Crisis -- Marta Arias

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Alandar

Crisis hipotecaria, inmobiliaria, financiera, energética… probablemente, si se diera un premio anual a la palabra más utilizada, el 2008 sería sin duda el año estelar de la “crisis”. Todos nos mostramos preocupados, cautos, algunos empezando ya a sufrir sus efectos, pero sobre todo dándole vueltas en la cabeza con preocupación a lo que el futuro más inmediato nos puede deparar. Pero hoy no quiero hablar del efecto de esta situación sobre nuestros bolsillos (de eso ya hablan los periódicos todos los días), sino del que amenaza nuestras cabezas, nuestras conciencias y nuestros instintos más primitivos.

Me explico. La sociedad española se considera a sí misma una sociedad solidaria, es muy común que en charlas o entrevistas surja este tema, generalmente en los mismos términos: “los españoles somos muy solidarios, ¿verdad?. Fíjate la cantidad de dinero que se recaudó en el huracán Match, o en el Tsunami…” Mi respuesta siempre era la misma. Los españoles somos en general solidarios “de arrebato”, es decir, en un momento concreto, emocionados por una situación que nos resulta especialmente conmovedora (un huracán o terremoto, las navidades, etc). Pero nos cuesta mucho más la solidaridad constante (por ejemplo, hacernos socios fijos de alguna organización), por no hablar de la participación o la militancia activas en cualquier iniciativa ciudadana.

Mi preocupación ahora, es que el panorama de crisis (y por qué no decirlo, la psicosis interesadamente generada al respecto) despierten un monstruo dormido que ponga a prueba esa benevolente auto-denominación de solidarios. Porque (sin quitarle ningún mérito), es relativamente fácil ser generosos en tiempos de bonanza (tanto en lo individual como a nivel colectivo, a través del destino de fondos públicos), pero ahora es cuando realmente vamos a dar la medida de nuestro compromiso. Y no solamente en el aspecto económico (aunque también), sino en el social.

Así, hace unas semanas han empezado a aparecer en algunos medios económicos las primeras críticas (extensas y furibundas) contra el incremento de la ayuda oficial al desarrollo, argumentando que con el dinero que España destina a los países pobres se podría aprobar otra medida equivalente a la famosa devolución de los 400 euros del impuesto de la renta. Me decepcionó enormemente que a estas alturas del siglo XXI aún se defienda una visión tan estrecha y cortoplacista de “los intereses propios”, con una argumentación maniquea que confronta nuestras necesidades con las del resto del mundo, dando a entender que al fin y al cabo, es algo que no va con nosotros…

Pero la cosa no acaba ahí. Empezamos cuestionando la ayuda a los que están fuera y continuamos tratando de desembarazarnos de los que ya están aquí. El gobierno anuncia la puesta en marcha del plan “puente de plata” (la denominación es mía, pero creo que fácil de entender), para tratar de animar la huída de los inmigrantes que van a empezar a “sobrarnos” a medida que aumente el paro. Además, se plantea recortar el derecho a la reagrupación familiar a cónyuges e hijos, porque claro, los padres ya no trabajan y sin embargo usan los servicios médicos (que sus propios hijos contribuyen a financiar, por cierto).

Como escribió Bertold Bretch “primero se llevaron a los negros, pero a mí no me importó porque yo no lo era”… corremos el riesgo de que, con la justificación todopoderosa de actuar contra la crisis, el cerco se vaya estrechando sin que nos inmutemos hasta que sea demasiado tarde. ¿Quién nos garantiza que lo siguiente no sea recortar los servicios sociales?, o por supuesto “flexibilizar” el mercado laboral, recortar los derechos de los trabajadores, suspender algunas de las medidas aprobadas en los años de bonanza (apoyo por hijos, alquileres, etc.).

Aún no es tarde, pero el tiempo corre rápido. Debemos apresurarnos a dejar bien claro que la crisis no sirve de coartada para todo, que hay determinadas cosas que son todavía más importantes en estos momentos, y que tal vez lo que debamos revisar sea otro tipo de gastos, otras medidas encaminadas a beneficiar a los de siempre. No nos dejemos engañar: cortar ahora la solidaridad con el que más lo necesita no hará más que redundar en perjuicio de todos. Y diría muy poco de esta sociedad que, con cierta benevolencia, se sigue considerando solidaria.

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