John Guiney, responsable del Servicio Jesuita para Refugiados (SJR), lleva 26 años en África, está convencido de que este continente tiene mucho que enseñar como, por ejemplo, la esperanza de sus gentes. Esperanza que se refleja en sus rostros que pese al dolor, la violencia y las necesidades, siguen mostrando sonrisas. Tomado de Headlines
La noche en Gulu, al norte de Uganda, es aterradora. En los caminos y en las calles de la ciudad hay riadas de niños solos fluyendo desde los pueblos de alrededor, buscando refugio y seguridad para la noche. Duermen en iglesias y escuelas, debajo de árboles, en las aceras, en cualquier lugar en el que encuentren espacio y seguridad. Allí fuera, en sus pueblos, hay un enemigo al acecho, buscando capturar niños y niñas para su guerra despiadada. Se llaman El Ejército de Resistencia del Señor (LRA).
Prefieren hacer su malévolo trabajo de noche.
Los padres y madres mandan a sus hijos a las ciudades para salvarles del enemigo. Cuando amanece, los niños caminan de vuelta a sus hogares y algunos se preparan para ir a la escuela. Estos niños son conocidos como los viajantes de la noche del norte de Uganda. Más de 20.000 niños han sido secuestrados por el LRA; las niñas han sido convertidas en esclavas sexuales y los niños en soldados.
Aquellos que no cooperan son asesinados por sus colegas a los que han lavado el cerebro para matar. El LRA ha sido una amenaza constante para los más vulnerables durante los pasados 19 años en el norte de Uganda y a lo largo de la frontera con Sur Sudán. Han secuestrado a miles de niños y cometido atrocidades aberrantes contra la población. Está dirigido por un hombre llamado Joseph Kony, quien declaró la guerra al gobierno de Uganda y quiere instaurar una teocracia basada en los Diez Mandamientos.
El conflicto ha desplazado a más de un millón de personas en la archidiócesis de Gulu, gente forzada a vivir en «pueblos protegidos», campos de refugiados en su propio país. No obstante, estos «pueblos protegidos» son peores que los campos de refugiados porque están superpoblados y tienen provisiones muy limitadas e irregulares en cuanto a servicios de comida, medicamentos, educación y estructuras de refugio. El acceso a estos pueblos es peligroso y difícil para las organizaciones humanitarias.
En Octubre, el Tribunal Internacional Penal de Justicia, que tiene el mandato de investigar y llevar a la justicia a personas que tengan responsabilidad en crímenes contra la humanidad, ha denunciado y emitido una orden de búsqueda a varias personas, incluyendo a Joseph Kony. Paradójicamente, esto ha creado mayor inseguridad para la gente local y para los agentes de ayuda humanitaria. El SJR, que tiende su mano a los refugiados y desplazados, tiene en estos momentos seis proyectos educativos y de apoyo psicosocial a lo largo de la frontera entre Sudán y Uganda. Tres de los seis proyectos son sólo accesibles con escolta armada o por avión a causa de la actividad del LRA.
El Gobierno ugandés, también, ha negado las atrocidades que su ejército ha cometido en esta guerra viciada. El acuerdo de paz entre el Norte y Sur de Sudán ha traído una gran esperanza de paz que prevalece en Sudán y a lo largo de la frontera con Uganda, pero los movimientos del LRA hacia el Congo a través de la zona del Nilo Occidental en el Norte de Uganda, están causando una gran inseguridad en esta zona. Un año después de los acuerdos de paz, se constata más una creciente inseguridad que avances hacia una paz real.
La Unión Africana y la comunidad internacional deben realizar una fuerte presión sobre el Gobierno ugandés para garantizar la seguridad de sus propios ciudadanos. Muchos ciudadanos del norte se quejan de que al Gobierno realmente no les importan y ha permitido que esta guerra despiadada continué porque sirve a los intereses del gobierno. Se quejan de que el Gobierno ugandés y el ejército están más interesados en saquear el Este del Congo que en prestar atención a los problemas económicos, sociales y de seguridad del norte de Uganda.