Deseo, quiero, puedo: acciones para una ética feminista -- Margarita Pintos

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Tiempo de Hablar-Tiempo de Actuar

La ética es una parte de la filosofía que reflexiona sobre la práctica de las llamadas virtudes o costumbres. La ética feminista recoge las críticas que desde el feminismo se han hecho a los conceptos y perspectivas que han fundamentado una ética racional y universal centrada en la defensa de la libertad y la igualdad que ha sistematizado la razón patriarcal.

Por feminismo entiendo el movimiento social y político que se inicia formalmente a finales del siglo XVIII y que supone la toma de conciencia de las mujeres como grupo o colectivo humano, de la opresión, dominación y explotación de la que han sido objeto por parte del colectivo de varones en el seno del patriarcado bajo sus distintas fases históricas de modelo de producción, lo cual mueve a la acción para la liberación de su sexo con todas las transformaciones de la sociedad que pueda requerir.

El movimiento feminista actúa en dos niveles:

+La lucha por la igualdad en lo económico, social, cultural

+La construcción de una sociedad en la que quede superada la dicotomía hombre-mujer para realizar funciones basadas en el género.

Poco a poco llegamos a la igualdad formal (Ley 8-3-2007), pero las costumbres no cambian a golpe de leyes, sino tan lentamente que casi no lo apreciamos. Podemos distinguir al menos tres grandes desigualdades:

1. EN LA VIDA DOM?STICA:

En la vida doméstica seguimos con las labores propias sobre todo en el cuidado de familia, niños, personas con otras habilidades, ancianos?? y si no lo hacemos sentimos culpabilidad. Estamos liberadas fuera de la casa, pero nos agobiamos y desilusionamos dentro. Algunas una minoría) hacen lo mismo que los hombres: no tienen hijos, no cocinan, no van a la compra?? asumen una cultura masculina. Otras siguen con la doble o triple jornada. Muchas mujeres están de mal humor porque el día a día es hostil y duro, aunque hay esperanza porque algo se ha conseguido y vemos despejado el horizonte.

2. IGUALDAD DE OPORTUNIDADES:

Formalmente está ahí: puestos de trabajo, profesiones, cargos de responsabilidad?? están a disposición de hombres y mujeres. Algunas han llegado a desempeñar algunos puestos impensables hace pocos años, pero la mayoría de las mujeres encuentran obstáculos de todo tipo. Se puede pero?? Por una parte el hombre no quiere perder su protagonismo, y por otra las mujeres se resisten a sacrificar determinados valores: maternidad, cuidado.

No quieren renunciar a nada: ni a lo que ha sido, ni a lo que puede llegar a ser. No quiere pagar por su emancipación. Además la escasez de puestos de trabajo «compatibles» con lo que queremos ser llevó a la Declaración de Atenas en 1992, en la que se insta a los gobiernos a aprobar una Ley de paridad para paliar esta desigualdad.

3. LA VIOLENCIA SEXUAL

La violencia sexual sigue siendo una constante que afecta a las mujeres y que no mejora con los años. Las violaciones, acosos sexuales, malos tratos muestran que las mujeres seguimos siendo objetos más que sujetos, medios que un fin en sí mismo. De hecho las decisiones en derechos sexuales y reproductivos las siguen tomando los hombres porque son mayoría en los Parlamentos (donde hay democracia??)

ESTA SITUACI?N NO ES BUENA PARA LA SOCIEDAD EN SU CONJUNTO.

Algunas mujeres, de segunda generación, quieren volver a tiempos de las abuelas: espacio doméstico, regreso a lo natural (mujer = naturaleza), la arruga ya no es bella, hay que plancharla, parir a los hijos con dolor??incluso en la última encuesta del CIS aparece que el 62,5% de las mujeres confiesan que se despedirían del trabajo si les tocase la lotería. Se acaba el mito de la liberación por el trabajo.

