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Congreso Continental de Teología: nuevas preguntas para alimentar a esperanza -- Moisés Sbardelotto

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Entrevista especial con María del Socorro Martínez, Pablo Bonavía y Roberto Urbina
“El Concilio Vaticano II pone a la Iglesia en el mundo, y no a la Iglesia como centro en sí misma”. Por otro lado, en América Latina, “la recepción y aplicación del Concilio tiene su expresión en la teología de la liberación como reflexión teológica”. Pero, ante el escenario social y eclesial del continente americano, surge un llamado: “no podemos continuar involucionando”.

En este contexto el Congreso Continental de Teología, promovido por Fundación Amerindia
junto con diversas organizaciones de América Latina y el Caribe, que tendrá lugar en Unisinos (Sao Leopoldo, Porto Alegre, Brasil) en octubre de 2012, no se quiere proponer respuestas, pero si fomentar “nuevas preguntas para alimentar la esperanza de seguir luchando por el reino de Dios que queremos”

Para hablar de la preparación del Congreso: IHU On-Line se reunió con los representantes de
la Fundación Amerindia, que colaboran en el trabajo de la organización del evento que pretende reunir 700 teólogos y teólogas de todo el continente americano. María del Socorro Martínez, Pablo Bonavía y Roberto Urbina estuvieron en IHU a finales de agosto para reuniones de organización y para participar del evento de lanzamiento del sitio del Congreso.

María del Socorro Martínez es educadora mexicana y religiosa del Sagrado Corazón de Jesús. Es la coordinadora de Amerindia Continental. Es también coordinadora de la Red de Educación Popular de las Religiosas del Sagrado Corazón de Jesús a nivel latino-americano y caribeño. Es miembro del equipo de articulación de las Comunidades Eclesiales de Base, a nivel de América Latina.

Pablo Bonavía es sacerdote uruguayo, del clero diocesano de Montevideo. Es coordinador del Observatorio Eclesial de Amerindia. Es profesor de teología en la Facultad de Teología Monseñor Mariano Soler. Fue coordinador-general de Amerindia Continental hasta 2008.
Roberto Urbina trabajó durante 30 años en la Conferencia Episcopal de Chile. En los primeros 20 años, fue director nacional de comunicaciones y coordinador nacional de Caritas Chile. Luego, fundador y director de la Campaña Cuaresma de Fraternidad de la Iglesia en Chile. Es consultor de empresas en comunicación corporativa y participa en diversas organizaciones sociales en Chile, entre las cuales esta Amerindia, con la que organizó las Jornadas Teológicas Regionales en julio de 2011 como secretario ejecutivo.

También fue elegido como secretario ejecutivo del Congreso en el cual Agenor Brighenti es el Coordinador General.

IHU On-Line –¿Qué es necesario rescatar de la tensión del Concilio Vaticano II en esta segunda década de este siglo, a partir de 50 años de su convocatoria?
U
Pablo Bonavía –Me parece que hay dos intuiciones básicas del Concilio Vaticano II que
siguen siendo necesarias para desarrollar una reflexión teológica que responda a los desafíos
actuales, y no a la época del Concilio. Dos aspectos que continúan vigentes para un
discernimiento que dé cuenta de lo que el Espíritu ha dicho a la Iglesia, tanto a nivel mundial
como en América Latina

Una primera intuición: la teología no se refiere exclusivamente a las reflexiones hacia adentro
de la comunidad eclesial, sino que tiene que ver con discernir lo que Dios y el reino de Dios
significan en el mundo de hoy. De este modo la teología se descentra de sí misma no porque
renuncie a su tradición, sino porque ésta se pone al servicio del discernimiento. Es importante
rescatar la idea de que los signos de los tiempos son una categoría central del Concilio, como
dijo Juan XXIII, y luego repitió Pablo VI. Es un ingrediente indispensable para una reflexión
teológica pública, metodológicamente rigurosa, pero también actualizada para lo que la
humanidad y el continente están viviendo hoy en día. Esta categoría de signo de los tiempos
hace que la teología se sienta humildemente al servicio de lo que Dios ya está ofreciendo al
interior de la vida humana y del cosmos.

La otra categoría que creo importante rescatar es que el Pueblo de Dios como conjunto es un sujeto que, de alguna manera, es prioritario con respecto a todas las diferenciaciones posteriores, por carisma o ministerio. Y, por tanto, en ese Pueblo de Dios, todos y todas somos activos y también pasivos – o sea, somos protagonistas, además de receptores

Por último, yo diría que el modo en que se produjo el Concilio, como acontecimiento y como documento, no fue un inventar todo desde cero, sino recoger, lo que durante varias décadas, ya había sido práctica de las pequeñas comunidades, de los movimientos bíblicos litúrgicos, ecuménicos etc. Quiso recoger lo mejor de lo que se había ido generando en el espacio cotidiano de la vida cristiana y de las comunidades. Lo mismo que iba a pasar después en Medellín, para América Latina.

