Desde hace mucho tiempo existe un abismo -un verdadero gap- entre la doctrina oficial del magisterio dela Iglesia católica sobre el matrimonio y la familia, y la praxis real de cada día. Hay un significativo silencio, un verdadero tabú, en temas como uniones de hecho, divorcio y nueva unión de divorciados, métodos anticonceptivos, uniones homosexuales, relaciones pre-matrimoniales, etc.
Estas situaciones antes inéditas causan hoy conflicto y perplejidad tanto en los fieles como en los pastores. Algunos matrimonios abandonan la Iglesia, otros tienen graves problemas de conciencia, otros tras un maduro examen siguen practicando en la Iglesia pero al margen del magisterio oficial. También muchos pastores -obispos, párrocos, teólogos y moralistas- viven tensionados entre el deseo de fidelidad al magisterio y los problemas pastorales que contemplan cada día. Pero se mantiene en todo ello un respetuoso silencio reverencial, que a la larga es nocivo.
Llama la atención el hecho de que mientras el magisterio dela Iglesia en cuestiones sociales y económicas ofrezca sobre todo principios orientadores generales, en cambio en temas de moral sexual y familiar el magisterio actúe de forma dogmática y prescriptiva. Además muchos moralistas actuales opinan que la moral cristiana no tiene más contenidos morales propios que los que los de la moral humana (la llamada ley natural) que el cristiano vive iluminado y fortalecido por su fe en Cristo.
Consciente de la gravedad y anomalía de esta situación, el Papa Francisco ha convocado un Sínodo extraordinario de obispos sobre la familia en dos etapas, 2014 y 2015, y ha lanzado una encuesta con 38 preguntas, más una última sobre si existen otros desafíos y propuestas sobre estos temas. Se pregunta sobre la doctrina y práctica matrimonial y familiar de los fieles cristianos, qué se opina sobre uniones de hecho, sobre divorcios y nuevos matrimonios irregulares con la normativa de la Iglesia que les prohíbe participar de los sacramentos, que se opina de las uniones homosexuales y de la adopción de niños, de la doctrina de la Iglesia sobre los métodos para el control de natalidad, sobre la convivencia prematrimonial de prueba (ad experimentum), etc.…
Todo esto, se afirma, es hoy más urgente cuando se es muy consciente de la enseñanza de la misericordia divina, sobre la ternura en relación a personas heridas, en las periferias geográficas y existenciales.
El Papa ha abierto una puerta para el diálogo y la consulta. Serán las familias las que tendrán que hacer llegar su opinión a sus párrocos y obispos, pues ellas son las primeras interesadas y responsables, son actores y víctimas. Ojalá se escuche la voz de las familias. Un aire nuevo pentecostal sacude la Iglesia y la invita a pasar del tabú al diálogo sincero y abierto.
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