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Hay quiénes piensan que pueden dominar todas las situaciones, llegando a creer que pueden conseguir, incluso, que otros se sientan bien o se sientan mal. Pero, pocas veces son capaces de aceptar las influencias que reciben de otros. Habría que aclarar que, aunque esto pueda ser cierto en el plano físico, no lo es siempre en la dimensión psicológica. El ser humano es responsable de sus propias actitudes. Estar bien o sentirse mal es fruto de una decisión propia interna. De lo contrario se habría elegido un circuito psicológico inadaptado en el desenvolvimiento vivencial.
El sujeto inadaptado se siente desbordado por los conflictos. Ante los problemas difíciles tergiversa la realidad y no los soluciona. Sus reacciones emocionales son inadecuadas y desproporcionadas a la situación conflictiva. Cuando su estado de preocupación aumenta en intensidad o en duración, su tristeza puede caer en depresión. Al no afrontar los problemas con realismo, fija su atención de manera obsesiva sobre la dificultad con una apreciación injustificada. En estas circunstancias sus conductas son improductivas.
Además, la persona inadaptada puede cambiar la tristeza de su soledad profunda por una euforia desbordante creyéndose centro de todo. La sobreestimación del yo, la desconfianza, la ausencia de autocrítica y la rigidez exagerada le llevará a comportamientos con trastornos de carácter cargados de orgullo, susceptibilidad, interpretaciones excesivas y falsas, que engendran una agresividad permanente. Sin embargo, el sujeto equilibrado – que no sumiso – no se siente desbordado por los conflictos. Sabe enfocar los problemas con realismo e intenta resolverlos. Sus reacciones emocionales son adecuadas a la situación en cantidad, intensidad y duración, siendo sus conductas altamente productivas.
El ser humano puede cambiar muchas cosas. Tal vez pueda cambiarlo todo en el mundo; menos a sus semejantes. Se malgastaron siglos en intentar cambiar a los otros con violencia, con guerras y no obtuvieron resultado. Ha sido la gran equivocación de la historia. Sólo si el ser humano empieza a cambiar en su interior, cambiará la humanidad. Cambio interior y felicidad van muy unidos. Para que una persona se sienta razonablemente feliz es necesario que se acepte como es, se valore en lo que realmente vale y asuma serenamente sus limitaciones. Quien se autoestima, de forma adecuada, en toda su realidad individual y social, prefiere la vida a la muerte, el placer al dolor, el gozo al sufrimiento; y también estará dispuesto a trabajar y esforzarse por causas con las que se identifique.
Pero, por autoestima hay que entender la afirmación de sí mismo como ser humano falible, irrepetible y valioso en sí mismo y en relación con todos los demás. Un proverbio hindú dice que mucho de bueno hay en el peor y mucho de malo en el mejor. Es absurdo, por tanto, despreciar a nadie; hay que aceptar a cada uno tal como es. Todos pensamos en nosotros mismos. Incluso en los sueños somos los protagonistas. Todos nos formamos una imagen de nosotros mismos y una autoestima de la que a veces no somos conscientes de ella ni de su necesidad.
Por tanto, es importantísimo tomar conciencia de la propia autoestima y que sea lo bastante fuerte como para hacer buen uso de nuestras cualidades y aceptar y vivir serenamente con nuestras propias limitaciones. Una autoestima alta suele ser uno de los componentes fuertes de la persona feliz ya que filtra nuestras percepciones de nosotros mismos, de los demás y del mundo en que estamos inmersos. El respeto y la confianza en nosotros mismos nos hacen fuertes y mantiene firme la ilusión en la lucha diaria por una existencia digna, creciendo como personas libres.
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