Este miércoles de Ceniza comenzamos la Cuaresma y a cada persona que se le ponía la Ceniza se nos estuvo diciendo Conviértete y cree en el Evangelio. Este modo de actuar sin duda es válido, pero oculta una dimensión colectiva de la Conversión. Es necesario que cada uno de nosotros nos convirtamos, pero todo puede quedar a nivel individual, aunque en algunos casos pueda tener su repercusión social.
Esta práctica individual, o a un de multitudes, pero fijada solo en cada persona no concuerda con el llamado del Profeta Joel a la Conversión de todo el Pueblo- de todos los habitantes de la Ciudad. Pero sobre todo no concuerda con el llamado de Jesús personal y comunitario a convertirnos de cara al Reino de Dios y su Justicia y su Misericordia.
Con toda razón en unas celebraciones que nos han compartido, se dice: Me convierto, me comprometo en la Construcción del Reino de Dios. Este enfoque que está más de acuerdo con el seguimiento fiel de Jesús, vale también para la Iglesia toda. Vale para las familias, para las Comunidades y para otros grupos cristianos, pero además vale o debería valer especialmente para la Iglesia en su conjunto. Los sacerdotes y los Delegados y los Animadores pusimos la ceniza en muchas frentes, pero ¿me pregunté, nos preguntamos sobre nosotros como Iglesia sobre nuestra conversión?
Deberíamos preguntarnos, como Iglesia ¿de qué tenemos que convertirnos? o como preguntaban a Juan los cobradores de impuestos, los soldados y el pueblo sencillo, y nosotros ¿Qué tenemos que hacer? Simplemente enumero unas sugerencias que a la vez son anhelos, sueños y preguntas:
Como Iglesia deberíamos convertirnos de ser el centro de la vida cristiana, y reconocer que el Centro es Jesús y el Reino de Dios que El anunció, proclamó y sobre todo vivió apasionadamente.
Como Iglesia deberíamos hacer una realidad la igualdad fundamental entre laicos, religiosas, sacerdotes y obispos y volver a vivir lo que proclamaba el Concilio Vaticano II que la Iglesia es ante todo Pueblo de Dios.
Como Iglesia deberíamos convertirnos, arrepentirnos de haber discriminado de tantas maneras a las Mujeres en todos los niveles, en el sacramental, en la toma de decisiones, en la vida cotidiana y en los grandes acontecimientos eclesiales.
Como Iglesia-con la Constitución Gozo y Esperanza, deberíamos en verdad hacer nuestras y asumir vitalmente los Gozos y Esperanzas, las Tristezas y Alegrías, los Temores y los Anhelos de gran parte de la humanidad sufriente.
Como Iglesia , siguiendo a Jesús, deberíamos compartir la Mesa de la Vida con los más pobres y excluidos de nuestra sociedad siendo en verdad una Iglesia Samaritana que sueña y lucha por una Vida Digna especialmente para las mayorías empobrecidas.
Como Iglesia, siguiendo a Jesús, deberíamos ser en verdad una iglesia profética estando muy lejos del poder, de la mesa de los poderosos económica y políticamente.
Como Iglesia debemos convertirnos reconociendo nuestros pecados de acción y de omisión en el caso de la pederastia clerical y en el caso del silencio ante las violaciones de tantas Niñas y Niños en nuestras sociedades. Igualmente debemos reconocer que hemos sido muy lentos y tibios ante el gravísimo problema de las y los emigrantes maltratados, violados, extorsionados, asesinados.
Como Iglesia deberíamos ser en verdad Ecuménicos, no sentir dueños absolutos de la verdad, sino hermanos entre otros hermanos que queremos seguir a Jesús, y abiertos como nos invita Don Pedro Casaldáliga al Macroecumenismo abiertos a reconocer la presencia y acción del Espíritu en todas las religiones y en todos los anhelos justos y de justicia y solidaridad de los no creyentes.
Como Iglesia debemos convertirnos y reconocer que muchas veces nos detenemos en la observancia de una palabra en la liturgia, y no procuramos seriamente hacer unas celebraciones inculturadas y encarnadas en la vida de las mayorías de nuestro Pueblo.
Como Iglesia debemos convertirnos de vivir a veces en nuestro castillo o en nuestra isla en medio del mar embravecido y agitado de la miseria, del hambre, del terrorismo y narcotráfico.
Sin duda hay además cosas ??secundarias?? que también deberíamos cambiar como Iglesia, por ejemplo, las vestiduras elegantes y de otra época y títulos tan ajenos al Evangelio de Jesús.
Cada uno de nosotros tiene esos y otros anhelos, pues sin duda todas y todos queremos una Iglesia reflejo más fiel de Jesús y su práctica salvadora. Lo importante es no solo tener esos sueños y anhelos, sino ir luchando para que cada vez más sean una realidad empezando por vivirlos personalmente y en nuestras familias, comunidades, parroquias y aun diócesis.
Termino de compartirles mis sueños y anhelos con 3 Anhelos mucho muy importantes: a) Que como soñaba Juan XXIII nuestra Iglesia sea de todos, pero en especial que sea Iglesia de los Pobres-como lo fue Jesús.
b) Que en el centro de nuestra predicación, de nuestra liturgia, de nuestros ministerios antes que las normas y las doctrinas, este Jesús y su apasionado seguimiento.
c) Que como Iglesia nos convirtamos en verdad al Reino de Dios- que seamos instrumento y anuncio del Reino de Dios. Que el Reino de Dios sea el criterio e impulso fundamental en la vida de la Iglesia. Que la pasión de Jesús, el Reino de Dios, sea nuestra pasión.