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Concilio de Trento, II -- Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

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Ahora el Concilio de Trento (II)
1º) Los obispos: reforma y objetivos
2º) Mediación salvadora de la Iglesia, (Institución), contra la opinión de los protestantes.
3º) Necesidad de Fe y obras (contra Lutero), reafirmación del valor de los siete sacramentos, y condenación de la Predestinación, (contra Calvino).
4º)Los santos, la celebración de la Eucaristía, y el ¿Purgatorio?
5º) Medidas prácticas y disciplinares
6º) Grandes temas que NO abordó el Concilio

3º) Necesidad de Fe y obras (contra Lutero), reafirmación del valor de los siete sacramentos, y condenación de la Predestinación, (contra Calvino).

Tel vez sea éste el tema estrella que el Concilio de Trento dejó para la posteridad: la polémica que comenzó con el recibimiento, más lleno de desprecio que de frialdad, que ell cardenal Cayetano dispensó al obscuro fraile teutón. El cardenal tal vez llegó a ser el mejor intérprete de Tomás de Aquino, pero fuera de la Filosofía-Teología tomista era un lego, en ciencias ´bíblicas», no dominaba ni el hebreo, ni el Griego, y desde su elegancia romana renacentista no podía entender lo que para él no era sino un atrevimiento descarado y desmesurado del fraile agustino.

Y para éste el aparato y la finura protocolaria del cardenal no eran sino una tapadera inadmisible de su ignorancia en las verdaderas ciencias eclesiásticas. Se produjo un evidente y estridente desencuentro, en el que el cardenal informó que él no había ido al encuentro de Lutero para discutir, ni dilucidar con argumentos sus diferencias, sino, por mandato del Papa, para solicitar la total retractación de las ideas del fraile alemán, opuestas, según los especialistas vaticanos a la doctrina de la Iglesia, a lo que Lutero no podía acceder, por «obligación de conciencia», cuyo respeto a sus indicaciones era, para Martín, la única manera real y bíblica de dar Gloria a Dios. Lutero había sido, en Witemberg, durante largos años, catedrático de las asignaturas de las cartas paulinas a Gálatas y Romanos, y conocía, por eso, muy bien, y mucho mejor que Cayetano, los entresijos exegéticos, y la pasión por la verdad estrictamente bíblica y neo testamentaria. Así que las ideas peregrinas de la época, defendidas por el Papa, y por Cayetano, contra la idea central de la salvación por la fe, eran, para Lutero, pura fantasía, significaban, además, una peligrosa e inaceptable desviación del auténtico y robusto pensamiento paulino.

El concilio confirmó las tesis oficiales sobre las indulgencias, sin entrar, ni indicar, en el abuso del comercio escandaloso de las bulas, eximentes o suavizantes de las condiciones para ganar las indulgencias, algo, por otro lado, muy comprensible para la idea institucionalista y jurídica de la Teología pastoral vaticana, pero nocivo y totalmente equivocado para la mentalidad mucho más moderna, además de estrictamente bíblica, de Lutero.
El concilio, sin mucha discusión ni gran estudio, reitera el número de los sacramentos, (siete, número simbólico de toda la tradición bíblica), y aprovecha para condenar la idea de la predestinación del obispo y teólogo suizo Calvino.)
4º) Los santos, la celebración de la Eucaristía, y el ¿Purgatorio?

En contra de la idea luterana, de la tradición bíblica, y de la experiencia de la Iglesia primitiva, en su actitud de trabajar, definir conciliarmente, y programar siempre a la contra, de ahí la denominación de Contrarreforma, los padre conciliares, -pocos, como he indicado en el inicio de la Magna Asamblea, ¡sólo 25 obispos!, y cinco superiores de órdenes religiosas, que no sabemos bajo qué paraguas teológico, pastoral o canónico se encontraban en el aula conciliar-, no solo no moderan la presencia de los santos, sino que amplían su importancia, presencia, méritos, y posibilidades intercesoras, condenando todo tipo de iconoclastia. Y lo revelador y remarcable es lo de «todo tipo», porque el Concilio Vaticano II demostró, -no se sabe bien para qué, ¡con el caso que se le esta haciendo!-, demostró que hay algún tipo de iconoclastia, no solo permisible, sino útil, y hasta necesaria para limitar y rebajar los abusos que la devoción a lo santos estaban, y están, ¡a pesar del concilio!, causando en la Iglesia.

