Criptocracia y pedofilia -- Leonardo Belderrain. Bioeticista. Doctor en Teología Moral. Universidad Católica de San Pablo, Brasil.

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¿Cuando el niño es un fetiche?
?La corrupción de la justicia tiene dos causas: la falsa prudencia del sabio y la violencia del poderoso.?? Santo Tomas de Aquino
En la cultura moderna los que realmente gobiernan son los grupos, las sociedades secretas, los intereses de los poderosos; en otras palabras, la criptocracia.

El término ?democracia?? es tan difuso que nos hace pensar inevitablemente en artilugios, en mentiras, en un manejo sutilmente escondido de los recursos y del poder para beneficiar a grupos, a la misma criptocracia. Las instituciones religiosas no están ajenas de estos modos tóxicos de vincularnos que a veces son comorbibles con perversiones históricas.

Se sana el entramado de la pedofilia cuando están al cuidado de los niños gente con sanas vinculaciones. Creo que todas las enfermedades tienen efectos aleatorios primarios, y si se sanan, se recupera el orden perdido. Por ejemplo en la diabetes, hay una mala administración de lo ?dulce».
Dice el padre de la psicosomática, el doctor Luis Chiozza, que los excesos en el derroche, y también el ser avaro, están en la base de la diabetes, y que los pacientes, si no aprenden a medir ?los dulces?? en el desgaste y en el consumo, no se sanan y se salvan.

En la pedofilia lo que hay es una retención indebida y patológica del niño como objeto de placer, y un abuso del que se erotiza, no con un par hetero u homosexual, sino con un niño que generalmente se le ha confiado al adulto para su cuidado. En relación a la prevención primaria del abuso sexual, se debería distinguir la efebofilia de la pederastia. La primera, encuentra placer en el vivir controlando a los niños y adolescentes. En ella hay homosexuales y heterosexuales casados y célibes que han sido hipercontrolados en su formación y que han erogenizado el vínculo perverso.

Han sido ?atendidos?? como dice Boff en su desarrollo con gente adulta inadecuada de su sexo. En su forma más presentable, algo de esto se pudo ver en la academia ateniense, en la antigua Grecia; y en su forma más aberrante, sería lo que en nuestras cárceles llaman ?el cochecito??, el preso que tiene sexo oral con un interno prestigioso que a su vez lo protege.

El segundo es el pederasta. No se enamora de los jóvenes. Ama el sexo con violencia porque él generalmente fue abusado y en sus primeras experiencias eróticas, el deseo fue vivido con violencia, placer, miedo y culpa, lo que generalmente repiten y prolongan a lo largo de toda una vida.

Algunos ámbitos de formación clerical pueden decantar y sanar la segunda hipótesis planteada, ya que si se habla en comunidades abiertas y se trata psicológicamente, se puede hacer consciente el mecanismo perverso instaurado, y a partir de ahí reorientar el objeto de la pulsión libidinal.

La primera, es más difícil de diagnosticar y puede pasar desapercibida a lo largo de toda una etapa de formación. El sujeto victimizado se sobreadapta en estructuras de encierro pero con una actitud reactiva. El segundo, puede venir de circunstancias más pretéritas de violencia y de haber sido abusados en sus familias.

En muchos seminarios, se tratan estos temas y se busca la ayuda terapéutica calificada, sobre todo para quien padece este síndrome postraumático, que afecta generalmente en el sueño, con pesadillas aterradoras. En otros no se trata, y no pocas veces personas mal tratadas en su infancia son protegidas y contenidas por maestros de novicios, carentes ellos de una vida afectiva y sexual sana. El Papa Juan Pablo II vio el «mysterium iniquitatis» y el clima de pansexualismo y libertinaje sexual ?afuera?? de la iglesia como causa de estos problemas. Es probable que los próximos Papas, en función de las nuevas misiones, miren más ?el adentro?? y tengan necesidad de revisar los mecanismos intra institucionales perversos.