Lo que es preciso mantener del Concilio, también, es el modo como hizo su discernimiento, que no fue esperar una revelación de lo alto sin mediaciones, sino recoger lo que antes había sido la experiencia de los cristianos y las comunidades en un nivel más de base.

Roberto Urbina – En línea con el concepto de Pueblo de Dios en el Concilio, yo creo que hay
un concepto de que existe un sacerdocio común, que todos los bautizados y todos los
creyentes cristianos tienen en común y que los ministerios, son entonces el ejercicio de un
servicio, y no el ejercicio del poder. Este concepto es también una contribución importante
del Concilio, en mi opinión, y que fue muy bien recibida en la Iglesia de América Latina, en
Medellín, en Puebla. Después se produjo una involución.

Hoy es tiempo de recuperar el Concilio, porque esa recuperación responde a una demanda, a
un desafío, y en algunos casos, a una exigencia de los movimientos sociales, y de las sociedades actuales, que interpelan a los cristianos en este sentido: el modo por el cual abusamos a veces del poder y no lo entendemos como servicio, como ministerio. Dentro de la Iglesia, antes de obispos, padres, papa, somos todos cristianos. Como dice la famosa expresión de San Agustín “para ustedes soy obispo, con ustedes soy cristiano”

María del Socorro Martínez – El Concilio puso a la Iglesia en el mundo, y no a la Iglesia como
centro en sí misma. La Iglesia está al servicio del mundo, si no ella pierde su razón de ser. Se
presenta como sacramento de salvación para el mundo, y no a sí misma como parámetro de lo que debería ser. Y esta categoría de Pueblo de Dios resonó ampliamente en América Latina – la tomamos, y vivimos, especialmente en las comunidades de base. Pero ambas categorías estan en involución, y por eso considero muy importante este momento para decir: “no podemos seguir involucionando”.

La Iglesia está otra vez centrada en sí misma y no en función de su misión salvífica en el mundo, y el Pueblo de Dios está sometido a una jerarquía que controla. Entonces, ¿dónde queda lo que dijo el Vaticano II?

Pablo Bonavía – Las personas a veces se sienten desautorizadas.

María del Socorro Martínez – Exactamente, y por la propia Iglesia, que comienza a usar otras
categorías, definiendo lo que es central, dentro de la Iglesia. Hay un freno muy fuerte, un
cambio de lenguaje. Así que es un signo de interrogación. Juan XXIII dijo: “Vamos a abrir las
puertas y las ventanas de la Iglesia”, pero ahora ellas se han vuelto a cerrar. Por eso aunque
el Concilio, es un punto de referencia importante, es preciso verlo en el momento actual y
actualizar al hoy.

IHU On-Line – La teología de la liberación, y el mismo concepto de liberación, fue pensado
en un contexto específico de América Latina. Hoy en día, vivimos en un contexto diferente, a pesar que la liberación sigue siendo necesaria. ¿Cuál es el significado de «liberación» hoy y cómo la teología puede pensar esa categoría en el contexto actual del continente americano?

Pablo Bonavía – Es una pregunta profunda. Voy a contestarla tal vez indirectamente. En el Foro Social Mundial, uno de sus portavoces principales, Boaventura de Sousa Santos, dice que la cuestión ecológica incidió de tal manera en el concepto de liberación que hoy en día, nadie puede exigir exclusivamente a los demás que se encarguen de este tema. Este problema involucra a todos y a todas. El tema ecológico está obligando a toda la humanidad a desaprender el modo de concebir las relaciones que tiene, en el dominio sobre la naturaleza y sobre el otro, su figura histórica central, privilegiada.

Entonces, lo que yo veo que ha ocurrido en los últimos años es una profundización del concepto de la liberación. La demanda de liberación se vuelve, cada vez más clara, en el sentido de que recién nos estamos dando cuenta hasta qué punto la modernidad – y, dentro de la modernidad, el concepto capitalista de desarrollo – ha llevado a relaciones de dominación entre grupos sociales, entre países y de la humanidad sobre la naturaleza. La liberación debe incluir todos estos aspectos: y no en el sentido de que algunos liberen a otros, sino que todos nos encarguemos de un proceso en el que nos liberamos unos a otros, recíprocamente.

