Hay, entre muchas personas y grupos que se identifican con el cristianismo de liberación, una cierta desilusión con la actuación al interior de las comunidades cristianas, especialmente en la Iglesia Católica. Conozco muchas personas, jóvenes y no tan jóvenes, que por diversos motivos, ya no logran participar activamente en las iglesias.
Unos porque los sacerdotes o pastores los fueron «empujando» hacia afuera; otros porque pasaron a priorizar las luchas en el campo social y político y, de a poco, fueron perdiendo la «paciencia» por el titubeo de las comunidades y la visible guiñada «conservadora» en el campo teológico y también social de una buena parte de las iglesias.
En los primeros años del cristianismo de liberación en América Latina, en la década de los 70 y 80 del siglo pasado, una buena parte de la producción teológica y de las prácticas cristianas estuvieron dedicadas al público en el interior de las iglesias. La lucha era para intervenir en los rumbos de las iglesias y convencer a la mayoría de que el anuncio de la buena nueva pasaba necesariamente por la opción por los pobres y por otros grupos oprimidos (como mujeres, negros, indios, etc.). Había también una gran expectativa de que toda – o casi toda – la iglesia podría ser transformada en la «iglesia de los pobres», en la «iglesia profética», y de que el cristianismo de liberación sería la cara más visible y actuante del cristianismo en América Latina. Pero, como todos sabemos, esto no ocurrió.
Ante la inminencia de la V Conferencia del Celam, vuelve de nuevo la discusión – abierta o medio camuflada – sobre la validez o no de invertir tiempo y esfuerzo en la lucha interna de las iglesias; sobre si no es mejor invertir prioritariamente el poco tiempo que tenemos en los movimientos populares y sociales, es decir, en el campo social y político. Yo pienso que, a pesar de todo, la disputa en el interior de las iglesias todavía continúa siendo importante para nuestra lucha de «liberación». Necesitamos mantener dos frentes de lucha: uno en el interior de las iglesias y el otro en la sociedad.
La lucha en el interior de las iglesias es importante porque la religión todavía tiene un papel significativo en la disputa por la hegemonía en la sociedad civil. Es en la sociedad civil que se da la disputa por los valores morales y sociales que guían a la sociedad. Y a pesar de tantos escándalos y pérdida de credibilidad de los sectores religiosos o autoridades e instituciones eclesiásticas, la religión todavía tiene un papel en esta «batalla ideológico-cultural». La disputa en torno del «uso» de la religión para legitimar la dominación o para defender las luchas en favor de la dignidad y vida de las personas pobres, oprimidas o excluidas continúa siendo importante.
Además, para una buena parte de los pobres de Brasil, la posición y las actitudes concretas de las comunidades eclesiales hacen la diferencia, porque éstas todavía continúan siendo uno de los pocos lugares donde ellos o ellas pueden encontrar – no siempre lo encuentran – un lugar para rescatar su autoestima y tener experiencia de inclusión y reconocimiento y, a partir de ello, asumir más vigorosamente su lucha por alcanzar transformaciones en su vida y en la sociedad.
El posicionamiento público de la jerarquía de la Iglesia Católica en la V Conferencia del Celam – así como el de los líderes de iglesias protestantes históricas y de las evangélicas pentecostales que públicamente defienden o critican, por ejemplo, la «teología de la prosperidad» – hace una diferencia en los rumbos de la sociedad, pudiendo fortalecer el camino hacia más sensibilidad solidaria y justicia social, o hacia más indiferencia social.
Sin embargo, no podemos olvidarnos que es en la sociedad, el segundo frente de lucha, que las decisiones y los cambios sociales y políticos ocurren. Las denuncias y anuncios proféticos de los cristianos y de las iglesias sólo transforman el funcionamiento de la economía, de la sociedad y del Estado en la medida en que se «encarnan» en decisiones económico-políticas y en nuevas reglas culturales. Es decir, en la medida en que luchamos también en el campo de la sociedad civil y de la política.
El mantener necesariamente estos dos frentes de lucha nos trae una dificultad.
El lenguaje y la lógica de la argumentación – «las reglas del juego» – utilizadas en el interior de las iglesias no son las mismas que las de la sociedad. En el interior de las iglesias utilizamos un lenguaje religioso con argumentos basados principalmente en la autoridad de los textos bíblicos o de las doctrinas, tradiciones y documentos oficiales de las iglesias. Mientras que en la sociedad, el lenguaje es «secular», es decir, no religioso, y los argumentos deben estar fundados en la razón, en las ciencias, o por lo menos en argumentos lógicos razonables aceptados por todos los que están en el diálogo. Esto no significa que el cristianismo de liberación deba tener dos «caras» totalmente diferentes en estos dos campos distintos.
El desafío es cómo mantener nuestra identidad de cristianos en la lucha política social, asumiendo las «reglas del juego» – el lenguaje y la lógica de la argumentación – del campo no religioso y, al mismo tiempo, traducir para este campo no religioso las contribuciones específicas de la tradición del cristianismo de liberación.
(Este es el tercer artículo de una serie que estoy escribiendo sobre el tema del «cristianismo de liberación» como una contribución a los debates en vista de la V Conferencia del CELAM)
Traducción: Daniel Barrantes – barrantes.daniel@gmail.com
Jung Mo Sung es Professor de pós-grad. em Ciências da Religião da Univ. Metodista de S. Paulo e autor de Sementes de esperança: a fé em um mundo em crise