Hablar de la resurrección es un tema delicado, candente, de hoy y de siempre. Es raro que no se publique algo sobre este tema que no cree un lío, un follón. Es, sin embargo un tema nuclear en nuestra fe y, consiguientemente, estamos llamados a hacer un esfuerzo por descubrir lo que es esencial y lo que es secundario en las manifestaciones que sobre sobre este hecho hicieron los apóstoles y las primeras comunidades cristinas. Y hacerlo ofreciendo unas explicaciones que sean mínimamente razonables. Una cosa es la fe y otra decir tonterías y sandeces. En estos días he pasado ratos leyendo artículos y libros relacionados con este tema, y he llegado personalmente a estas conclusiones.
1.- La resurrección de Jesús
Fue el mensaje central de las primeras comunidades cristianas, un hecho de carácter transformador y de compromiso en las primeras comunidades cristianas. La gran noticia que en unos años extendieron por todo el mundo entonces conocido.
Es el hecho más desconcertante que se haya planteado jamás al espíritu humano. Supuso una novedad absoluta en relación con las creencias anteriores del pueblo judío y de todos los pueblos. Nunca hasta entonces se había dicho de alguien que había muerto, seguía vivo, sin ninguna alusión al final de la historia. Y que, para más inrri, seguía vivo, glorificado con la plenitud de Dios, presente y actuando en las comunidades cristianas y en la historia humana.
2.- Qué no es
La Resurrección no es un revivir. La sábana santa no tiene sentido. Si su cuerpo apareciese no debería importarnos. No es un recuerdo vivo . No es un fantasma. No es una inmortalidad del alma. No es una reencarnación. No es que resucitaremos al final de los tiempos. No es un invento de los discípulos. No es algo que sucedió al tercer día.
3.- Qué creemos esencial al hablar de la resurrección.
Creemos que la resurrección fue un hecho real, es decir, que sucedió realmente, pero no es histórico, porque ni hubo ni pudo haber testigos oculares del hecho. Es por lo que lo llamamos metahistórico, es decir, más allá del tiempo, del espacio y de la historia. Resucitó un ser no visible, no audible, no tangible. Si fuera así sería un objeto físico, situado dentro de un espacio y un periodo de tiempo y por tanto no podría ser un cuerpo resucitado, glorioso. El resucitado es el mismo Jesús histórico, no su cuerpo, sino su persona, y vivo con una vida gloriosa, una realidad trascendente que no se puede someter a la comprobación empírica de los hechos humanos, que escapa a nuestro entender, que le permite estar en miles de sitios al mismo tiempo y por toda la historia.
Jesús resucitado goza de una nueva identidad, vive con la plenitud de Dios, como principio de vida a través de su Espíritu y fuente de vida eterna para todos cuantos creen en él
4.- Los relatos evangélicos
Los relatos evangélicos están dirigidos a personas que tienen fe y tratan de crear unas actitudes que se expresan con ejemplos, con comparaciones, con monólogos y diálogos. Son narraciones que, de modos y con imágenes muy distintas y a veces contradictorias, intentan encontrar la catequesis apropiada para explicar de alguna forma lo que entendían los discípulos/as después del mazazo que supuso su muerte ignominiosa. Cada uno, como mejor podía, trataron de comunicar una gran verdad, algo auténticamente nuevo: Jesús, el que murió como un maldito clavado en una cruz, sigue vivo. Y es algo que creían con la misma certeza que nos dá la persona que vemos con nuestros propios ojos, tocamos con nuestras propias manos, vemos que come y bebe con nosotros, que tiene en sus pies, manos y costado las mismas heridas del que murió.
Fueron experiencias que no tuvieron el carácter externo de una escena que se pudiera contar. Debieron ser experiencias, encuentro reales y profundos con el resucitado, pero de carácter místico. Experiencia que vivenciaban cuando estaban reunidos en su nombre y sobre todo ?al partirle pan?? . Algo así como lo que debió realizarse en la Anunciación.
Su presencia era dinamizadora, imprimió un carácter transformador y de compromiso: en un solo siglo y, a pesar de las persecuciones, Jesús será conocido, amado y seguido en todo el perímetro de la cuenca mediterránea.
5.- La resurrección hoy
Jesús fue el primogénito entre los muertos, no porque fue el primero en resucitar, sino que fue el primero en quien en toda plenitud se nos revela el proyecto de Dios sobre los hombres. Con la resurrección tomamos conciencia de que en cada uno de nosotros se van a dar las tres vidas que se dieron en Jesús. La primera comenzó en el vientre de María, a partir de un ?cigoto??, formado por un espermatozoide y un óvulo. Después de nueve meses, con su nacimiento, paso de la vida fetal a una nueva vida totalmente distinta, y a los treinta y pico años, su muerte, fue un segundo parto a otra vida, otra forma de vivir, definitiva, plena, fuera del espacio y del tiempo, metahistórica.
Creer en la resurrección fue para los discípulos un don, un regalo, de Dios y sigue siendo un regalo de Dios para cada uno de nosotros. Para el que no tiene fe es algo sin sentido. Creer en la resurrección de Jesús es aceptar que, cuando llega la muerte, no quedamos en sus brazos, porque Dios nos regala su propia vida
Un difunto es alguien que ha muerto y está en una nueva forma de vida en Dios. Podemos decir muy bien: estamos celebrando esta eucaristía con nuestra hermana Ángeles que murió la semana pasada y con Jesús de Nazaret, que murió hace dos mil años. Ambos pueden estar junto a nosotros y junto a otras comunidades de África, Centroamérica o China, a un mismo tiempo, porque, al estar resucitados, viven en una dimensión donde eso es posible y a la que ni nosotros podemos acceder, ni hay posibilidad de que ellos accedan a nosotros.
Las personas malvadas que no han hecho más que cometer injusticias y causar dolor durante su vida, si no reciben este regalo de Dios, su propia vida terminará probablemente como los animales. Es decir, cumplirán el ciclo de su existencia mortal.
La resurrección de Jesús, además, hace posible nuestro encuentro con él, ?hoy??. Es necesario volver a unas celebraciones de la eucaristías en las que nos sintamos comunidad cristiana, un grupo de iguales, reunidos en nombre de Jesús, en el que nadie es más importante y todos nos sentimos realmente importantes, sin que haya nadie que arrebata al Espíritu el papel de maestro, y concienticemos que aquel hombre cuya vida nos encandila, el Jesús histórico, está presente en el encuentro, dispuesto a dinamizar en cada uno de nosotros esa fuerza transformadora, que caracterizó a las primitivas comunidades cristianas.