María del Socorro Martínez – A partir de la figura de Jesús, yo sigo rescatando la opción por los pobres, pero no sólo en la forma en que lo entendíamos en la década de 1970. Todavía creo en los pobres, como sujetos de revelación privilegiada. Y creo que, a veces, el mundo quiere olvidar que hay pobres – es una tentación. Sí, todos estamos en una realidad compleja. Incluso en la cuestión ecológica – y esto está comprobado por las Naciones Unidas – el mayor impacto es en los sectores pobres.

Sin embargo, quienes resguardan más la naturaleza son los pueblos originarios. Arriesgan sus vidas para defender los bosques, el agua.
En un mundo tan desigual, algunos son muy ricos, y sigue habiendo una mayoría de pobres, dos tercios de la humanidad.

Cuando cuestionan la teología de la liberación, yo respondo: «En el seguimiento de Jesús, la liberación significa mirar el mundo desde allí, desde los pobres» ¿Cómo me comprometo a ese mundo y cómo los más pobres se comprometen con su realidad? Tengo que mirar hacia los pobres, porque de lo contrario, me alejo radicalmente del seguimiento de Jesús. La contribución de la teología de la liberación y América Latina, en particular, sigue siendo muy válida para el mundo entero. Por lo tanto, no podemos evitar la liberación. En este intento de ver desde el mundo de los pobres, hay una conversión, que no viene de ningún otro lado. Hay un clamor por la vida digna.

Roberto Urbina – En América Latina, la recepción y la aplicación del Concilio Vaticano II tuvo
su expresión en la teología de la liberación como reflexión teológica. Esa es una primera relación y vinculación que es preciso hacer. Y, al hacerla, la Iglesia en América Latina reconoce ese sacramento de liberación en los pobres. Y a partir de ahí es que nosotros vemos la construcción del Reino. Sin embargo, en el concepto de liberación, también hay una liberación interior, individual y necesaria, que es liberarme a mí mismo – esa es la conversión.

También es de esa liberación que estamos hablando. Hoy en día, el concepto de «pobre» es mucho más complejo que hace 40 años. En esta complejidad, veo algunas otros «rostros» (como dice Puebla y luego Aparecida): la pobreza digital, todas las personas que quedan fuera de este mundo de las redes sociales por la falta de recursos, no porque quieran.

Pero me llama la atención la búsqueda en el campo de la espiritualidad. Yo creo que se abrió, hoy en día, en la sociedad, una búsqueda de rostros de Dios que no son el único rostro de Dios que teníamos hace 50 años. Hoy en día, hay muchos rostros de Dios, y las búsquedas son muy variadas. Por lo tanto, las preguntas que hace la gente hoy en día acerca de Dios y de sí mismos también son muy complejas y muy diversas. Ahí hay un elemento que complejiza esa liberación y nos obliga a colocarnos en ese proceso de búsqueda.

Al igual que el Concilio abrió los oídos para escuchar al mundo, hoy también tenemos que abrir los oídos y escuchar las demandas, las preguntas, los desafíos del mundo y ver con mucha atención para discernir los signos de los tiempos, como decía el Concilio, y a partir de ahí, seguir construyendo el Reino de Dios.

María del Socorro Martínez – En la teología de la liberación, el primer paso es analizar la realidad. La agenda, por así decirlo, tiene que ser dictada por la realidad, no por nosotros.
¿Qué está pasando en el mundo de hoy y cómo discernir esas señales? Esto es muy difícil, pero sigue siendo muy válido.

IHU On-Line – A partir de ese contexto, surge el Congreso Continental de Teología. Como animación a los participantes, ¿cuál es el desafío y la propuesta del Congreso a la teología y a los teólogos/as en esta fecha tan significativa? ¿Qué se propone? ¿Y a qué son invitados los teólogos/as a reflexionar en este tiempo de preparación?

Roberto Urbina – Creo que la Iglesia hoy en día, tiene que hacer una reflexión teológica. Pero
también creo que gran parte de la Iglesia en América Latina no la hará en la perspectiva del Concilio. Así que creo que tenemos la responsabilidad de fomentar, promover, impulsar y provocar una reflexión teológica sobre los rostros sufrientes de hoy partiendo de la perspectiva del Concilio.

María del Socorro Martínez – Muchas personas se preguntan sobre el Congreso: ¿Cuál va a ser la novedad? O respecto a la teología de la liberación: ¿Qué es lo «nuevo» que ofrece?
Todavía queremos recetas, respuestas. Y lo que a mí me gustaría es que el Congreso abra perspectivas, y así nosotros llegaríamos, cada uno y cada una, a ser responsables de este
presente que tenemos hoy en día – complejo, difícil, sobre el cual no sabemos todas las respuestas. Me gustaría que el Congreso hiciera que las personas se sintiesen retadas o desafiadas con nuevas preguntas.