Hoy también se sabe que en algunas iglesias, como la anglicana, que acepta los sacerdotes gays y el celibato optativo, son también significativos los abusos, lo cual nos hace pensar que esto no tiene sólo que ver con posturas represivas y clima de palacios episcopales todavía no agotados, y que no se arregla simplemente liberalizando las costumbres.

Incluso, el hecho de que el 80 por ciento de los abusadores sea homosexual en EEUU, tampoco es explicativo como pretendieron algunos, de que la homosexualidad sea la gran acusada en materia de pedofilia. Quien elige a los niños como fantasía sexual, de su sexo o del opuesto, demuestra una historia personal de un mal uso del poder, y que encontró en las Iglesias locales con sus eventuales disputas de poder, un caldo de cultivo para retroalimentarla.

Da la impresión de que lo único que está en la base y se patentiza con esta enfermedad, es el abuso de poder y el poder bruto mal repartido. Quizás en una época distinta, el poder que pensó Jesús estaba mejor repartido entre hombres casados, como Pedro, y después éste quedó más localizado en los célibes heterosexuales varones. Hoy es sorprendente el poder del clero homosexual, con un doble discurso para la moral pública y tolerancia cero a la aceptación de candidatos al sacerdocio homosexuales (rigorismo); y en lo privado, convivencia y encubrimiento de los abusos sexuales del clero con menores (laxismo).

Sólo un poder mejor repartido entre hombres y mujeres y una homosexualidad aceptada y reconocida, podrá disminuir la morbilidad de esta enfermedad, que avanza a partir de los dobles discursos exigentes utópicos, por lo rigoristas en la moral pública, y laxos y permisivos por demás en los actos privados.

Ayer en un congreso de comunidades terapéuticas, señaló un obispo muy cálido que lo que estaba sucediendo con la pedofilia era un ataque del laicismo al catolicismo. Cuando pidió comentarios de lo que había dicho, le expresé que tenía algunas objeciones con respecto a lo expuesto, y que la praxis oficial de la Iglesia no era mandar presos a sus ministros pedófilos y obligarlos a tratarse (casos Grassi, Storni), sino trasladarlos de lugar y no pocas veces encubrirlos. Me respondió el obispo que era muy dura mi palabra «encubrir», pero que respetaba mi posición. Cuando me alejé del salón, me dijo una monja de setenta años: ?padre, no pude decir nada; hace un mes que un sacerdote cometió abusos en una escuela de esta diócesis, y el obispo nos pidió que esto no trascendiera??…

También la propuesta de retener tres años a los chicos de catequesis, y no ver las estructuras de contención de los adolescentes, puede ser sospechada de pedófila y fetichista, si no se revisa con qué discurso intelectual y vital intentamos contener a los jóvenes y a los adultos.

Para que el clero hetero u homosexual pueda sanar el erotismo de baja calidad, cuando es inmoral y lesivo, sería menester poder hablar tranquilos de cómo vivimos nuestro erotismo, cómo seducimos y cuáles son nuestras verdaderas fantasías sexuales, y cómo limpiar cuanto tienen de patéticas y patológicas. Muchas iglesias cristianas están haciendo esta autocrítica de quiénes son esos educadores. Ojalá también lo hagan los agentes sociales y agentes de salud que trabajan en escenarios de tanta exposición. Nada ha cuestionado tanto el ejercicio del poder en la iglesia como la pedofilia

El código Da Vinci reformuló en la cultura mediática la relación de Jesús con Maria de Magdala, ayudando a repensarnos como iglesia en las comunidades particulares y en Roma, imaginando a una mujer corresponsable junto al Papa Se trata de que el poder bruto se reparta más y haya más ?perijoresis?? entre la mujer y el hombre, entre homosexuales y heterosexuales, entre casados y vírgenes.

Los niños dejarán de ser un fetiche de abusadores, cuando todas las edades y posturas de género sean asumidas. Me arriesgo a pensar, que incluso en aquellos días de poder más repartido, se sentirán más incluidos en la Iglesia los intelectuales, los artistas y los pobres.