Cipriani o la punta del iceberg -- Franz Wieser (Perú)

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Religión Digital

«Papeleta a los que pasan la luz»
«La verdad es vida y no teoría»
El enfrentamiento, no ideológico sino en cuestiones de fe entre el Cardenal Cipriani y el P.Garatea era un tema de todos los medios de comunicación de la semana. Un escándalo para unos, una oportunidad para acercarse a la verdad.

«Preferible que haya escándalos a que se pierda la verdad» (Papa Gregorio el Grande, siglo VI). De hecho he encontrado comentarios de columnistas, más cercanos a la verdad evangélica, que la defendida por Cipriani y sus aliados.

Pero, el Cardenal Cipriani es solamente la punta del iceberg que ha congelado a nuestra Iglesia Católica desde el siglo III, cuando se convirtió en la Iglesia imperial. Dentro de ella reclaman desde el Vaticano II millones de creyentes una profunda renovación de ésta. Basta pensar en el Movimiento Internacional de «Somos Iglesia», surgido justamente por el rechazo de un nombramiento de un obispo que el pueblo austriaco no quiso.

¿Dónde está el problema medular? Federico Salazar lo analiza magistralmente en El Comercio de 19 de Mayo («Papeleta a los que pasan la luz»), aunque, para un creyente la papeleta la pasaría al falso «infractor».

Admite Federico que el P. Garatea no ha sido expulsado por ser una persona buena y admirable, sino «por haber salido del cauce de la doctrina, hasta colisionar con ella».

Ahí está el núcleo del problema: La verdad para el cristiano, independientemente a qué confesión pertenezca, no son dogmas, cánones o tradiciones humanas. La verdad es vida y no teoría. «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Quien cree en mi no anda en las tinieblas». La novedad de su mensaje está justamente en que era bueno y admirable, uno «que habla como quien tiene autoridad», sin necesidad de fingirla con mitras y títulos altisonantes. Pero era irritante para aquellos que anteponen leyes y tradiciones humanas al amor.

El amor es tolerante. No se puede amar si no en la misma altura de los ojos («auf Augenhöhe).

Por eso Jesús advertía a sus seguidores para que no se hagan pasar por padres, dueños o maestros (infalibles), ni imiten entre sí a los poderosos de este mundo que dejan recaer su dominio sobre los de abajo. «Si uno entre ustedes pretende ser grande, que baje y se haga siervo de los demás», así como «yo he venido para servir, y no para ser servido». Esto es de Dios. Al César (a la autoridad civil), lo que es del César. Y este ha de garantizar la libertad de expresión.

No extraña que siglos atrás la «autoridad» de la Iglesia prohibía con castigos la traducción de la Sagrada Escritura a idiomas del pueblo, requería el «imprimatur» para libros religiosos o, como en el presente, se reserva la única autorizada de interpretar la Biblia.

Ninguna de estas barreras funciona hoy en día. La gente sabe leer, y comunicarse sin restricciones. Es el mismo Evangelio que arrincona cada vez más a los «dueños de nuestra fe» (San Pablo), a los obispos quienes «se enseñorean de los quienes le fueron confiados» (San Pedro).

Evangelio significa Buen Mensaje. Es tiempo que nos indignemos cuando se la amarga desde una superioridad que en la Iglesia no debe existir. Los que protestan contra actos de dominio de Cipriani o de cualquier jerarca en la Iglesia contra su hermano en el sacerdocio Garatea están en el camino correcto.