La resurrección de Jesús, el crucificado, es el centro de la fe cristiana. Esta fe no es una simple declaración de la inmortalidad del alma o de que la muerte no es el fin, pues todas o casi todas las religiones hablan de la vida después de la muerte. Lo específico de la fe cristiana es confesar que Jesús, que fue derrotado, condenado y crucificado por el Imperio Romano y por sacerdotes del Templo de la religión que él profesaba, resucitó por el poder de Dios. ¡Es la fe en la victoria de un justo, pero derrotado! (vea el artículo Cristianismo de Liberación (IX): Mesías derrotado.)
¿Cómo puede un derrotado ser, al mismo tiempo, victorioso? Ante esta dificultad, muchos enfatizan la resurrección, la victoria sobre la muerte, y «olvidan» que en el campo político-histórico Jesús fue derrotado y anuncian o defienden una visión triunfante del cristianismo en el campo social y político. Otros, en nombre de la pasión y muerte de Jesús, reducen el cristianismo a una religión de resignación y obediencia ante los poderes opresivos del mundo o también ante una supuesta voluntad divina que estaría exigiendo de nosotros sufrimientos y sacrificios a cambio de la salvación. Una religión que nos alienaría de nuestra historia. La postura triunfalista nos deja ciegos o miopes ante los hechos dramáticos de la historia; y la «fuga del mundo» niega el misterio de la encarnación.
Para salir de esta dubitación, pienso que es importante que distingamos dos niveles de la «realidad» que están en juego en los conflictos y luchas sociales. Tomemos como ejemplo la cuestión económica. Después de un cierto nivel de riqueza – digamos, por ejemplo, cincuenta millones de reales -, una persona no tiene ya ninguna preocupación por su supervivencia material. Esa persona podría hasta dejar de trabajar y vivir muy confortablemente sólo con los rendimientos de su riqueza. Pero, la gran mayoría de los ricos continúa queriendo más, y para ello, si fuera preciso, continúan explotando a los más pobres y oponiéndose a las luchas sociales que tienden a una mejora de las condiciones de vida de los más pobres.
La búsqueda de más riqueza, en estos casos, no tiene nada que ver con la vida material; ahora es una cuestión «espiritual». Estas personas desean, como todo el mundo, el «ser», el sentirse más plenamente humanos, «más gente». Ellas quieren ser envidiadas por sus riquezas y por su capacidad de tener lo que otras personas desean, pero no tienen. Es este placer de ser envidiadas y el placer de «poder» comprar o imponer su voluntad sobre los más pobres, lo que ellas confunden con el «ser».
Sin embargo, el «ser» que nos humaniza no está en las cosas fabricadas por manos humanas, por eso éste es un camino que sólo lleva al vacío espiritual y a la frustración. Enfrentadas a esto, estas personas tienen dos caminos: a) reconocer el error y admitir que el verdadero camino para la humanización consiste en la lucha por la justicia y la solidaridad; b) acumular más en la búsqueda de una gran riqueza, lo suficiente como para llenar el vacío espiritual. Desgraciadamente la gran mayoría elige el segundo camino y continúa su búsqueda frenética por más acumulación y, con eso, más explotación y opresión sobre otros. Es importante notar aquí que imponer humillación sobre los más débiles es un ítem fundamental en este camino. Es como si dijesen: «aún con toda esta riqueza, yo no soy feliz, pero por lo menos soy más feliz que estos ?miserables? infelices». Sin la arrogancia y humillación sobre las personas más ?humildes?, esta lógica no funcionaria.
Podemos decir entonces que los ricos y poderosos, aunque venzan en sus batallas económicas y políticas, pierden en el campo espiritual, en la búsqueda de la humanización. Como el objetivo último de ganar más dinero es para adquirir más «ser», el ganar más dinero es una victoria aparente, que enmascara la derrota en lo que es más importante para ellos mismos. En la victoria, ellos fueron derrotados por sí mismos.
Por otro lado, las luchas de los pobres y de otras personas que se solidarizan con ellos no son solamente por cuestiones económicas y materiales. Más que eso, ellos buscan superar la situación de constante humillación, de negación de la dignidad humana. El dolor del hambre pasa cuando nos alimentamos, pero el dolor de la humillación permanece por mucho tiempo en el fondo de nuestro ser. Por eso, cuando los pobres y otros grupos sociales que sufren continuamente la humillación entran en lucha por sus dignidades, ellos están saliendo de la condición de «objetos» de dominación o de humillación y se afirman como sujetos humanos. Por supuesto que ellos quieren obtener victorias económico-socio-políticas que les permitan vivir con más dignidad, como todo y cualquier ser humano tiene derechos, pero la lucha no se resume en esto. Estas personas, en el fondo, saben que la lucha tiene dos frentes de batalla: a) la política para cambiar las condiciones materiales de sus vidas; b) la espiritual para afirmarse como seres humanos, para realizar su vocación de «ser» más humanos. Es por ello que incluso en las derrotas políticas, ellas se sienten más realizadas, convencidas de que en la lucha por su humanización obtuvieron una victoria importante.
Queda claro también que hay personas que entran en las luchas sociales sólo por cuestiones meramente económicas, y hacen de todo para no perder los privilegios o ganancias materiales que conquistan en el transcurrir de la lucha. Muchas veces llegan a manipular o utilizar a las organizaciones populares para sus propios intereses y así reproducen la misma lógica que guía a los ricos y poderosos y la «corte» de los que envidian este tipo de vida.
La fe en la resurrección nos permite darnos cuenta que la victoria más importante en nuestras vidas es la realización de nuestra vocación humana de ser más humanos; y que esta vocación sólo puede ser realizada en la solidaridad y en la lucha por nuevas relaciones humanas y sociales y por una sociedad donde todas las personas puedan vivir con dignidad y alegría. La derrota o victoria en el campo socio-político es una cuestión que no depende solamente de nuestra fidelidad, sino también de las condiciones objetivas de la historia. Por eso, pienso que la realización de nuestra vocación humana, nuestra victoria espiritual, no se identifica con la victoria en las luchas sociales, sino que se da en la propia acción de participar en estas luchas, por menores que sean.
De esta forma podemos vivenciar en nuestras vidas lo que testimoniamos con nuestra fe: ¡Jesús Cristo, el derrotado por el Imperio, venció, resucitó!
(Este es el décimo artículo de una serie que estoy escribiendo sobre el tema del «cristianismo de liberación» como una contribución a los debates en vista de la V Conferencia del CELAM)
Traducción: Daniel Barrantes – barrantes.daniel@gmail.com
*Jung Mo Sung es profesor de postgrado en Ciencias de l Religión de la Universidad Metodista de San Pablo y autor de Sementes de esperança: a fé em un mundo em crise