Estoy percibiendo que grupos conservadores de la Iglesia Católica están tratando de distorsionar los gestos y las palabras del Papa Francisco. En lugar de profundizar en sus palabras y dejarse tocar profundamente por sus actitudes, tratan de despistar la mente de la gente, «suavizando?? los discursos del Papa y «domesticando» sus gestos, con el fin de no permitir que el pueblo se dé cuenta de la transformación que esto puede causar en la iglesia.
Tal distorsión se hace principalmente, por los medios de comunicación católicos, desgraciadamente, todavía en manos de grupos ultraconservadores, salvo alguna honrosa excepción. Confieso que no soy un fan de personajes eclesiásticos, ni del Papa. Siempre sospeché de cualquier culto de la personalidad, aunque sólo sea porque tal desconfianza es bíblica (LC 17,10). Todavía estoy evaluando las palabras y gestos del papa actual.
En mi opinión el papa necesita, cuanto antes, desarticular a ciertos sectores de la iglesia y articular otros. No serán suficientes sus comedidas palabras y sus gestos. La burocracia eclesiástica, si no es desmontada, le irá enyesando poco a poco y, pronto se convertirá rehén del sistema religioso.
Hace años vengo afirmando en mis escritos que al interior de la iglesia existen estructuras de pecado que impiden la conversión y el seguimiento del pobre carpintero de Nazaret.
El gran teólogo José Comblin lo denunció varias veces y durante muchos años. Se ha hablado mucho de estructuras de pecado, pero cada vez que hablamos de esto, se piensa sólo en la sociedad y en el mundo exterior a la iglesia. Sin embargo, los hechos recientes muestran que dentro de la Iglesia Católica existen estructuras pecaminosas, organizadas con el fin de impedir cualquier renovación, cualquier cambio. Son estructuras solidificadas por el afán de hacer carrera, por el personalismo, por el culto de la personalidad, por amor al dinero, por la corrupción, la mentira, por la insensibilidad, por el silencio obsequioso, por la falta de atención a los signos de los tiempos.
Entre los varios ejemplos de tentativas de desvirtuar los gestos y las palabras del papa Francisco, quiero mencionar que sucedió hace unos días. El Papa estaba en la Plaza de San Pedro, acogiendo personas, abrazándolas y hablando con ellas. Alguien le presentó a un joven diciéndole que el muchacho estaba «poseído». El papa pone la mano sobre la cabeza del joven y hace una breve oración. Unas horas más tarde ya circulaba en internet la noticia que el pontífice había practicado un exorcismo en plena Plaza de San Pedro. El papa, repentinamente, fue elevado a la categoría de «carismático» y de espanta «Diablo».
Considero una distorsión del gesto del papa, en primer lugar porque la práctica de exorcismos en la iglesia no ha sido algo banal, aunque no faltan exaltados que, viendo el diablo por todas partes, se arrogan para sí esa prerrogativa. Hay todo un ritual establecido por las normas de la iglesia para realizar exorcismos, a partir de verificación cuidadosa que realmente se trata de una posesión diabólica.
Personas, elegidas, son nombradas por los obispos de las diócesis y autorizadas para realizar exorcismos. Según testimonios de los exorcistas oficiales, los casos de verdaderas posesiones son extremadamente raros. El resto es histeria o problemas psicológicos, tan comunes hoy en día en un mundo de personas tensionadas y cansadas.
Atribuir a un simple gesto del Papa la práctica de exorcismo es los mismo que decir que el papa está actuando liviana e imprudentemente, una vez que en plena Plaza, el hace un algo que la Iglesia prohíbe hacer públicamente y de cualquier forma, en cualquier momento y en cualquier lugar. Decir que el papa hizo un exorcismo es exponerlo al ridículo y desvirtuar por completo su gesto tan simple y tan importante. Lo correcto sería divulgar de forma humana, sencilla, afectiva y profunda, con la que el obispo de Roma acoge a los fieles, especialmente aquellos que viven situaciones de sufrimiento. Pero difundir el rumor de un exorcismo (falso) sólo sirve para confundir a las personas más sencillas y menos informadas.
