Lucia Montobbio ? Migra Studium. [Vida Nueva] La inmigración de los últimos años ha hecho de España un escenario cada vez más diverso, algo que se percibe de manera muy clara en Cataluña, una de las comunidades donde se han instalado un mayor número de personas que, por diversas razones, ha tenido que dejar su país de origen.
Esta diversidad, lógicamente, se ve reflejada también en las comunidades cristianas. Cuando una persona llega a un país que no es el suyo, surgen varios interrogantes. Por ejemplo, cómo vivir la dimensión espiritual.
Algunos se integran de inmediato en la tradición local, otros buscan a personas de su mismo origen y celebran a su manera el hecho religioso. Hablando con ellos aparece la complejidad de vivir el cristianismo lejos de su tierra de origen y en nuestra casa. Son cristianos en una tierra nueva.
Es muy común ver a personas inmigrantes trabajar en el área doméstica. Así, se hacen cargo de familias, bien sea para cuidar de los niños, para contribuir a la buena marcha del hogar o para acompañar a personas mayores. Este es el caso de Yonia, de origen colombiano, y de Cora, filipina.
Yonia trabaja en más de una casa a cargo de personas ancianas. Explica que las cosas han cambiado desde que llegó. Antes vivía el hecho religioso en familia o con su grupo de amigos. Ahora no tiene tiempo: ?Trabajo mucho, cuido a tres señoras, y eso no me deja espacio para ponerme a buscar comunidades latinoamericanas a las que poder ir y donde trabajar la fe??.
Vive en un piso compartido, con otros colombianos. Ellos creen en Dios, pero no en la Iglesia, así que tampoco Yonia encuentra un punto de apoyo cuando llega a casa. Desde que vive en Cataluña, ha cultivado una espiritualidad individual. Sigue yendo a misa, pero de otra manera, acompaña a las personas que cuida.
Cora, sin embargo, sí que ha encontrado un espacio para poder comprometerse con la religión cristiana y con la comunidad filipina que existe en Barcelona: ?Soy catequista. A veces me cuesta porque trabajo mucho, tengo poco tiempo y llego muy cansada, pero al final vale la pena??.
Cuando se le pregunta si ve alguna diferencia entre la realidad de las comunidades cristianas de aquí y las de Filipinas, Cora contesta que sí, y, sobre todo, en los jóvenes, que no tienen tanta participación: ?Entras en las iglesias de aquí y todos son cabezas grises, lo que está bien, pero falta la fuerza y la alegría de los jóvenes??.
Cora es catequista en la parroquia de la Concepción, pero asiste a misa junto a la mayoría de los filipinos en la iglesia de San Agustín: ?Los domingos está llena. Siempre hay entre 500 y 800 filipinos en todos los servicios, tantos que no todos pueden sentarse. El párroco insiste en que vayamos a las parroquias que nos tocan por barrio, para facilitar nuestra integración y repartirnos mejor, pero nosotros hemos encontrado aquí un punto de unión, nos sentimos cómodos y, además, él, el padre Avelino, nos ayuda a resolver dudas que tenemos: por ejemplo, laborales o legales de otro tipo??.
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(La versión completa de este número la encontraréis en el número de diciembre de 2012 de Vida Nueva).