Encontramos dos vías o estrategias para acabar con estas desigualdades:

1. Masculinizar a las mujeres

2. Feminizar a los hombres

Ya dijimos que algunas mujeres han optado por masculinizarse y entrar de lleno en el sistema patriarcal de manera a-crítica y de alguna manera se han convertido en hombres.

Otra opción es llevar al espacio público, ocupado durante siglos sólo por hombres, los valores desarrollados en el ámbito doméstico.

Virtud y varón tienen la misma raíz latina: vir. Y la primera virtud de los varones fue la fuerza física, el valor guerrero y de ahí salieron las demás: valentía, agresividad, dureza, inteligencia, estrategia para vencer hasta la muerte. En cambio valores como ternura, abnegación, pasividad, modestia, cooperación, pragmatismo, responsabilidad son débiles y pasivos. Estos atributos les chirrían a las mujeres liberadas y les producen rechazo. Los valores femeninos son virtudes débiles.

Esta dicotomía genérica puede ser cambiada si apostamos por una sociedad que acepte formas nuevas de actuar.

Los hombres han desarrollado la ética de la justicia y han dejado en manos de las mujeres la ética del cuidado. Feminizar a los hombres es otra manera de hacer política en la que la conciliación, el diálogo y el pragmatismo venzan sobre la agresividad y la lucha partidista. ¿Por qué no podemos trasladar los valores de la ética del cuidado a la vida pública y al revés?

Todo esto sin olvidar la lucha por el acceso al poder, pero las mujeres no podremos tener más poder si la compatibilidad de la vida pública y privada no se hace realidad. Porque creo que cada hombre y cada mujer han de poder no abdicar de ciertas obligaciones privadas por el hecho de entrar en el mercado laboral. Además, no estamos defendiendo a las mujeres, sino que estamos planteando quién se ocupa de los niños, de los ancianos, de los enfermos, del reparto equitativo de las tareas domésticas??

Mi opción es empeñarse en cambiar las costumbres cotidianas, sin abandonar la política dirigida a corregir las desigualdades, y sobre todo ser conscientes de que podemos hacer realidad lo que tantas veces pensamos, y que podemos expresar con tres verbos: DESEO, QUIERO, PUEDO.

ELIMINAR LOS VALORES PATRIARCALES.

El problema está en que mientras se crea que la superioridad o centralidad de lo masculino es natural o MANDATO DIVINO, siempre existirá el peligro de que algunos seres sean interiorizados o feminizados. Si queremos una justicia duradera debemos eliminar los valores patriarcales.

Hace 21 siglos se empieza a desarrollar un movimiento reformador del judaísmo que ha llegado a nosotros como cristianismo y que tiene su origen en el judío Jesús de Nazaret que se enfrenta con las grandes instituciones el Templo y la Ley, creando un movimiento de discípulos y discípulas. Son precisamente las mujeres de su movimiento las que transmiten las experiencias de vida, muerte y resurrección que pone en marcha esta nueva religión.

Pablo de Tarso organizó y sistematizó este movimiento para que llegara hasta nuestros días, aunque se perdieron tradiciones y prácticas igualitarias más cercanas al círculo de las personas que conocieron y vivieron con Jesús de Nazaret.

La moral sexual ha sido un plato fuerte en el judaísmo, cristianismo (sobre todo en la confesión católica) así como la fijada en los códigos de familia en los países islámicos, aunque en el Islam el cuerpo está para disfrutar de él, principalmente en el ámbito privado.

Ignorar las experiencias y reflexiones de los seres humanos en relación con la sexualidad ha sido el fruto de las restricciones en la mayoría de las tradiciones religiosas. Cuando las mujeres empiezan a cuestionar algunas prohibiciones, las respuestas se atienen a la rigidez institucional que demuestran sus códigos. Lo que aportamos las mujeres con nuestras preguntas son generalmente problemas.

Desde Eva, el cuerpo de las mujeres es visto como tentador, sujeto de bajas pasiones. El afán por controlar y estipular rígidamente los comportamientos sexuales repercute, en primer lugar, sobre las mujeres y después sobre toda la sociedad. Se insiste en las fronteras que no se deben traspasar, en las decisiones que no son lícitas tomar, etc. (Rosa, niña de 9 años nicaragüense, violada y excomulgada).

