Cabos sueltos
Al cardenal Vicente Enrique y Tarancón, arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, lo odiaban los franquistas. Los más recalcitrantes de entre ellos gritaban aquello de ?Tarancón al paredón?? y se creían así, esos bestias, más machos y más españoles. No iban, sin embargo, desencaminados en su rencor.
Tarancón, el día 27 de noviembre de 1975, en la iglesia de los Jerónimos, ante el Rey y ante millones de ciudadanos que seguían la ceremonia por la radio y por la televisión, soltó una homilía que ha pasado felizmente a la historia.
Fue aquello una especie de proclamación de la democracia en la voz del cardenal de Madrid. Durante cuarenta años las libertades habían sido prohibidas y perseguidas por los vencedores de la guerra civil.
Hoy, 14 de abril de 2009, los demócratas conmemoramos el nacimiento de la II República. Nunca olvidaremos ni nosotros ni las generaciones futuras, que la derecha española ?salvo algunas honorables excepciones-, apoyada por genocidas como Hitler y Mussolini, liquidó por las armas un régimen que llegó por los votos. A la República la fusilaron los absolutistas, los totalitarios, las gentes llamadas de orden, la Iglesia reaccionaria, los oligarcas, los terratenientes, los militares traidores y los militares partidarios del fascismo.
Hubo errores y muchos. Pero no son lo mismo -ni mucho menos- los errores que los horrores. Algunos errores los cometieron el presidente Azaña y la izquierda en general. Los horrores los perpetró un dictador sangriento, un terrorista de Estado, que fue designado -a punta de bayoneta- Caudillo de España por la gracia de Dios. Al tirano los obispos de la época lo paseaban bajo palio.
Valores republicanos
El régimen vigente en España es el de una monarquía parlamentaria, en el que el Rey reina pero no gobierna. Sin embargo, los valores de la Constitución de 1978 se basan en su inmensa mayoría en valores republicanos. Puede afirmarse, pues, en honor a la verdad, que Tarancón ejerció en los Jerónimos de precursor de la libertad. Tarancón era un obispo conciliar ?por su coincidencia básica con el Concilio Vaticano II- y un obispo conciliador. En aquel tiempo, la Iglesia católica estaba aún en el recorrido de regreso hacia sus propios orígenes. El trayecto, no obstante, duró poco. Comenzó con Juan XXIII y con Pablo VI, aunque éste fuera en exceso pusilánime. Luego vino Juan Pablo II y, tras él, Benedicto XVI. Y, en efecto, se acabó la esperanza.
Demasiado pronto
En España, Tarancón se retiró y murió demasiado pronto. Los sucesores de Tarancón en la cúpula de la Iglesia española o han sido fugaces o han carecido de su impronta y su coraje cívico. Desde 1994, el gobierno eclesiástico está en manos del todopoderoso Antonio María Rouco Varela. ?ste es el cardenal de los conservadores y el látigo de los progresistas. Es un alto clérigo, situado muy cerca del espíritu de las cruzadas y muy lejos del espíritu de la convivencia pacífica y democrática. Lidera el batallón eclesiástico que ataca constantemente al Gobierno Zapatero y se entiende con el PP, que es su principal aliado en todas las campañas e iniciativas dirigidas contra la izquierda, en general o en particular.
Un cura trabucaire
Tarancón predicó en los Jerónimos y su sermón nos devolvió el optimismo y nos hizo soñar con un futuro que creíamos a veces imposible de conseguir. Ahora, mandando Rouco Varela en la diócesis de Madrid, la iglesia de los Jerónimos se ha convertido en el templo del facherío. ¿No se ha enterado aún Rouco de lo que ocurre allí? Mañana, día 15, en El Plural entrevistamos al párroco de los Jerónimos. ¡Menudo cura trabucaire! Si Tarancón resucitara y se personara en esa iglesia, volvería a oir los gritos de ?¡Tarancón al paredón!??. Si acudiera Rouco, le aplaudirían. Esa es la diferencia enorme entre la Iglesia de Jesús de Nazaret y la iglesia ultramontana.
Enric Sopena es director de El Plural