CURAS DEL PROLETARIADO: LA GRAN IGLESIA DE LOS DESFAVORECIDOS. Lucas Martín

0
53

La Opinión de Málaga

Llevan sotana cuando hay que oficiar misa, pero se visten sin boato para salir a la calle y entran al trapo de cualquier tema aparentemente profano. Son sacerdotes, pero de una pasta especial, curtida en mil batallas y acostumbrada a mirar cara a cara a la miseria. El cierre de la parroquia de San Carlos Borromeo de Madrid los ha vuelto a poner de moda, aunque a ellos nunca les han gustado los papeles protagonistas. Los curas de barrio, de la tradición obrera, siguen dando guerra en este siglo y asoman donde se extiende la pobreza, en zonas afectadas por la enfermedad, en casas de ayuda y, por supuesto, en Málaga, donde existe una buena representación de su esforzada estirpe.

En las parroquias de las barriadas más excluidas de la capital, la labor de estos sacerdotes se vuelve irremplazable. Sin su concurso, la supervivencia en Los Asperones, La Palmilla o Los Palomares sería un poco más extrema, lo que es decir mucho si se tienen en cuenta las carencias de estos barrios. Aunque para empezar con los nombres propios, resulta inevitable aludir a Carranque y a la parroquia de San José Obrero, donde hasta hace apenas seis meses regía la mano del incombustible Ángel Rodríguez.

El bueno de don Ángel, como se le conoce por la zona, se convirtió en el artífice de un episodio de envergadura solidaria. Hace apenas seis años, decidió a abrir la parroquia a más de medio centenar de inmigrantes indocumentados, a los que procuró asilo porque no soportaba que durmieran en la calle. A todos ellos les ayudó a encontrar empleo y hogar, aunque su labor tenía las miras más amplias. En una entrevista publicada en este diario, aseveró que su intención también era abrir las puertas de la casa parroquial a las prostitutas de los polígonos, «porque no descanso tranquilo sabiendo que no tienen donde ir y viven a la intemperie». Sin duda, decisiones difíciles, políticamente incorrectas, pero éticamente irreprochables.

Más o menos como las que tiene que adoptar casi a diario el padre Ángel Antonio, responsable del Hogar Nuestra Señora de la Merced, que se ocupa de reingresar en la vida a internos del penal de Alhaurín de la Torre. Allí, en una de las paredes de la casa, el párroco tiene prendidos algunos poemas de Eduardo Galeano, acaso uno de los autores más combativos de América Latina. Sin embargo, no es con la palabra con lo que trabaja el padre, que se ve obligado a renunciar a cualquier discurso de corte paternalista para auxiliar a los residentes. «Si perciben que intentas ser moralista, te rechazan y no se produce ningún cambio», apunta.

Una estrategia en la que también está versado el padre Ángel Luis Montalvo, párroco en la barriada de La Palmilla, que, en ocasiones, tiene que salirse de los derroteros de la evangelización para tratar de encauzar a los que comenzaron a sentirse perdidos. Sobre todo, porque algunos de ellos son inmigrantes y participan de credos distintos, lo que no es ningún óbice para beneficiarse de los programas que organiza la parroquia. No obstante, Montalvo recusa la imagen que transmite la barriada, donde a su juicio conviven personas en situación de deterioro, pero en el que se puede pasear sin tener que dar alaridos.
Lo que no tiene tan claro el párroco es que la revolución se pueda hacer en una hora, ya que se trata de problemas que exigen un tratamiento gradual y continuo. Y para ello cuenta con la ayuda de las asociaciones radicadas en el barrio, además de la labor de las Misioneras Cruzadas, las Hijas de la Caridad, las Hermanas de Foucault y Cáritas Diocesana, que está en todas partes.

Y de los tres ángeles, que ni están en el cielo ni creen en pasarse el día entre las nubes, al padre Francisco Ruiz, el popular Paco de la parroquia de El Cónsul, conocido por su actividad en los asentamientos de Los Asperones. Un sacerdote que se ha convertido en un referente por su brega constante con las administraciones, a las que ha leído la cartilla en más de una ocasión con motivo de la situación del barrio. «El Ayuntamiento le echa la culpa a la Junta y ésta tampoco resuelve el asunto, con lo que, salvo arreglos puntuales, nadie se ocupa de aquí», señala.

Hablar de Paco es aproximarse a la realidad de una zona alejada de los núcleos de la capital y a la que, lamentablemente, sólo llega gente para comprar droga. Para resumir los problemas más acuciantes de sus habitantes, el padre pone los manos en forma de pagoda y dice: «Esto es su abanico, su campo de visión y no han aprendido ni saben ver otra cosa».

En una zona desprovista en buena medida de luz eléctrica, reluce la falta de referentes sociales y el único modelo que tiene popularidad es el del dinero fácil. Por ello, los que prosperan no tardan en trasladarse a rincones menos inhóspitos, aunque el problema es que no existen demasiadas oportunidades.

Aunque Paco y Cáritas, ayudados por las asociaciones Oropéndola y Arate, han logrado pequeñas victorias. Entusiasmar a varios jóvenes en talleres de pintura y jardinería, alfabetizar a colectivos o conseguir que algunos niños estudien en centros normalizados son algunas de sus conquistas. La batalla de los curas obreros, silenciosa y leal, nunca se da por vencida.