De ideologías, utopías y revoluciones -- Mariana Núñez (Buenos Aires)

0
55

Unas reflexiones sobre el deseo y la lucha por la vida y la libertad
«Queridas, queridísimas amigas, mi alma llora, son tiempos duros.
Pero tengo la esperanza puesta en tantas y tantos maestros que diariamente dan lo mejor de sí.»
Palabras de una docente de escuela pública ante la represión macrista a los docentes de la ciudad que protestaban ante la Legislatura por la arbitraria modificación de las juntas de clasificación docente.

1
Mi amiga Marga es vicedirectora de una escuela ubicada en el barrio de Barracas, donde desde hace muchos años los docentes le hacen pecho cotidianamente a la vida maltratada de cientos de pibitos, ofreciéndoles pedagogía y ternura para seguir caminando. Nadie sabe qué es del futuro de esos chicos una vez que las puertas de la escuela deja de brindarles los pocos abrazos y recursos que la sociedad destina para los de abajo.

La primera certeza es que los pibes siguen llegando y «saliendo a la vida», poblando las casuchas y los villeríos, las calles y las plazas, el sur ninguneado de esta opulenta Buenos Aires que se complace en seguir ofreciéndose como una eterna París del subdesarrollo, ahora con sus nuevos islotes de riqueza posneoliberal, como Puerto Madero.

La segunda es que el mismo estado que abre las escuelas para «garantizar una educación de calidad para todos», es el que a la hora de los reclamos porque la calidad educativa se desdibuja y corrompe, la igualdad no se cumple, y la inclusión y la democracia participativa apenas se nombran en los papeles de los ministerios, ese mismo estado es el que envía sus patotas tercerizadas o aposta sus fuerzas de seguridad para reprimir una justísima protesta. Como vimos en las imágenes que circularon en la semana pasada, el estado apunta sus fusiles contra los maestros y contra todo ciudadano que cuestione y se rebele ante el doble discurso de sus funcionarios-gestores.

Llámense estos Jorge Rafael, José Alfredo, Raúl Ricardo, Carlos Saúl, Domingo Felipe, Mauricio, Néstor, Cristina o Amado. Sean los «rebeldes», maestros porteños o santacruceños; usurpadores de las tierras de Ledesma o del Indoamericano; trabajadores del Francés, del casino o tercerizados del ferrocarril; ?desaparecidos?? o víctimas del gatillo fácil y de la violencia carcelaria. Varía el régimen (dictaduras fascistas, democracias presidencialistas) y los gobiernos que lo encarnan (junta de comandantes en jefe, o presidentes del arco político partidario: liberales, del centro, progresistas), pero ambos, régimen y gobierno responden a la lógica del mercado capitalista y al estado burgués que garantiza su curso «totalitario».

2
Mi amiga Marga, al igual que todos los que fuimos educados dentro del sistema estatal y nos hicimos un lugar en la sociedad a fuerza de sueños, estudio, dedicación y trabajo, tenemos incorporado en nuestra subjetividad que la ?fórmula?? propuesta y difundida desde el Estado Benefactor que nos ampara, es ?así?? para todos los individuos; que siempre que se cumpla: ?sueños más estudio más dedicación más trabajo?? el resultado será el ascenso o, por lo menos, el mantenimiento social. Hoy deberíamos estar cuestionándonos seriamente esta hipótesis, dado que para las mayorías ni el logro de un título terciario o universitario ni el trabajo a brazo partido nos asegura la adquisición de una vivienda propia, por ejemplo.

Nos quejamos: ?vivimos para trabajar??, pero la sola idea de convertirnos en desocupados y quedar radicalmente afuera del sistema es suficiente para que agachemos la cabeza, sigamos agradeciendo el estado de las cosas y esperando que con mayor dedicación y esfuerzo podamos alcanzar un estado de bienestar paradisíaco; el «destino de grandeza» de nuestra nación.

3
Tenemos en la cabeza las imágenes que las instituciones de las clases dominantes se preocupan y ocupan de inocularnos. Estado, escuela, universidad, iglesia, fuerzas de seguridad constituyen la «super-estructura» social que Marx señaló como entramado de las ideologías y creencias que sostienen al sistema capitalista, asegurando el beneficio y los privilegios de unas clases/sectores sobre otras. Ideologías e imágenes ?eclesiásticas?? del estilo ?el paraíso perdido?? o ?el pan ganado con el sudor de la frente?? se entremezclan en nuestra sociedad occidental y cristiana con las ?estatales?? de distintos regímenes en curso, como ?civilización o barbarie??, ?el granero del mundo??, «los argentinos somos derechos y humanos» o ?el modelo??.

Son palabras que dan cuenta de una ideología dominante que se estructura en nuestra subjetividad para beneficio de quien la hace circular. Para reforzar el status quo, el orden establecido; que desde hace más de cinco siglos es el orden de las clases sociales del capitalismo: los dueños de los medios de producción y circulación de bienes y simbología, por un lado, y los trabajadores por el otro.

Con los matices locales y temporales, por supuesto; como la resistencia de los pobladores indígenas y campesinos, o el surgimiento de nuevos actores sociales como las agrupaciones de desocupados o las asambleas vecinales y regionales. Todos dando cuenta de un mundo extraordinariamente multifacético y en cambio continuo, unificado globalmente en este tiempo por un mismo grito de indignación y rebeldía que se expresa también en una pluralidad de voces: ?Un mundo donde quepan todos los mundos??, «socialismo del siglo XXI», ?democracia ya??, o ?que la crisis la paguen los de arriba??. Voces que me traen aquella profética voz de una pionera de las luchas sociales revolucionarias (Rosa Luxemburgo): ?socialismo o barbarie??.

4
Es necesario volver a mirar nuestro pasado, el pasado de la humanidad. Para aprender y para dar fundamento a nuestra esperanza. Y que nuestra esperanza se encarne en la lucha concreta y efectiva por un mundo de verdad, justicia y equidad. Sin abandonar nuestras trincheras de creación y trabajo cotidiano, sin abandonar nuestros sueños y la ternura indispensables, debemos animarnos a subvertir tanta opresión. No es el esfuerzo individual ni tan siquiera el de un sector o región o país el que salvará a la humanidad y al planeta de la explotación capitalista. Debemos aunar nuestros esfuerzos en una organización revolucionaria de las clases trabajadoras y populares que sume a un programa anticapitalista la estrategia indispensable para llegar a empoderarnos, y que tantos sueños, esperanzas y vidas no se disipen en las entrañas del sistema sino que empujen una verdadera democracia de los trabajadores.

Pues bien, nuestra subversión debe ser revolucionaria o no será; las reformas progresivas del sistema han probado en todo el mundo ser tan ineficaces como regresivas y aún peor: funcionales al estancamiento de la concientización popular, tanto como de la organización de los trabajadores y el ascenso de las luchas sociales. La tercera certeza entonces es que solo la organización de los trabajadores y marginados podrá instaurar un mundo nuevo donde la ideología que circule sea la fraternidad y solidaridad universales.

(Información recibida de la Red Mundial de Comunidades Eclesiales de Base)