No nos damos cuenta de que EL CUERPO individual es un símbolo de la sociedad, un microcosmos donde se reflejan los poderes y peligros que se le atribuyen a la estructura social. Nuestra percepción del cuerpo, así como el modo de tratarlo, están influenciados por las categorías sociales y viceversa. Se condicionan mutuamente. Por ello, el control corporal transparenta el control social.

Algunas de las actitudes espirituales más recomendadas a las mujeres son la humildad, el sacrificio, la entrega escondida?? situación que muchos aprovechan para reforzar y legitimar el rol asignado y, sobre todo, para acallar, domesticar y tergiversar en muchos casos los deseos profundos, razonados y legítimos de igualdad en el seno de las comunidades de creyentes.

ESE PECADO TAN POCO ORIGINAL

El relato del Génesis, que es la versión semítica del imaginario sumerio que aparece en el Cántico de la diosa Innana, la mujer será culpable de la pérdida del paraíso. Aquí nace el rechazo a la mujer y a su sexualidad. Su único poder es la capacidad de dar vida.

En un intento de suavizar su maldición, el cristianismo asignó a María un grado superior al de los mortales: la santidad, pero no la hacían divina. Es más fortaleció la masculinidad del Dios creando la Trinidad, un círculo formado sólo por varones: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ella no era ni diosa, ni hija de dioses, sino sólo una mujer cuyo mérito consistía en traer al mundo al Hijo de Dios, sin placer, sin deseo, sin voluntad ya que la inseminación venía del cielo, anunciada por un ángel asexuado.

En el Corán no hay mención a Eva. La culpa no se hereda y la mujer aparece como un ser humano independiente y libre. Dios perdona la desobediencia y envía a las personas a la tierra por un tiempo, donde serán responsables de sus propios actos. En la era pre-islámica estatuas de diosas poblaban el recinto de la Meca y regían la vida de muchas tribus. Exigían sacrificios humanos sobre todo de niñas. El Islam quiso acabar con el poder de esas diosas y para ello decidió someter a las mujeres.

Al relacionar a la mujer con el «desorden», las privará de su poder en la escena pública (haram), relegándolas al terreno de lo privado (mahram). Las mujeres serán recluidas en los harenes, alejadas del poder de decisión, de legislar y de ejecutar. Los hombres fueron abandonando el infanticidio de las niñas, librándolas de la primera muerte que encontrarán más tarde negándoles el derecho a la educación y terminando con la lapidación o ejecución.

ATRIBUTOS DE BELLEZA

Entre los atributos de belleza que todas las culturas reconocen en una mujer, se encuentra el cabello. La mata que cubre nuestra calavera adquiere un valor simbólico en las religiones que optan por regular su presencia ante los ojos de los demás. El tandem castidad/pelo se convierte en una virtud que es obligatoria para cualquier mujer que se precie: a más exhibición de la cabellera menos castidad.

En la cultura occidental, la toquilla con la que se cubrían los hombros las mujeres, servía para tapar los cabellos al entrar en la iglesia. El velo de las novias tapándoles la cara y que el novio levantaba al final de la ceremonia como referencia simbólica al himen de la desposada, también va desapareciendo y se usa simplemente como tocado.

El pueblo judío identifica a Lilith, la primera mujer de Adán, con la que hechiza a los hombres con su cabellera negra como el azabache. El velo de la mujer judía simbolizaba su estado de distinción y lujo, es decir añade dignidad y superioridad a las mujeres que de por sí ya eran nobles. Si una mujer es acusada de infidelidad, es obligada a quitarse el velo. Actualmente las mujeres judías también se cubren el pelo para entrar en las sinagogas, y en las sectas Jasídicas siguen usando peluca. Los hombres usan el Kepah que es señal de sumisión a Dios.

