¿De qué dos Españas hablan los obispos? -- Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

El secretario general de la Conferencia Episcopal, Luis Argüello, declaro 3l día 12 de este mes de enero, que la Iglesia desea que el asunto de la exhumación-inhumación de los restos de Francisco Franco «no fuera una ocasión para abrir de nuevo la herida de las dos Españas». La pregunta es a qué dupla de Españas se refiere, porque tenemos varias. Intentaré enumerar algunas.

1ª) dupla: La España de los vencedores, y la de los vencidos. Se habla con frecuencia de los desmanes y violencias que se dieron, y otra cosa sería imposible, en la guerra civil española de 1936-1939. La frecuencia de injusticias, acciones crueles, abusos, rencillas, venganzas, dolor, lágrimas y sangre es absolutamente algo que se espera en una guerra entre hermanos y vecinos. A mí me resulta una desviación, a veces no pensada, otras de propósito, para huir de otra realidad que se dio en nuestro país: el largo, tenebroso, violento, injusto, y totalmente innecesario período de casi cuarenta años, 1939-1975, de dictadura y opresión de los vencedores de la guerra sobre los vencidos. Y esta prolongación de la contienda no es absolutamente fruto de la misma, sino del mal hacer, y pésima gestión, de los vencedores. Después de tres años de guerra y destrucción, habiéndose perdido en la práctica tres cosechas, un país empobrecido, diezmado y agotado, lo que espera, sueña, y necesita, es un largo tiempo de paz, de sosiego, y de curación de las heridas. Esto sucedió, por ejemplo, en la guerra civil norteamericana, entre el norte, social y políticamente progresista, y el sur, esclavista, y con una población socialmente dividida por la terrible desigualdad producida por la plaga social de la esclavitud.

Como era de esperar, y como decimos en español, sucedió, al acabar la guerra, lo de «a río revuelto, ganancia de pescadores», con gente desaprensiva, sanguinaria y violenta, pero únicamente en el sur, aprovechando el caos del fin de la guerra para enriquecerse y lucrar desmedidamente. Pero esta actitud nunca tuvo la venia o aquiescencia de las autoridades federales de la nación, ni miraron para otro lado, sino que procuraron, con un estilo de gobierno, y con actuaciones útiles, y una legislación adecuada, cortar el que, gracias a Dios, fue un pequeño período de desorden en los estados «Confederados» , pero ninguno de los vencedores proclamó: «Hemos vencido la contienda civil, aprovechemos para imponer nuestra autoridad y sojuzgar a los vencidos del Sur».

Supongo que nuestros obispos no se referirán a estas dos Españas que ellos ayudaron a crear, halagando hasta la impudicia al tirano general jefe golpista de una de las dos partes contendientes, dedicándole una escandalosa reverencia religiosa, con la obscena actitud de hacerlo entrar bajo palio en terreno sagrado. Y si tienen mido de que se abra otra vez la herida es que, durante la democracia, lo hemos hecho muy mal, también la Iglesia institucional, porque si se puede abrir la herida es que no está ni desinfectada ni cicatrizada, después de cuarenta y tres años de la muerte del dictador. Y los obispos, antes de pensar en el miedo a la resurrección de las dos Españas, que nunca han estado muertas, pensaran seriamente si es de justicia, humana y evangélica, que mientras Franco descansa en un imponente mausoleo, a los pies del altar, los de la otra España, de los vencidos, tienen que buscar a sus muertos, con todas las trabas posibles del último Gobierno del PP, y de la magistratura, que si no son franquistas, se empeñan en demostrarlo.

2ª), la España de los católicos, y la de los indiferentes hacia la Iglesia. Estas dos Españas siempre han coexistido, soterradas, pero mezcladas y revueltas. Pero nuestros obispos evitaron eficazmente que durante los 38 años de la posguerra, y dictadura franquista, se pudiera constatar la presencia de esas dos maneras de ser y sentirse españoles. La instauración del nacional-catolicismo, y el Concordato con la Santa Sede enterró bajo tupidas capas de tierra la España de los indiferentes y de los hostiles hacia la Iglesia. ¿Quién iba a osar señalarse en ese sentido, si el Derecho Canónico de la Iglesia tuvo carácter de ley oficial del Estado Español, y hasta por no ira Misa el Domingo te echaban el ojo, y la Guardia Civil te podía visitar en casa, o si el baile, hasta el de plaza pública, era prohibido si el obispo de la diócesis tenía alergia al mismo?

