Ya van dos. Por ahora. Los delegados de Pastoral Obrera de Sevilla y de Coria-Cáceres han sido desautorizados públicamente por los obispos Asenjo y Cerro. Es decir, por aquellos que les concedieron la delegación. Y eso que se supone (en estos casos, es mucho suponer) que los delegados del obispo hablan en su nombre, por su delegación.
Se supone (mucho suponer), por lo tanto, que lo que digan cuenta con el beneplácito, tácito o explícito según las circunstancias, de sus respectivos ordinarios. Pues, en estos dos casos, no ha sido así.
Y los delegados se han quedado al descubierto. Y desacreditados públicamente. Lo cual denota, por una parte, una evidente falta de coordinación. Al menos. O, lo más seguro, que han tenido que convertirse en chivos expiatorios de sus superiores. Asenjo y Cerro o no pensaron en las repercusiones que los comunicados de Pastoral Obrera, apoyando la huelga general, iban a tener, o, ante las presiones-indicaciones de arriba dieron marcha atrás.
A nadie se le ocurre que un delegado publique un comunicado sobre un tema tan delicado sin consultar a su jefe. Y si no lo hicieron, tendrán que dimitir inmediatamente. O ser cesados. Es evidente, pues, que los obispos reaccionaron a toro pasado y les hicieron pagar el pato a sus delegados.
Sea lo que fuere, quedan claras también las distintas sensibilidades socio-eclesiales que hay en las diócesis. Los delegados de Pastoral Obrera defienden, como es lógico, a los obreros, que pagan la crisis. Algunos obispos parece que, como casi siempre, quieren nadar entre dos aguas y contentar a tirios y troyanos. Honor y gloria, en este sentido, a monseñor Sanz, que tampoco tuvo pelos en la lengua a la hora de mojarse sobre la huelga.
En cualquier caso, menudo papelón el de Asenjo y el de Cerro. Porque deberían saber que cuando se delega en alguien es porque se confía en él y, por lo tanto, se hace con todas las consecuencias. Mal andamos si hasta tienen que desautorizar (y públicamente para más inri) a sus delegados.