Josep F. Mària. La segunda quincena de agosto nos trajo noticias de conflictos en la mina de platino Lonmin, en Rustenburg, Sudáfrica. Tras una fuerte pugna entre sindicatos, algunos mineros se enfrentaron a la policía, que acabó matando a una treintena de ellos. La reivindicación era un aumento del salario desde unos 650 dólares a 1.500 dólares al mes. Esta reivindicación salarial puede causarnos perplejidad, en un momento en que 1.500 dólares son una cifra más que aceptable para la mayoría de españoles. Pero es que el contexto de esta zona de Sudáfrica es muy complejo como refleja el libro In Good Company de la antropóloga Dinah Rajak, que describe las condiciones de vida de los mineros en Rustenburg.
En efecto, Rustenburg (400.000 habitantes) aloja minas de platino y los mineros de Lonmin desean aumentar su retribución debido al elevado coste de la vida.
De hecho, empresas como Anglo Platinum tienen residencias (hostels) a bajo coste a disposición de sus trabajadores; pero el régimen de vida a que se somete a los trabajadores en ellas (por ejemplo, imposibilidad de alojar a la pareja o a la familia) es tal que la mayoría de mineros prefiere instalarse fuera. Sin embargo, los alquileres y los precios de bienes básicos en los barrios centrales de Rustenburg son muy altos, debido a que los propietarios y tenderos desean captar los recursos de los cuadros medios e ingenieros de minas, que reciben altos salarios.
Por ello, los mineros acaban instalándose en campamentos suburbanos (informal settlemerits) sin las infraestructuras básicas (agua, electricidad, alcantarillado): campamentos que son abandonados a su suerte tanto por la administración local como por las oenegés que teóricamente velan por el bienestar de los mineros. Y es que dichas oenegés son financiadas por las propias empresas. Finalmente, los habitantes de los campamentos son etiquetados como migrantes, lo cual, al parecer, justifica que su dignidad sea ignorada.
En síntesis, mucho malestar acumulado es el que ha llevado a la violencia de Lonmin.
Sin justicia no hay paz. O la paz se alcanza en el cementerio, como es el caso de los mineros muertos a balazos por la policía. Pero a lo mejor todos -también los mineros sudafricanos- tenemos derecho a una paz previa a la de los cementerios.