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Reflexionar es un proceso complicado que pide esfuerzo y del que no siempre se obtienen resultados directos. El desarrollo de la reflexión y el pensamiento crítico no se fundamenta en encadenar contenidos para ?saber mucho??; estos sirven para hacer surgir el interés, pero no para mantenerlo. Lo importante es plantear problemas y el proceso que hay que hacer para intentar solucionarlos. Pero sobre todo, es fundamental la actitud constructiva, solidaria, ética que ponemos para que los resultados no resulten contraproducentes para el devenir humano.
Esto nos sirve igual si somos de ciencias o de letras, porque ayuda a ser personas íntegras y críticas. De hecho, hay personas competentes, dialogantes abiertas, empáticos, comprometidas y solidarias tanto en departamentos de letras como en los de ciencias y de técnicas especializadas, incluidas la formación básica o la profesional (FP). Hoy en día, la física cuántica, la neurociencia, las matemáticas, la inteligencia emocional, las biotecnologías… pueden ser tan humanísticas como la filosofía, la literatura, el arte, siempre que estimulen la reflexión y la crítica desde la honestidad ética. En este sentido, dudo de la división radical entre ?ciencias y letras?? cuando las fronteras entre los ámbitos del conocimiento son cada vez más difusas, gobernados como estamos por criterios de máxima especialización en los saberes.
¿Hay que estudiar filosofía, arte, literatura, historia…? la pregunta sirve igual que si la referimos a las matemáticas, la biología, la física o la economía. Si el criterio es la mera utilidad, útil es todo aquello que nos ayuda a ser mejores. Lo contrario es ignorar que muchos principios y leyes de las ciencias han sido, de entrada, inútiles desde la perspectiva mercantilista; no solo el arte o la metafísica: el bosón de Higgs, el teorema de Fermat, la fórmula E=mc2 y tantas otras leyes científicas. Lo mismo se puede decir de la cultura o la filosofía, pero estas han sido ninguneadas en la enseñanza obligatoria. Nos hemos olvidado de la estrecha relación que el mundo clásico griego mantuvo con la naturaleza.
Investigaciones consideradas inútiles por carecer de intención práctica, se han convertido en avances fundamentales para el género humano. La gran utilidad de todo conocimiento es que formula preguntas, aunque a menudo parezcan inútiles. La exclusiva lógica del beneficio mina la base de escuelas, universidades, conservatorios o museos, cuyo valor debería coincidir con el enriquecimiento personal, al margen de lograr beneficios inmediatos materiales. Subsistimos gracias al dinero pero vivimos de la creatividad, del desarrollo integral de la persona. Todo no puede ser medido desde la exclusiva lógica del capitalismo; hay mucha vida más allá de esta unívoca visión de la realidad. La pasión por aprender y mejorar, la alegría de la gratuidad solidaria, la emoción de cultivar la música, la pintura?? debe ser analizadas a la luz de otros registros vitales. Por el contrario, ¿cuántos bienes de consumo innecesarios se nos venden como útiles e indispensables? La tierra prometida del beneficio económico es un espejismo muy peligroso, que contaminado al valor del arte.
Desde la productividad pura y dura no es posible lograr los mejores resultados. No hay más que ver cómo la codicia está destrozando el tejido productivo cada vez más «achinado» sin lograr a cambio una mejora en el terrible desequilibrio de la economía mundial, con la mayoría de personas viviendo en la pobreza y la miseria. Cuando falla algo tan poco economicista como la ética, ni la mejor cultura es capaz de frenar la barbarie totalitaria como sabemos de algunos genocidas, muy cultos ellos. Es algo que se repite frecuentemente.
Si dejásemos morir lo gratuito, lo solidario, lo ético, el desarrollo de la mente y el corazón para ser mejores personas en su sentido más amplio, acabaría por perder sentido hasta la propia vida. Quizá sea esta la principal amenaza del desnortado mundo posmoderno en el que nos encontramos.