Este hecho nos da la oportunidad de denunciar cierta obsesión de algunos católicos por el diablo. Al escuchar a esas personas se tiene la impresión de que para ellos el demonio es más fuerte que el mismo Dios. Hay una «demonización» de todo. El diablo, para esas personas, parece haber tomado control de todo, como si la salvación ofrecida por Jesús no significara nada. Es importante señalar que, según el Nuevo Testamento, el diablo ya ha sido vencido por Jesús (Ap.4 20,1), no tiene más poder sobre los seres humanos. Fue juzgado y expulsado de la mitad de la fuerza liberadora de la humanidad por Jesús (Jn 12,31–32).
En Cristo es el demonio que está condenado y no las personas. Por la entrega de su vida, para seguir siendo fiel al proyecto del padre, Jesús abolió definitivamente el pecado, es decir, se rompió para siempre el poder del diablo (Heb 9,26-28). Cristo nos ha hecho «perfecto para siempre» (Heb. 10,14). Para el autor de la carta a los Hebreos, si Cristo ya nos ha perdonado, «ya no es necesario hacer ofrendas por los pecados» (Hb 10,18). Esto significa que el diablo ya ha sido aniquilado por el poder de la sangre de Cristo.
Por lo tanto es necesario eliminar la obsesión por el diablo. Dejar de ver en un simple problema psicológico o en una manifestación de estrés, una posesión diabólica. Por otra parte, cabe recordar que los estudios bíblicos más serios ya han demostrado que ciertas situaciones, percibidas como una «posesión diabólica» en la época de Jesús, eran simplemente enfermedades, como la epilepsia.
En algunos casos se trataba sólo de estrés, histeria o manifestación de irritación frente a las injusticias cometidas. En el contexto de la época, cuando no se tenían los conocimientos científicos de hoy en día, todo disturbio era visto como acción diabólica. Reconocer esto no disminuye la acción de Jesús, tomando en cuenta que su objetivo no era «espantar al diablo», sino mostrar que el Reino de Dios había llegado a la humanidad, especialmente a los pobres (LC 11,20). La intención de Jesús era demostrar que con su llegada se daba una inversión de sistemas. ?l estaba implementando un mundo nuevo donde los excluidos y excluidas tendría oportunidad y voz.
Desafortunadamente, cuando las personas de las iglesias están obsesionada por el diablo y empiezan a confundir problemas patológicos normales con posesiones diabólicas, se terminan olvidando que el diablo puede estar en otros lugares y situaciones más grave y serias.
Olvidan, por ejemplo, la acción diabólica que está detrás de las injusticias que conducen cada día a miles de personas a la muerte por hambre y la inanición. Olvidan la acción diabólica que se manifiesta en los sistemas políticos y religiosos, discriminantes, prejuiciados, homofóbicos y opresores. Se olvidan de los demonios que llevan a políticos y líderes religiosos a practicar la corrupción bajo la apariencia de religiosidad. Los ejemplos podrían multiplicarse.
Por último, no debemos olvidar que la afirmación de la existencia del diablo es tardía en religiosidad judía, de la que hemos heredado esta creencia. Estudios bíblicos revelan que hasta el exilio babilónico la teología israelí no se manifestó sobre la existencia de Satanás. Atribuía a Dios tanto el bien como el mal. La incorporación de la creencia en el diablo es posterior al contacto de los hebreos, durante el cautiverio de Babilonia, con la religión persa. «En Persia había una demonología bien desarrollada. Según esta creencia, todos los maleficios, desde las dolencias psíquicas y mentales a las enfermedades, las tentaciones y las desgracias, fueron atribuidas a los demonios. Se creía incluso, que había un jefe del ejército demoníaco. Este jefe era una figura suprema del mal como la divinidad suprema persa, Ahura Mazda, era la figura suprema del bien «(Ildo Bohn Gass, Una Introducción a la Biblia. Exilio babilónico y dominación persa,São Paulo: Paulus, 2004, p. 172).
La introducción de la figura del diablo en la literatura bíblica se produce el año 332 antes de Cristo, muy del advenimiento de la era cristiana.
Así que hay que tener cuidado, porque cuando exageramos la creencia en el diablo, estamos mucho más cerca de los cultos persas que del cristianismo. Y con el diablo ¡no se juega!
[Traducción: ricardozunigagarcia@gmail.com]