Esto último ocurrió en mi provincia de Navarra, por ejemplo, y he oído hablar mucho de eso en mi niñez. Mucha gente con la que hablo, personas mayores, que recuerdan entristecidos los inacabables años de la posguerra, admiten ahora, con la mayor libertad que gozamos, que esa actitud de la Iglesia oficial provocó que sus hijos y nietos, en la práctica, hayan apostatado de la Iglesia, como Institución. (Y el siguiente apartado, otra perspectiva de dos Españas, también ayuda mucho al desafecto, por decirlo con mucha suavidad, de las nuevas generaciones hacia la comunidad eclesial oficial.

3ª), la España de los opulentos, y la de los trabajadores. Evidentemente, en este apartado eminentemente sociológico, voy a resumir mucho, intentando, de todos modos, que quede claro lo que quiero decir. Se suele decir que en España, durante siglos, no ha habido clase media, sino solo dos clases significativas: las de los poderosos y ricos, y la de los pobres trabajadores. Estos últimos, siempre, muy mal pagados. Y también es opinión bastante común y repetida, que fue en los últimos años del franquismo, en la que cogobernaron los tecnócratas del Opus Dei, en los que se creó una incipiente clase media española, que, se incrementó, y parecía que se asentaba definitivamente con la Democracia. Y he afirmado «parecía», porque así fue hasta que las políticas neoliberales, no solo de España, sino de la Unión Europea, han hecho, o mejor, están haciendo, que la clases media en nuestro país se vaya, diluyendo. Y que el problema del paro, con lo grave que es, está siendo superado por la mala retribución de trabajos temporales, con poca cobertura de seguridad social, y unos emolumentos generalmente raquíticos. Hoy, tener un trabajo como suele ser el actual, no hace salir a nadie, en general, de la pobreza.

Pero no olvidemos que estoy hablando de los, y para los obispos, sobre todo. Y aquí tenemos que trazar la línea divisoria de las dos vertientes desde las que podemos enfocar el trabajo pastoral de los obispos: una, que es la que siguen la mayoría de los prelados, y la Conferencia Episcopal Española, (CEE), que consiste en pastorear a las ovejas que están en el redil, sin ir a buscar a la perdida, ni preocuparse de los problemas temporales de sus fieles, tengan o no que ver directamente, con el mundo de la Revelación sobrenatural; y otra, que es la que todos los días proclama el papa Francisco, y que nuestros obispos parecen dejar de lado, o directamente dejan de lado, que consiste en preocuparse de los problemas humanos, sociales, económicos, laborales, culturales, políticos, de sus fieles, y ejercer, sin dudas y sin miedos, su misión profética. ¿Alguien recuerda algún pronunciamiento, o declaración institucional, como Conferencia Episcopal, de la Iglesia en España, denunciando las reformas laborales tanto del partido del PSOE en el poder, como la última del PP, todavía bastante peor, según todos los agentes sociales y laborales, pero las dos nefastas para los trabajadores?

Pues en casos parecidos, los episcopados de Francia, Alemania, Holanda, Brasil, y hasta el de EE.UU, lo han hecho, con mayor o menos energía. Todavía está en la memoria de los cristianos europeos con sensibilidad evangélica, y «francisca», permítaseme este adjetivo neológico, y no sé si este también lo es, de la reprimenda, fraterna, pero enérgica, de los obispos alemanes a su canciller Ángela Merkel, recordándole que las políticas económicos que propugnaba Alemania para la Unión Europea irían dejando a muchos pobres por en el camino. Nos gustaría que nuestros obispos también se remangaran, y pusieran por delante, como eminentemente más importante, y más evangélica, la suerte humana y social de sus fieles, que poner, o no, en riesgo la continuidad de los acuerdos de la Iglesia española con el Vaticano. Hace tiempo, en mi opinión, que éstos deberían haber desparecido. Pero nuestros obispos parecen no estar preocupados en mantener esta última antinomia de las dos Españas, la de los opulentos, y la de los empobrecidos.

Para acabar: no es nada difícil percibir el parentesco entre esta «trilogía de dos Españas», y que en realidad se pueden identificar: la España de los vencedores-católicos convencidos-opulentos, y la de los vencidos-indiferentes y agnósticos-empobrecidos. Y aquí, cabe la pregunta: ¿La exhumación-inhumación de los restos de Franco, puede provocar que se abra otra vez la herida de estas varias dos Españas, que, como vemos, y si somos sinceros admitiremos, nunca se ha cicatrizado, fenómeno del que es altamente responsable, durante siglos, y también recientemente, la Iglesia institucional española?