En el catolicismo el velo para las monjas es una realidad. Son las esclavas del Señor, y esconde su cuerpo y su cabellera. Es la mejor manera de in-visibilizar a las mujeres, además de ponerles rejas y un visitador varón que es su intermediario con el ordinario del lugar u obispo. También tienen que esperar que un hombre venga cada día para poder celebrar la eucaristía o para confesarse. Es una manera más de violencia y control, creyendo que así las mantienen sumisas y obedientes.

Las cartas de Pablo a los Corintios están llenas de citas en esta dirección: «Si una mujer no se cubre la cabeza, que se corte el pelo. Y si es afrentoso para una mujer cortarse el pelo o raparse, que se cubra. El hombre no debe cubrirse la cabeza, pues es imagen y reflejo de Dios; pero la mujer es reflejo del hombre. La mujer debe llevar sobre la cabeza una señal de sujeción (1Cor 11, 5-10). Las asimilaciones en los textos bíblicos de la castidad y el velo son muy numerosas, motivo por el que los Maíz y los Mennonitas mantienen a las mujeres sometidas al velo.

El Corán 33:59 dice:»Profeta. Di a tus esposas, a tus hijas y a las mujeres de los creyentes que se cubran con el Heyab. ?se es el modo más sencillo de que sean reconocidas y no sean molestadas». El valor del velo es para ser distinguidas y para evitar que las confundan con las prostitutas, pero no hay ningún razonamiento religioso ni de sumisión a Dios. El velo es una herramienta que separa a la mujer de la mirada de deseo de otros hombres. Frenar el deseo de los hombres deja de ser una responsabilidad masculina para convertirse en un deber femenino.

Sin embargo, Heyab, siempre hace referencia a separar, esconder. El velo ha sido signo de reclusión femenina. Hasta la Edad Media la mujer no llevaba velo y fue entonces cuando los hombres utilizaron la heyab para excluirlas de la escena social y someterlas en el ámbito familiar. Esta reivindicación sirve para legitimar la desigualdad de género, silenciar las exigencias del pueblo entero y desviar la atención de graves problemas sociales y económicos. Ahora el velo de las mujeres está en el centro de la lucha tanto de los movimientos islamitas como de los grupos más modernos, pues son representaciones simbólicas de su ideología y su programa político.

HIMEN, ABLACI?N, VIRGINIDAD

Las religiones, siempre tan empeñadas en cuestiones de fe, se carnalizan cuando se trata de hablar de las mujeres. Mientras la pureza del hombre se manifiesta en los hechos, la de las mujeres se sitúa en el himen.

Ya desde el helenismo tardío existe un vínculo entre la virginidad y la espiritualidad. En el judaísmo se valoraba por encima de todo la fecundidad y morir virgen era una desgracia (María aparecerá como la engendradora de lo divino, es la pureza premiada). La novedad que impuso el cristianismo fue la institucionalización del celibato como forma de vida. Alá promete huríes vírgenes a los varones musulmanes virtuosos como recompensa a su obediencia.

Llegar virgen al matrimonio ha sido y sigue siendo en muchas personas y países un valor imprescindible. En muchos casos equivale a un documento de propiedad privada y exclusiva. Si una mujer no ha descubierto el placer, el hombre no tiene miedo a ser comparado con otro y pierde la angustia ante la posibilidad de no poder satisfacer los deseos de su cónyuge. Así, la mujer, pensará que todos son iguales, creerá que el horizonte sexual es lo que su marido le ofrece y la ignorancia sexual de las esposas asegura así su fidelidad. Las religiones son el soporte ideológico de estos principios patriarcales. Por eso en muchos países se llama «felices a aquellos padres, cuyas hijas han tenido se primera menstruación en el domicilio conyugal». Así, la familia queda libre de la preocupación por salvaguardar la honra de su hija, y por extensión de los miembros de la familia.

La extirpación del clítoris, acto simbólico de la castración, no es una obligación religiosa. El Corán no hace alusión a esta práctica. Las culturas asentadas en el Valle del Nilo sí la consideran una obligación sean musulmanes o cristianos coptos. Los misioneros cristianos no han denunciado esta práctica, ya que era una manera «local» de mantener la pureza sexual de la mujer, un valor importante para las iglesias cristianas. Con respecto a los judíos, la mutilación es practicada por los Falashas etíopes, que ahora residen en Israel.

