Desarrollar el Vaticano II y realizar un nuevo concilio son procesos hoy inseparables. Ya en el Vaticano II se señalaba la necesidad de continuar la trayectoria conciliar. Así se manifiesta en el congreso de la revista Concilium de 1977. En el Decreto conciliar Christus Dominus, Pablo VI pide que se retomen y florezcan los concilios locales y continentales. El mismo Juan Pablo II retoma la doctrina conciliar en la Exhortación Postsinodal Pastores Gregis. Muchas figuras eclesiales de peso reclaman otro concilio.
Sin embargo, durante el largo pontificado de Juan Pablo II se empiezan a oponer desarrollo del Vaticano II y nuevo Concilio, por el temor y la desconfianza mutua que surge entre diversos sectores eclesiales, tanto aperturistas como conservadores, de hacia dónde puede conducir un Concilio a la Iglesia. Este miedo sigue actuando en nuestros días. Cada sector prefiere enterrar su talentos sin correr riesgos. Frente a esta situación empobrecedora, la única alternativa es el desarrollo de la conciliaridad, en una perspectiva de proceso conciliar, con tiempos y participaciones amplias, relacionando lo local y lo universal. A 50 años del Concilio el mundo se enfrenta a nuevos retos y se desarrollan nuevos paradigmas. Los tiempos, localizaciones, recursos, actores y metodología de un próximo concilio han de ser novedosos; y, al tiempo, preservar la gobernabilidad.
La conciliaridad precisa de un método que permita ir creando las condiciones de confianza y colaboración necesarias para impulsar de forma procesual la misión evangelizadora de la Iglesia y para realizar reformas en su seno, con consenso y con estabilidad. Un proceso que ha de ser abierto al diálogo y a la colaboración con otras iglesias cristianas, con otras religiones y con distintos sectores de la sociedad; que ponga el acento en los graves retos que atraviesa hoy la humanidad y que afectan, principalmente a los pobres. Es preciso tender puentes de comunicación y diálogo, reforzar vínculos y generar un clima de corresponsabilidad, respeto y confianza entre distintas sensibilidades.
El camino está ante nuestros ojos: en Aparecida, en la propuesta de Justicia y Paz, en Asís, en la convocatoria de 2012, en consejos parroquiales, en sínodos locales y generales, en asambleas diocesanas?? Se requiere una actitud general participativa y corresponsable; y depende de quienes tienen que impulsar los procesos hacerlo favoreciendo las mediaciones, buscando intereses compartidos, ampliando la participación y regulando el poder.
Para el desarrollo eficaz de este proceso conciliar se necesita también, de cara al futuro, un liderazgo fuerte y al mismo tiempo integrador, que sepa gestionar la desconfianza y el temor y transformarlos en esperanza y colaboración; que sepa conducir un ?concilio de reconciliación??. Sólo así la Iglesia superará positivamente su particular crisis de credibilidad y de sentido y eficacia de su Misión.
Fuente: 21RS :