Respecto a la eucaristía hay que subrayar dos cosas, como específicas del Concilio de Trento: a), la doctrina de la «Transubstanciación», que no es, propiamente, la enseñanza, y la fe, en la presencia de Jesús real y verdaderamente, en la Eucaristía, sino una explicación filosófica del modo con el que esta presencia se hace realidad. En verdad, no se trata de una proclamación dogmática, porque los concilios no tienen autoridad para consagrar conceptos filosóficos, sino la fijación de una tesis filosófica, ya aceptada en la Iglesia desde mucho antes, -se cita la inclusión de este término filosófico en el siglo IV, por Cirilo de Jerusalén, en su Catecismo-, pero de hecho, no se había tratado con la seriedad y la imponencia de un concilio-, y no todas las iglesias cristianas aceptan esta explicación filosóficas.

E, incluso, en teólogos modernos imperan hoy otros conceptos, como trans significación, como en ciertos teólogos holandeses, o en el teólogo anglicano L. Lenarth. Y b), el Concilio tridentino no corrige el grave error del anterior Concilio Lateranense IV, de instituir un mandamiento de la Iglesia, consistente en obligar, bajo pecado mortal (¿?) a asistir unas sesenta veces al año («todos los Domingos, y fiestas de guardar»), e instar a comer tan sólo en uno de esos banquetes.
Sobre la enseñanza de la obligatoriedad de aceptar el Purgatorio como uno de los destinos inmediatos después de la muerte, encontraríamos muchas más dudas que certezas. Es decir, no podemos asegurar que esa doctrina sea proclamación de fe del Concilio de Trento.
5º) Medidas prácticas y disciplinares

La medida practica pastoral estrella de este Concilio es la creación obligatoria, para todas las diócesis, de un seminario como preparación de los futuros ministros ordenados por el Sagrado Sacramento del Orden. Esta ordenanza trajo consigo la consecuencia de elegir mucho mejor a los obispos, con criterios eclesiásticos, pero sin llegar a lo eclesial-pastoral, todavía , y ser mucho más exigentes en su preparación y en sus cualidades como pastores de la Iglesia. Se fajó la obligatoriedad de residir en la diócesis, aunque este extremo originó muchos y frecuentes abusos. Y con respecto a los seminarios, el fallo más normal consistió en encontrar formadores y profesores bien preparados, que hubiera evitado el verdadero desierto intelectual, teológico y bíblico, sobre todo, que se instaló en la Iglesia desde el siglo XVII hasta mediados del XX, es decir, hasta las mismas puertas del concilio Vaticano II.
6º) Grandes temas que NO abordó el Concilio.

Podíamos citar muchos, en el orden eclesiológico, muy en especial, en la revitalización y modernización de los estudios teológicos y bíblicos, anclados, como si de una doctrina de Fe se tratara, en el mundo escolástico, y tomístico, cuando se estaba preparando en Europa una revolución filosófica, y sus intelectuales se afanaban en inaugurar una era nueva cultural, brillante, de una luz y un esplendor insospechados, conocida después como «la Ilustración». Pero el Concilio de Trento había dejado las cosas atadas y bien atadas, y así siguieron hasta el mismo Concilio Vaticano II.

Y hay tres temas deplorables y tristes en el concilio tridentino: 1º), los padres no supieron apreciar ni siquiera la oportunidad de abordar el estudio y la discusión de lo que el Concilio Vaticano II denominó «teoría y práctica de la Colegialidad»: 2º), no tuvieron reflejos para tratar seriamente, e intentar desmarcarse, del asunto delicado y sangrante de la inquisición, que aunque no se trataba de una institución propiamente eclesiástica, sí que los eclesiásticos mejor preparados eran convocados como expertos en los casos de herejía y rebelión intelectual: y, 3º), sobre todo, no tuvieron la lucidez y la valentía de los luteranos, para acercar la Biblia al pueblo fiel, permitiendo su traducción a las lenguas vernáculas, y acabando de un plumazo con el secular distanciamiento, y la consecuente tremenda ignorancia del pueblo católico hacia el Libro Sagrado, que en lugar de ser prohibido como peligroso, debería haber sido presentado como luminoso, y de más frecuente lectura para alimento de los fieles.

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