El grupo de trabajo sobre Prácticas Tradicionales que afectan a la Salud de las Mujeres y los Niños (IAC) establece en su Plan de Acción que la mutilación genital femenina «es una violación de los Derechos Humanos y no sólo es una cuestión moral?? es una expresión de la subordinación social de la mujer por razón de su género». El gobierno español ha reconocido la ablación como causa suficiente para que una mujer consiga el refugio o asilo fuera de su país.

(Variantes: clitoridectomía o circuncisión; escisión e infibulación el caso más extremo). (Nawal al-Sa?dawi. La cara desnuda de la mujer árabe. Horas y horas 1991)

En algunas culturas, la violación se castiga muy duramente, incluso con la pena de muerte, pero siempre y cuando la víctima fuese virgen. Lo que realmente se pretende proteger es la virginidad como bien supremo y en otros casos el honor del padre o del esposo. La preservación del linaje y la certeza de la paternidad eran objetivos determinantes en el castigo de este tipo de delitos. En cualquier caso, la mujer como ser humano vejado y humillado, no tiene demasiada importancia. Es más, su prestigio y valor social se reduce a cero después de sufrir una violación. Esta baja estima de la mujer violada se ha mantenido a través de los tiempos a causa de esa mitificación de la virginidad que se aprecia en todas las culturas.

Tradición, religión e historia han exigido a la mujer la defensa de su honestidad hasta la muerte si fuera necesario. Un ejemplo lo encontramos en el proceso de beatificación de María Goretti, en el que Pío XII, 1939-1958, contemporáneo de muchos de los presentes, argumentaba y describía en sus páginas la violación, no como un ataque brutal que en buena lógica repugnaba a María, una niña de doce años, sino como ejemplo del camino a la santidad que «le hizo renunciar a un atractivo placer» por defender su honestidad. Según esta interpretación, lo esperado de la agresión era la producción de placer: sólo la resistencia de la víctima explicable porque atentaba contra su virginidad, convierte dicha agresión en especialmente indeseable.

No he encontrado una sola nota episcopal sobre los casos de ablación denunciados en nuestro país. Quizás es considerada una tradición cultural, en vez de una mutilación y un atentado contra los derechos humanos.

La escultora Christine Kowal, que vive en los Países Bajos, nació en Nigeria y se crió en Inglaterra, talló una estatua de mujer en madera de pino. Esa mujer está desnuda y aprieta contra su cuerpo un cáliz. Su mirada es angustiosa y expectante; su cuerpo, sensual y robusto. Si uno mira alrededor de la estatua, observará que esa mujer lleva escondido un puñal en la mano izquierda. En esa mujer con cáliz y puñal se simbolizan las anchas fronteras de la violencia permitida contra las mujeres, y las líneas feministas de demarcación entre violencia y sexualidad. Su desnudez está descubierta, pero la mujer está preparada para la angustia. Se protege con el cáliz en el que la sangre de los sacrificios corre como peligroso recuerdo. Esa mujer es la víctima y es la resistente. Es una imagen de la humanidad vejada y nueva a la vez.

Ella podría decirnos:

Esto es mi cuerpo,

que he entregado

por vosotros

Un cuerpo lleno

de calor y de vida

Martirizado,

violado, frío.

Esto es mi sangre,

que he derramado

por vosotros

Sangre menstrual, sangre

del alumbramiento, sangre pura

Que mana, que gotea, que está muerta.

Esto es un arma

que no quería utilizar

Con fría hoja

y afilada punta.

Me habéis hecho violencia,

Habéis nublado

mi mente,

Habéis vejado

mi cuerpo,

habéis dejado sin patria mi alma.

Yo sólo quería vivir, amar, creer, esperar,

llegar a ser.

¡Oh Dios mío!,

¡pase de mi esta cáliz!1