A Franco había que sacarle del Valle de los Caídos porque se construyó para los muertos en la guerra civil y, además, porque su biografía ni es memorable ni ejemplar desde un punto de vista democrático ya que simboliza la guerra y la violencia fratricida que es lo que un memorial quiere dejar atrás.
Una vez Franco fuera, ¿qué hay que hacer con el Valle de los Caídos?
Un lugar de la memoria, algo muy exigente pues lo que se esconde tras esa denominación es construir un lugar de memorias compartidas, es decir, un lugar al que puedan acudir familiares de uno y otro lado con el fin de honrar a sus muertos y al tiempo de meditar sobre la tragedia española con el fin de que no se repita.
La memoria que tanto se invoca ahora significa, en primer lugar, recuerdo de las víctimas y, al tiempo, voluntad de justicia, es decir, de reparar los daños reparables y hacer memoria de los irreparables. Pero es todavía algo más: “nunca más”. Si hacemos memoria de tanto sufrimiento es para que la historia no se repita, para que se haga de una manera distinta, esto es, sin cabalgar a lomos del sufrimiento. Esto exige un enorme esfuerzo por parte de todos: de un bando y de otro, por supuesto; pero también de los que ejercieron la violencia y de los que la sufrieron.
Los primeros tienen que entender que matar en nombre de una idea no es defender un ideal sino cometer un crimen. Las víctimas, por su parte, también tienen que hacer un trabajo de autocrítica. Esto puede parecer duro pero ahí está el ejemplo de Primo Levi, víctima de Auschwitz, que se negaba a juzgar a nadie porque se preguntaba qué hubiera hecho él en su lugar y algo más: se decía a si mismo que si todos hubiéramos obrado bien, los bárbaros no hubieran aparecido. El que no juzgó ni condenó nos pedía a nosotros, los que vivimos después de aquella barbarie, que juzgáramos y condenáramos, pero no a las personas sino a toda forma de hacer historia que camine sobre víctimas.
Por eso un lugar de memoria es una llamada a la reconciliación, es decir, a interrumpir una historia fratricida. Eso sólo lo podemos lograr si tenemos en cuenta la lección de los muertos que “ya sin ira ni rencor” nos mandan, como decía Azaña, el único mensaje que importa “paz, piedad, perdón”.