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Cómo protegernos del poder oculto -- Jaime Richart, Antropólogo y jurista

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Con criterio propio. Ahora que estamos confinados, es el mo­mento de hablar en broma y de pensar en serio. Pensar en serio presupone tener criterio. Pensar es, en sí mismo es una tarea diri­gida a ponernos en condiciones de adquirirlo. Sé que de­pende sobre todo de la predisposición, pero también de la de la voluntad, como tantas otras actitudes. Tener criterio es lo que nos hace per­sona en su sentido más noble y lo que nos hace sentirnos verdadera­mente libres. Crite­rio es, como sabemos, una norma personal con arreglo a la cual formamos un juicio o tomamos una determinación.

Ahora, cuando desde los medios de comunicación recibimos una espe­cie de gota malaya que nos dirige la atención a un solo punto: los efectos del virus (real o supuesto, pues hasta su verdadera existencia como tal está en cuestión), es el momento de la intros­pección, el mo­mento de revisar los prejuicios, replante­arse el cambio de hábi­tos, el cambio de paradigmas, el mo­mento de percatarnos de que lo que a menudo hablamos y cree­mos no son ideas propias, si no, en la mayoría de los casos, ideas inocula­das. Ha llegado la hora del relativismo mental, el que debe predomi­nar en el discurrir. De tal manera que nues­tras ideas han de converger con otras que eventualmente pue­den contener tantos componen­tes de verdad y de acierto o de engaño o error como las nuestras. Eso es lo que permitirá a corto plazo un giro de coperni­cano en la mentalidad que, de otro modo, sin mediar una situación límite como la que vivimos, tardaría por lo me­nos otro siglo en nacer y reconfigurarse: sea en mate­ria polí­tica, econó­mica, territo­rial, religiosa o costumbrista…

Yo creo tener criterio propio, pero nunca intento convencer a na­die de mi idea. En último término ayudo y fomento a que las personas tengan su criterio. Por eso no porfío. Por eso, a lo sumo, sugiero la idea con la esperanza o la ilusión de que el otro o los otros la secunden, enriquecién­dola; para su satisfac­ción mental y para su expansión espiritual. Pues bien, en situacio­nes complica­das de la vida, esas que van más allá de nuestra volun­tad y de nuestras posibilidades de respuesta como la que esta­mos vi­viendo, es cuando se pone a prueba nuestro instinto natu­ral, nues­tra verdadera inteligencia, la inteligencia al des­nudo… y el crite­rio.

En estas situaciones extraordinarias, límite, respetando las direc­trices o imposiciones del poder declarado aunque solo sea por la cuenta que nos trae, es cuando más nos viene a la cabeza la tenta­ción de explorar con más agudeza las fuentes de nuestra intuición y de nuestro instinto para enfrentarnos a ese extraordina­rio estado de las cosas con nuestros propios regis­tros. Mantener nuestro pabellón de dignidad es razón sufi­ciente. El sentido crítico no implica ser negacionista ni necesaria­mente contrario a las corrien­tes de opinión. Pero con­viene recordar que las corrientes de opi­nión han sido puestas en circulación por uno o varios individuos concertados y además para un fin que a nosotros nos está velado o prohibido. Esto, en una sociedad humana tan compleja, además globali­zada, es lo habitual. Entre bastidores se deciden constante­mente muchas cosas de las que sólo percibimos su destilación a través de fil­tros varios. Situarnos, en fin, en un punto interme­dio entre la razón subjetiva y la razón universal, es en todo caso un deber como persona y como ciudadano. Con tods esos mimbres, que parecen muchos pero se reduce a tener criterio, podemos enfren­tarnos al mundo entero…

Por otro lado, lo mismo que el instinto es un guía más seguro que la razón, la intuición se potencia mucho a medida que nos adentramos en la edad, hasta convertirse en hipe intuición; la cual, con una pequeña dosis de “ciencia” añadida, puede hacer milagros en la luz del entendimiento. Lo mismo que al revés, un exceso de conocimientos y de ilustración a menudo desfigura en el experto la realidad fuera de su especialidad, hasta deformarla, y hasta la de su propia especialidad. Lo que le pasa a todo “especialista” aventajado: cuanto más celo y màs empeño pone en la materia de su estudio o de su oficio, más riesgo hay de que ignore otras cosas importantes y las deforme o las mutile, como el sentido común, o el criterio. Por eso yo no rindo culto a los expertos fuera de su pericia concreta, y aun cuando “necesito” de ella, recelo. Y más, cuando tienen responsabilidades colectivas y están tan sujetos a la presión que proviene de otras parcelas del poder, que viene a ser la misma a la que está sometido el gobernante. Claro es que también puede hacer milagros el instinto en el entendimiento virgen, ese del pastor o de quien vive exclusivamente de su huerto y sabe lo bastante de la naturaleza.

Siempre he sido un iconoclasta de la erudición y del “saber”, a los que rinde pleitesía este modelo económico. Que se les venera lo prueba el hecho de que todos los economistas al uso hablan el mismo lenguaje, y éste es casi exclusivamente en clave liberal, de libertad de mercado y cada vez más. Ni una sola idea nueva, al menos públicamente, pese a que el sistema está en quiebra.… Sólo me he sentido siempre atraído por la sabiduría suyo componente básico al fin y al cabo es la intuición, la cual a su vez es instinto más conocimiento no desvirtuado por los hábitos nocivos para la mente cuando se trata de ideas o tareas ajenas a la creación artística. Por todo eso, mi desconfianza en el poder económico, en el poder médico, en el poder científico y en el poder político que es un poder en manos de los otros tres poderes, en esta situación y también en la normalidad es casi absoluta. Además, entre ellos mismos discrepan. Con lo que esperar una solución o un dictamen que nos deje plenamente satisfechos requeriría antes conocer hasta qué punto hay consenso de una serie de ellos, y aún así seguiríamos sospechando que pudiera haber algún interés en el dictamen que no es manifiesto. De todo esto proviene el descubrimiento de que la OMS está subvencionada en un 82 por ciento por corporaciones privadas, y por tanto, responde a los intereses sombríos de multimillonarios, de lobbys y de la industria farmacéutica, y se pronuncia en consecuencia a tenor del interés y fines de sus benefactores.

Formar, pues un criterio propio, es el primer deber del ciudadano y un principio para no dejarse uno engañar. Pues no es el ciudadano responsable el que conspira contra el poder. Es el poder el que, para ejercerlo con más comodidad y con más eficacia para su idea, ideología y objetivos, se confabula subrepticiamente contra la ciudadanía sin que ésta apenas lo perciba. La situación actual, asociada a la quiebra económica mundial y al derrumbe del modelo capitalista liberal, sin reemplazo conocido todavía, nos exige tener los ojos muy abiertos aunque sólo sea, primero por pura dignidad y luego para mejor protegernos de cada complot contra la ciudadanía…

25 Abril 2020

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