Tras la cuestión del clima y las respuestas de orden económico, cada ser humano y cada nación tiene una responsabilidad ética respecto a sus semejantes, tanto los de cerca como los que están a miles de kilómetros. La Iglesia, jerarquía y pueblo, tienen su parte de responsabilidad.
Oportunidad para una acuerdo futuro sobre el clima
Del 28 de noviembre al 9 de diciembre se está teniendo en Durban (Sudáfrica) el 17º Encuentro de la Convención-Marco de las Naciones Unidas para el Cambio Climático (CCUNCC), llamado abreviadamente COP17 Durban.
En este encuentro internacional se debería plantear un nuevo acuerdo en continuidad con el Protocolo de Kioto, que expira a finales de 2012 y que afecta al compromiso de reducir la emisión de gases de efecto invernadero. Pero algunos de los países más grandes han anunciado que no estaban a favor de un acuerdo futuro que comprometería su crecimiento económico. Entre ellos, Canadá, Japón y Rusia que, aunque estaban comprometidos con Kioto, han aumentado sus emisiones de gas de efecto invernadero. Se corre el riesgo de un vacío jurídico en el que cada Estado haga lo que guste en función de su voluntad política y sus prioridades.
Pero la crisis del clima y la crisis económica se hallan estrechamente vinculadas y deben resolverse mediante una solución común. Si las consecuencias son mundiales, la solución tiene que ser solidaria. Se sabe de qué manera el cambio climático influye gravemente sobre la vida humana y el entorno, especialmente en las poblaciones más vulnerables cuya vida depende directamente de la supervivencia de los ecosistemas. Al añadirse a la crisis financiera, se expande como un incendio acarreando problemas de salud, de acceso a la educación, de empleo, y abocando finalmente a graves crisis sociales. El ser humano vale más que las estadísticas del gas y la temperatura.
Los destinos del hombre y de la naturaleza se hallan unidos ante Dios
Al recordar cómo la preocupación por el medio ambiente y el clima forma parte de la fe católica, el papa Juan Pablo II nos dio dos claves: la conversión ecológica y la vocación ecológica del ser humano. El ser humano no está por encima de la naturaleza sino que forma parte de ella. La necesita parta vivir lo mismo que ella necesita de alguien que la cuide como un buen padre de familia. Benedicto XVI insiste en la conversión interior. El amor al dinero, las ansias de bienestar y el orgullo llevan al hombre a no reconocer los límites de la naturaleza. Estas culpas personales influyen en el entorno y en la sociedad. La humilde aceptación de los límites de la naturaleza constituye para nosotros una pedagogía para hacernos más humanos ante el Creador. El hombre no puede reducir el gas de efecto invernadero sin reformar, a escala doméstica y nacional, el sistema económico que desprecia al ser humano y el entorno mediante el culto al dinero y al individualismo.
Por una justicia climática, social y económica
Por todas estas razones,algunas Iglesias se han unido para introducir el aspecto ético en el debate mundial sobre el cambio climático. Promueven la solidaridad con las poblaciones más vulnerables porque la mayoría de ellas son las que menos han contribuido al cambio climático que ya están padeciendo. Malawi, por ejemplo, ha conocido, entre 1970 y 2006, 40 catástrofes vinculadas a las condiciones meteorológicas. Antes de 2001, sólo había 9 distritos de Malawi considerados «inundables”; desde 2011 son 22 los distritos considerados vulnerables. Cada día más los gobiernos de estos pueblos tienen menos medios para prevenirse frente a las consecuencias, mientras que en Europa y en otras regiones ricas del mundo, se gastan millones de divisas para precaverse de los destrozos que puedan ocasionar las «tormentas del milenio” previstas por los modelos matemáticos de previsión climática.
Así por ejemplo, la Región flamenca de Bélgica dedica 300 millones de euros para la consolidación de sus costas calculando que los (eventuales) destrozos le costarían más caros. Francia y Gran Bretaña invierten aún más. Y estas inversiones hacen que la máquina económica funcione. Se han puesto en marcha mercados de carbón y ayudas llamadas «de adaptación” que son, de hecho, creación de nuevos mercados, a veces virtuales, so capa de lucha contra el cambio climático.
La red Justicia, Paz e Integridad de la Creación (JPIC), el Consejo Ecuménico de las Iglesias (CEO) y otra serie de redes trabajan por la justicia social y económica y promueven una «justicia climática”. Denuncian el modelo de desarrollo mundial basado en el super-consumo y la avaricia que es lo que predomina en las políticas sobre el clima.
El deber de la Iglesia
Al abordar el tema del clima en el Sínodo de 2009, los obispos africanos hicieron una llamada a la Iglesia y a todos sus miembros para que actuasen de cara a quienes toman las decisiones a nivel local y nacional. Es algo muy concreto. Los pequeños agricultores necesitan ayudas para adaptarse al clima. Necesitan estar informados sobre las tendencias climáticas a largo plazo y sus consecuencias de lluvia, temperatura, los flujos de depredadores y enfermedades de los cultivos. Tienen derecho a ser ayudados en la selección de las plantas y a formarse en las prácticas agrícolas mejor adaptadas al nuevo ecosistema y en coherencia con la agricultura familiar. La Iglesia, en cuanto la red amplia y densa que es, y como responsable de la educación de su pueblo, puede contribuir a estos intercambios de información y a esta formación. Paralelamente debería apoyar la capacidad de los grupos de acción social y política, como Justicia y Paz, para comprender la relación existente entre las condiciones de vida y las opciones políticas, a la luz del Evangelio. Puede también apoyar las reivindicaciones que las redes de agricultura familiar presentan a los políticos para la protección de la pequeña agricultura respetuosa del ecosistema y del ser humano.
La Iglesia debe también actuar para que las políticas de Ayuda al Desarrollo, y otro tipo de ayudas de la Unión Europea apoyen a las redes de pequeños agricultores africanos que emprenden iniciativas locales de adaptación al clima. Sin estas prioridades muere la economía local y la misma sociedad. La producción de los pequeños agricultores disminuye hasta el punto de que las ganancias no bastan para hacer frente a los gastos escolares de sus hijos, hipotecando su futuro, incluso llegan a ser insuficientes para alimentar a la familia. Cada Estado, por tanto, tiene en deber de asegurar todo lo necesario para que se haga realidad el derecho a la alimentación y a una vida decente.
La Iglesia, tanto la jerarquía como el pueblo, debe exigirlo y contribuir eficazmente a ello. El papel de la Iglesia, a través de sus miembros, es actuar ante quienes llevan a cabo las decisiones políticas también en Durban. En Durban, Caritas Internacional, Religiones por la Paz y el COE, que preparan, para el 7 de diciembre, un evento paralelo al COP17. En él debatirán las implicaciones religiosas del cambio climático. Está previsto igualmente un encuentro interreligioso. El frente común establecido por las comunidades religiosas de África y del mundo tienen un secretariado y una página web en Internet. Algo que no se olvida es la educación de las nuevas generaciones. Así, el COE y la Federación Luterana Mundial organizan, en Durban, un seminario «Youth for Eco-Justice” para jóvenes cristianos entre 18 y 30 años donde recibirán formación para la justicia medioambiental y socioeconómicay así poder luego llevar a cabo proyectos en su país.
A nosotros, como lectores, nos toca ver nuestra parte de responsabilidad y nuestras posibilidades de actuación, así como las de nuestras comunidades y parroquias.
Secretariado de AEFJ