ISAMIS son las siglas de la Iglesia de San Miguel de Sucumbíos, en la selva ecuatoriana. Durante los últimos 40 años su obispo ha sido el carmelita descalzo Gonzalo López Marañón: un burgalés de 77 años que llegó a Sucumbíos como misionero y acabó siendo amigo, hermano y obispo de todas sus gentes. El pasado 24 de octubre recibía una carta del Vaticano aceptando su renuncia y dándole siete días para volver “a su país de origen”.
Era domingo, 24 de octubre, cuando monseñor Gonzalo López Marañón recibía de manos de Giacomo Guido Ottonello, Nuncio Apostólico en Ecuador, una carta de la vaticana Congregación para la Evangelización de los Pueblos (antigua Propaganda Fide). En la misiva, el Cardenal Iván Dias, responsable de la Congregación, instaba al obispo de la Liberación a salir de Sucumbíos y regresar a “su país de origen” en menos de una semana. De este modo pretendían desde la Santa Sede facilitar la labor de su sucesor. El nuevo Administrador Apostólico que sustituye a Gonzalo López es el sacerdote argentino Rafael Ibarguren, de la Institución Virgo Flos Carmeli, rama clerical de los Heraldos del Evangelio. Gonzalo llegó a Sucumbíos en 1970, con 37 años. Por aquel entonces todo estaba por hacer. El Estado ecuatoriano estaba más preocupado por la promesa de los posibles recursos petroleros que por la vida de los ecuatorianos que comenzaban a llegar atraídos por el oro negro. No había autoridades, ni servicios públicos. Era una tierra de frontera, casi sin ley y sin una sociedad estructurada. El obispo Gonzalo llegaba a esta selva fronteriza con toda la ilusión de los aires nuevos y las ventanas abiertas que ofrecía el Concilio Vaticano II, así como la opción por los pobres declarada en la Conferencia de los Obispos Latinoamericanos de Medellín (1968).
Liberación descalza
No es de extrañar que el objetivo de ISAMIS sea “la liberación integral del hombre y la mujer desde los pobres por la causa del Reino. Lograr una Iglesia viva y misionera que impulse una nueva evangelización, liberadora e inculturada, que, desde una vivencia profunda de fe en el Dios de la Vida, desarrolle pastorales en las diferentes culturas y anime a las comunidades y a las organizaciones populares en la lucha por la construcción de un mundo alternativo, coherente con el Reino de Dios”. El obispo Gonzalo ha acompañado el desarrollo de lo que hoy es la provincia de Sucumbíos antes de que Texaco decidiera explotar el subsuelo sin importarle la naturaleza ni sus habitantes. No ha sido sencillo construir una sociedad donde sólo vivían algunas comunidades indígenas, unos pocos colonos y un pequeño grupo de misioneros carmelitas descalzos. Después llegó el petróleo y la avalancha de emigrantes en busca de tierras y trabajo. Monseñor Gonzalo consiguió organizar al pueblo y motivarle para que defendiesen sus derechos. Así consiguieron los servicios públicos y las carreteras.
Sucumbíos es la región más conflictiva de Ecuador. La defensa de la vida y los derechos humanos han generado enfrentamientos con las autoridades, con los militares, con las petroleras, con la guerrilla colombiana y con la delincuencia. No es raro que los poderosos vieran a López Marañón como un elemento peligroso, como un cura de la liberación.
Pero lo que realmente llama la atención cuando uno conversa cara a cara con Gonzalo es su sonrisa franca y su mirada clara. Su dulce acento ecuatoriano y su hablar quedo y firme confirman en este carmelita descalzo a un líder capaz de trasformar el mundo y de motivar a otros a seguir la misma senda. Y, sin embargo, es un hombre sencillo, sin afán de figurar, al que le gusta repartir responsabilidades y tareas. Huye de los reconocimientos y las alabanzas que, desde su salida de Sucumbíos a finales de octubre, no han cesado: Universidad Politécnica Salesiana de Ecuador, ACNUR (Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados), Universidad Andina Simón Bolívar de Quito… y el 13 de febrero el Presidente de la República, Rafael Correa, le rendirá homenaje en Lago Agrio, en la tierra donde ha dejado toda su vida y a la que el cardenal Iván Dias le ha prohibido regresar.
Heraldos con botas
Los Heraldos del Evangelio conocidos también como “Caballeros de la Virgen” son una Asociación Privada de Fieles de Derecho Pontificio fundado en 1999 por monseñor Juan Clá Días y reconocida formalmente el 22 de febrero de 2001 por Juan Pablo II. El nuevo Administrador Apostólico de ISAMIS, Rafael Ibarguren, es un sacerdote de 58 años que pertenece a la rama clerical de este movimiento.
Son fácilmente reconocibles por su capa color café en la que destaca una gran cruz de Santiago con franjas blanca, roja y dorada. Las botas negras de caña relucen al igual que el escudo del Santo Padre (tiara papal y llaves de San Pedro) que llevan fijado en el pecho. El atuendo se remata con una gran cadena de eslabones de hierro con la que envuelven su cintura. Son la viva estampa de los cruzados listos para rescatar los Santos Lugares de manos infieles y llaman poderosamente la atención por su disciplina militar.
Su carisma les lleva a procurar actuar con perfección en busca de la pulcritud en todos los actos de la vida diaria, incluso estando en la intimidad. Esto quiere decir que el Heraldo del Evangelio debe revestir de ceremonial sus acciones cotidianas, sea en la intimidad de su vida particular, sea en público, en la obra evangelizadora, en el trato con sus hermanos, en la participación de la liturgia, en las presentaciones musicales y teatrales o en cualquier otra circunstancia.
La Sociedad clerical Virgo Flos Carmeli, a la que pertenece también el nuevo obispo de Sucumbíos, está constituía por miembros de los Heraldos del Evangelio que recibieron el sacerdocio tras décadas de vida comunitaria, con la finalidad de emprender mejor la actividad evangelizadora. Será, sin duda, un gran cambio.