiento cristiano popular que se unió a las luchas de la insurgencia latinoamericana contra las dictaduras opresoras apoyadas por Estados Unidos durante la Guerra Fría; ello hizo reflexionar a muchos dirigentes y cuadros comunistas y socialistas sobre el aporte fabuloso que pueden dar los trabajadores y campesinos cristianos para el triunfo revolucionario. Todavía más, cuando a partir de los años sesenta del siglo pasado aparece con fuerza la Teología y la Pastoral de Liberación. Es, por tanto, significativo las palabras del Che Guevara: -pedimos a los cristianos que se unan a la revolución; eso sí, sin avergonzarse de su fe, pero tampoco con afanes proselitistas. A partir de la revolución Sandinista, era popular la consigna que se extendió por otros países de la Centroamérica insurgente: “entre cristianismo y revolución no hay contradicción”.

IV – La situación actual del mundo del trabajo

Actualmente en la globalización capitalista en su versión neoliberal, al parecer no hay una alternativa coherente al sistema establecido que rige en Occidente y en el mundo entero. El anarquismo es más un recuerdo romántico y solo despierta simpatías en pequeños círculos; el comunismo, con el descrédito del estalinismo y el desmoronamiento de la Unión Soviética, prácticamente no es ya alternativa al capitalismo. En cuanto a la socialdemocracia, que fue capaz de afirmar el Estado de bienestar en Europa durante la Guerra Fría y pudo evitar la brutalidad social y explotadora del capitalismo; tal vez por ello, sigue despertando simpatías entre el mundo del trabajo, pero es evidente que se van transformando los partidos socialdemócratas en partidos social-liberales; por tanto, ni son alternativa al capitalismo, ni pretenden serlo, y cada vez menos suavizan su brutalidad explotadora.

Así tenemos que, Según OXFAM, el 1% de los ricos del mundo, poseen más bienes que unos 6.000 millones y pico de habitantes del planeta. Como dice la Iglesia, Los “ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres”. El papa Francisco, que trata de seguir las huellas proféticas de Jesús, ha denunciado “la idolatría del dinero, la cultura del descarte y la globalización de la indiferencia”. Por todas las regiones de la Tierra nos encontramos estados fallidos, narco-Estados y aumento de la delincuencia junto al poder financiero y multinacionales que se imponen sobre los poderes del Estado. En el neoliberalismo, va perdiendo fuerza el Estado del bienestar, aumenta el trabajo precario y el desempleo. La emigración o el hambre es la única salida que les queda a masas enteras de trabajadores africanos y latinoamericanos, pues además de su gran pobreza sufren las extorsiones y asesinatos de la delincuencia, los paramilitares y policías mafiosas. Las guerras por la acaparación de recursos y de dominio geopolítico promovida por las potencias, están cada vez más destruyendo a los países en vías de desarrollo; y con la corrupción y las crisis aumenta la inseguridad de los trabajadores y trabajadoras del mundo desarrollado. A su vez, la lucha por la hegemonía mundial entre Estados Unidos valiéndose de sus aliados UE, OTAN y otros países asiáticos, junto a Japón, Israel y Arabía Saudí, frente a la Alianza China-Rusia y sus afines, no ayuda a hacer un mundo mejor.

Es esclarecedor el pronunciamiento final del Foro Social Mundial de Porto Alegre en 2002: “El modelo económico neoliberal está destruyendo crecientemente los derecho y condiciones de vida de lo pueblos […], las transnacionales realizan despidos masivos, reducen salarios y cierran empresas, exprimiendo la última gota de sangre de los y las trabajadores. Los gobiernos enfrentados a la crisis económica responden con privatizaciones, recorte de gastos sociales y reducción de derechos laborales. Esta recesión muestra la mentira del neoliberalismo y sus promesas de crecimiento y prosperidad”. A su vez se comprometen a apoyar la lucha de campesinos y trabajadores por la justicia social. “La política neoliberal nos empuja a una mayor pobreza e inseguridad […], que genera tráfico y explotación de mujeres y niños […]. Defenderemos los derechos de los pueblos indígenas”.

A pesar de las aproximadas dos décadas transcurridas desde la publicación del mensaje final del FSM-2002, éste sigue plenamente vigente. En definitiva, en la historia presente siempre habrá la lucha entre los que dan preferencia al capital en beneficio de oligarquías y los que dan preferencia al trabajo para lograr el bien común. Habrá, pues que seguir luchando para que otro mundo mejor pueda ser, transformando las democracias capitalistas en democracias humanistas.

1º de mayo de 2020.

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