No vamos a tener las respuestas, pero vamos a tener nuevas preguntas para alimentar la esperanza para seguir luchando por el Reino de Dios que queremos. Hay una responsabilidad personal y colectiva para construir el reino de Dios. Que salgamos inquietos, militantes. Que el Congreso nos abra perspectivas. Por lo tanto, el primer día del Congreso, me parece muy importante – la realidad. ¿De qué realidad vamos a hablar?

Como el Concilio Vaticano II y Medellín abrieron caminos, sin repetirlos, del mismo modo, yo me imagino el Congreso: que tengamos la capacidad de abrir caminos y de asumir la responsabilidad en el momento que nos toca vivir.

Pablo Bonavía – En la lectura del Evangelio del domingo pasado [21 de agosto], Jesús no aparece tanto como una persona que da respuestas, sino como alguien que en nombre de Dios invita a la gente a hacerse determinadas preguntas y a descubrir, desde lo más profundo de sí mismos, cuales son las respuestas. Así, por ejemplo, cuando les pregunta: «¿Y ustedes quién dicen que soy yo?» Pedro responde, pero desde su interior más profundo, porque escuchó al Padre que le estaba sugiriendo la respuesta, y le dice: «Tú eres el Mesías, tú eres el Hijo de Dios.»

Creo que tanto la teología como la catequesis, e incluso las homilías y el acompañamiento espiritual, deberían ayudarnos a hacernos las preguntas decisivas, porque las respuestas, tanto en el Concilio, como en Medellín, no provienen de una doctrina ya elaborada o de una pastoral cuidadosamente planeada, sino de preguntas que ayudaron a las personas a ir encontrando aquello que es de Dios, en la práctica cotidiana. Así que creo que hay un desafío para este Congreso, que no quiere decir la última palabra sobre ningún tema, sino que considera, más bien, que es obligación de la Iglesia discernir cuáles son las verdaderas preguntas y cuáles son los contextos para ir encontrando las respuestas desde lo que el Espíritu nos sugiere.

En este sentido, sigo pensando que las pequeñas comunidades, por ejemplo, las comunidades
eclesiales de base, continúan siendo el espacio donde las personas se dan cuenta que pueden
dar lo que no tenían – como en la multiplicación de los panes. En ellas se ayudan unos a otros
a discernir lo que haría Dios en esos contextos y así comienzan a vivir y decir cosas que no sabían que tenían dentro. Creo que este es justamente uno de los desafíos que provienen de los más pobres.

Ellos dedican todas sus energías para sobrevivir, sobre todo para defenderse, y no pueden emplearlas para desarrollar todo lo que, desde dentro, Dios les está ofreciendo.
Justamente, cuando ese pobre encuentra los espacios donde esto es posible, ahí viene un cambio muy profundo que el mundo de hoy está exigiendo. Porque tanto la exclusión social, como la degradación del medio ambiente están obligando a un cambio cultural que, a su vez, supone una transformación profunda para todos y cada uno/a.

María del Socorro Martínez – Vivimos muchos años queriendo [el Congreso], pero elcontexto no lo permitía. Siento que ahora el contexto es revelador: la crisis en los EE.UU., donde muchas cosas han cambiado, el cambio de una gran potencia, las manifestaciones juveniles, que también ocurrieron en 1968 en todo el mundo, y en 1972 en México, o la decepción con la Iglesia – que leí antes de venir a Brasil, que es la primera vez que el porcentaje disminuye a menos del 70%, con el crecimiento de otras expresiones religiosas.

Así que hay muchas señales, muchas situaciones medio inéditas, que se van conjugando en un cambio, y nos preguntamos: ¿Qué está pasando? Ahí es donde me parece que Dios está hablando.

Pablo Bonavía – Por nuestra parte queremos hacer llegar un agradecimiento especial al Instituto Humanitas Unisinos, en el sentido de que el escucharnos mutuamente, el comunicarnos, el estimularnos recíprocamente, también requiere de espacios técnicos disponibles (know how). Un mundo que se ha tecnificado rápidamente tal vez perdió el rumbo con relación a lo que los hombres y la sociedad queremos de esa tecnificación: que esté al servicio de la humanización tanto en el mundo de las comunicaciones como en todo el resto. En este sentido, habla muy bien del Instituto el hecho de que nos esté brindando las herramientas para que este Congreso, que va a asumir el desafío de reunir alrededor de 700 personas, se pueda realizar de manera eficiente y fructífera.

(Información recibida de la Red Mun dial de Comunidades Eclesiales de Base)

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